Un trabajo reciente encabezado por el Departamento de Geología de la Universidad de Leicesteri propone una nueva manera de considerar a los futuros restos arqueológicos humanos que me resulta intrigante: como tecnofósiles. No, en serio, me parece más que un cambio de nombre más o menos molón. Permíteme.
Los autores del trabajo vienen a afirmar que los restos de la extraordinaria multiplicación del número de humanos y nuestras creaciones técnicas durante los últimos dos siglos –y en particular desde mediados del siglo XX– trascenderán del concepto tradicional de yacimiento que se usa en Arqueología para convertirse en un auténtico estrato geológico: un tecnoestrato rico en icnofósilesii de nuevo cuño sin precedentes en la historia de la Tierra. Que, además servirá como indicador temporal absoluto a lo largo de muchísimo tiempo. A tales icnofósiles, que pueden ir desde una autopista a un teléfono móvil o una bolsa de plástico, los denominan tecnofósiles.
La característica más destacada de este tecnoestrato es la presencia masiva de materiales y compuestos que no se dan en la naturaleza o son muy raros. Por ejemplo, el hierro sin combinar o combinado en aleaciones claramente artificiales, al igual que otros metales como el aluminio, el titanio, el vanadio o el molibdeno. También se cuentan compuestos como el carburo de wolframio, el nitruro de boro, numerosos nanomateriales y gran cantidad de plásticos, cristales y cerámicas modernos. En las grandes ciudades, áreas industriales y vertederos tales sustancias se van incorporando al sustrato geológico en cantidades enormes; pero cada vez va siendo más difícil hallar lugares, incluso lugares remotos, donde no haya al menos un poco.
Otra de sus características peculiares se deriva de la actividad minera, que se extiende a cientos e incluso miles de metros de profundidad (por ejemplo, en la mina de oro de TauTona, en Sudáfrica, los mineros trabajan a 3.900 metros bajo la superficie.iii) Según las propias palabras de los autores, esta «penetración profunda en la corteza por parte de los metazoos de la biosfera no tiene precedentes en la historia de la Tierra», al igual que las cosmonaves enviadas a otros astros o al espacio profundo. Todo ello y algunas cosas más configuran y configurarán este tecnoestrato global y hasta extraglobal con abundantes tecno-icnofósiles, que puede seguir siendo reconocible durante auténticas enormidades de tiempo.
Incluso –y esto ya lo añado yo– los científicos del futuro –tengan el número de ojos que tengan– pueden toparse con tecnofósiles deliberados como los depósitos profundos de combustible nuclear gastado, que de por sí se sitúan en estructuras geológicas muy estables. Las concentraciones y proporciones de los isótopos ahí conservados y sus productos de desintegración no se pueden dar de ningún modo en la naturaleza. Evidenciarán que fueron la obra de una especie inteligente con ciencia y tecnología atómica mientras este planeta continúe existiendo, o por ahí.
Como es lógico, los autores del estudio vinculan la mayor o menor relevancia de este estrato a la duración de la tecnosfera propuesta por Haff.iv v O sea, al tiempo que esa especie tecnológica que somos nosotros siga rondando por aquí y, claro, a la intensidad con la que dejemos nuestras huellas en la Tierra y otros astros. En todo caso, consideran que este es ya un fenómeno de tal escala que ha pasado a alterar diversos ciclos físicos, químicos y biológicos de la Tierra,vi lo que dejará un rastro claro y lleva a algunas personas como el Nobel Paul Crutzenvii a defender que hemos pasado del Holoceno a una nueva era geológica: el Antropoceno.
Decía al principio que esto de los tecnofósiles me parece algo más que un mero cambio de nombre porque aporta perspectiva. La perspectiva de que, por muy pequeñitos que seamos y muy breves que sean las existencias humanas en la escala cósmica de las cosas, nuestras acciones como civilización tecnológica van a trascender durante mucho, muchísimo tiempo. No sólo se extenderán a incontables generaciones futuras, sino incluso a quienes vengan detrás, durante algo que se parece bastante a la eternidad. De nosotros depende decidir qué clase de herencia, qué clase de memoria queremos dejar para casi siempre jamás.
Referencias y notas:
i Zalasiewicz J., Williams M., Waters C.N., Barnosky A.D. & Haff P. (2014). The technofossil record of humans, The Anthropocene Review, 1 (1) 34-43. DOI: 10.1177/2053019613514953
ii También llamados «pistas fósiles», son las huellas de la actividad vital de los organismos como resultado de su interacción con el sedimento o con otros organismos, según definición de la Dra. Antonia Andrade, Área de Paleontología de la Universidad de Alcalá.
iii En mining-technology.com: TauTona, Anglo Gold, Sudáfrica.
iv Haff, Peter K.: Technology and human purpose: The problem of solids transport on the Earth’s surface.Earth System Dynamics 3: 417–431 (2012).
v Haff, Peter K.: Technology as a geological phenomenon: Implications for human well-being. En: Waters CN et al. (eds.), A Stratigraphical Basis for the Anthropocene (2013). Geological Society, London. DOI 10.1144/SP395.4
vi Rockström, Johan et al.: A safe operating space for humanity.Nature 461: 472–475 (2009). DOI: 10.1038 / 461472a
vii Crutzen, Paul J.: Geology of mankind.Nature 415:23 (2002). DOI: 10.1038 / 415023a
Sobre el autor: Antonio Cantó (@lapizarradeyuri) es polímata y autor de La pizarra de Yuri
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