El que algunas especies encontradas como fósiles podrían haberse extinguido con el transcurso del tiempo se discutió por primera vez a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII. En esta época lo que ahora llamamos fósiles comenzaron a ser clasificados como algo diferente de la clase más amplia de objetos que incluían tanto objetos inanimados como anteriormente animados. Sin embargo, el concepto de extinción entraba en conflicto tanto con la idea filosófica bien asentada de plenitud de la naturaleza como con la equivalente religiosa de perfección de la creación. Los estudiosos que, como Robert Hooke, eran capaces de no ver contradicción alguna entre la existencia de extinciones y la perfección de la creación, asumiendo que se habían formado nuevas especies al extinguirse otras, eran la excepción.
En el transcurso del siglo XVIII, el tema de la existencia de extinciones siguió siendo objeto de discusión con el también espinoso asunto de si los fósiles tenían un origen orgánico, posición ésta con creciente número de seguidores pero con escépticos de gran influencia. Era evidente que se necesitaban pruebas de envergadura para zanjar la cuestión. Y esto es lo que hizo Georges Cuvier a finales del XVIII y principios del siglo XIX aportando pruebas incontrovertibles sobre la extinción de grandes mamíferos del género Megatherium y la familia Mammutidae, antiguamente llamada Mastodontidae. Cuvier usó las herramientas de la anatomía comparada para argumentar que esos animales eran diferentes a cualquier especie viva y, dado su tamaño y la exploración sistemática de la parte terrestre del globo, era poco probable que sus descendientes pudiesen encontrarse vivos es partes remotas del planeta.
Cuvier explicó las extinciones recurriendo a una idea avanzada ya por Jean André Deluc, a saber, que la Tierra había sufrido una serie de “revoluciones”que habrían alterado drásticamente las condiciones de vida. Para Deluc (pero no para Cuvier) la última de estas extinciones habría sido el Diluvio Universal.
Otros geólogos, como Giovanni Battista Brocchi, seguido por Charles Lyell, eran de la opinión de que las especies podrían tener una duración limitada, de la misma forma que los individuos de una especie tienen esperanzas de vida limitadas y similares.
Dentro de la perspectiva de Cuvier, la realidad de la extinción excluía la posibilidad misma de la transformación de especies antiguas en nuevas, como afirmaban Jean Baptiste Lamarck y otros naturalistas. Todo ello cambió con el concepto introducido por Charles Darwin de “descendencia con modificación”. Según “El origen de las especies” (1859) de Darwin, la extinción era una de las dos posibles consecuencias de la evolución por selección natural, siendo la otra la modificación.
Hasta los años setenta del siglo XX, el énfasis se puso por parte de los biólogos en la modificación, el aspecto positivo de la evolución, olvidando a efectos prácticos las extinciones, su lado oscuro. Esta situación cambió drásticamente en 1980 con la introducción de la hipótesis Álvarez.
La hipótesis Álvarez fue propuesta por Luis Álvarez y Walter Álvarez con el apoyo de Frank Asaro y Helen Michael, e incluía la posible colisión catastrófica entre la Tierra y un cometa (o un asteroide o un enjambre de asteroides) que habría provocado la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años. Junto a un creciente interés en el papel de los humanos en la extinción de otras muchas especies, la hipótesis Álvarez renovó el interés en la dinámica de las extinciones.
En la actualidad los paleontólogos admiten seis extinciones masivas y otras muchas más parciales en la historia de la vida en la Tierra, y se han convertido en una parte integral del estudio de los patrones evolutivos, o macroevolución.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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