Serendipia

#con_ciencia

Vipera aspis aspis (Fotografía: Felix Reimann; fuente: Wikipedia)
Vipera aspis aspis (Fotografía: Felix Reimann; fuente: Wikipedia)

Las serpientes no gozan de muy buena prensa. Las tememos porque muchas son venenosas; sus mordeduras pueden llegar a ser mortales incluso, y la aversión a esos animales está muy profundamente arraigada entre nosotros. Pero, curiosamente, la misma razón por la que nos dan tanto miedo esos reptiles es, en algunos casos, fuente de importantes beneficios. Y es que los venenos, al igual que alteran funciones vitales básicas, pueden también convertirse en potentes fármacos. No en vano los medicamentos también alteran funciones vitales, solo que, al contrario que los venenos, se utilizan para curar.

En los años sesenta del siglo pasado, unos investigadores brasileños se percataron de que el veneno de una especie de víbora contenía unas sustancias, llamadas péptidos (similares a las proteínas, pero de muy pequeño tamaño), que reducían la presión sanguínea. Partiendo de esa información, los químicos de una compañía farmacéutica desarrollaron el captopril, una pequeña molécula que mimetiza uno de esos péptidos y que se utiliza para el tratamiento de la hipertensión y otras dolencias . Ese fue el primero de una familia de fármacos de gran éxito. En 1998 se autorizó en Estados Unidos la venta de un producto, el eptifibatide, inspirado en otro péptido de víbora que actúa adhiriéndose a las plaquetas sanguíneas y evitando que se agreguen unas a otras; al evitar la coagulación de la sangre, el péptido viperino provoca hemorragias, pero el fármaco evita que se formen peligrosos coágulos en los vasos sanguíneos. Al año siguiente, una molécula similar, llamada tirofiban, también inspirada en un tóxico de víbora, cosechó un enorme éxito en el mercado de los anticoagulantes. Y en la actualidad se están ensayando varias moléculas inspiradas también en venenos de serpientes, incluyendo posibles analgésicos de gran potencia.

Pero no son solamente las serpientes los animales de los que obtener productos e información clave para producir fármacos. Se calcula que hay unas 1.500 especies de serpientes venenosas, pero el número de las arañas, por ejemplo, es muy superior: se estima en 50.000 las especies de arañas. Y se cree que hay más de 170.000 especies animales venenosas. Puesto que, en promedio, cada veneno contiene del orden de 250 péptidos, una estimación muy modesta indica que hay, al menos, 40 millones de compuestos que merecen la pena ser estudiados.

El desarrollo de fármacos a partir de tóxicos animales es un ejemplo magnífico de algo que en ciencia ha dado excelentes resultados en más de una ocasión: la serendipia. La palabra es inglesa (serendipity) y expresa la conjunción de talento, trabajosamente adquirido tras años de experiencia, estudio y reflexión, y pura suerte. La serendipia necesita de la disposición de ánimo que nos permite abrirnos a lo imprevisto y que está unida con la habilidad para reconocer aspectos inesperadamente útiles de lo nuevo. La investigadora Yara Cury se encontró con un informe de principios del siglo XX en el que se hablaba de que el veneno de una serpiente reducía el dolor y, acto seguido, empezó a investigar los efectos de ese veneno. Fue un golpe de suerte que llegase a sus manos aquel informe, pero lo que la condujo a investigar lo que había de cierto en él y sus posibles aplicaciones no fue simplemente suerte, sino una predisposición a sacar partido de esa información.

En la historia de la ciencia y la tecnología ha habido ejemplos magníficos de serendipia, como los hallazgos de la penicilina, el microondas y las medias de nylon, por ejemplo. Y es que, como dice el matemático, filósofo y gestor de inversiones Georg von Wallwitz, “sin serendipia el mundo sería más pobre y sobre todo, menos feliz”.

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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Este artículo fue publicado el 15/12/13 en la sección con_ciencia del diario Deia.

3 comentarios

  • Avatar de Carlos

    Muy interesante!
    «Se calcula que hay unas 1.500 especies de serpientes venenosas, pero el número de las arañas, por ejemplo, es muy superior: se estima en 50.000 las especies de arañas. Y se cree que hay más de 170.000 especies animales venenosas. Puesto que, en promedio, cada veneno contiene del orden de 250 péptidos, una estimación muy modesta indica que hay, al menos, 40 millones de compuestos que merecen la pena ser estudiados.»
    Muchos de estos venenos han evolucionado de especies similares, supongo que habrá muchos con péptidos idénticos, no? Hay algún dato de péptidos iguales encontrados en venenos de especies diferentes? Simple curiosidad. 🙂
    Y otro comentario: serendipia lo usaba Iker Jimenez para describir sucesos similares ocurridos a personas o en lugares diferentes, algo así como «coincidencias inverosímiles» o «imposibles». Por si te llegan comentarios raros, probablemente sea por esto, jeje.
    Un saludo!

  • Avatar de Juan Ignacio Pérez Iglesias

    No conozco el dato al que te refieres. Los casos que conozco en los que diferentes especies tienen el mismo veneno, es muy posible que se deba a que no lo producen ellas, sino que se lo proporcionan bacterias simbiontes. Podría ser el caso de la tetrodotoxina, por ejemplo, un neurotóxico muy extendido en el reino animal. Y quizás ocurra algo parecido con la batracotoxina, un alcaloide que pasa por ser el veneno más potente del mundo, y que lo tienen ciertas ranas y algunas aves.

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