Hace doce milenios largos vivió una quinceañera grácil y menudita de la que apenas sabemos nada, pero a la que ahora llamamos Naia. El caso es que un mal día Naia dio un pésimo paso, o se lo hicieron dar, y fue el último. Acabó al fondo de una sima de la Península del Yucatán, en el actual México. Ahí murió, con la pelvis rota y la cabeza apoyada en el brazo, quizá llorando sola en las tinieblas, rodeada únicamente por los esqueletos de otros vivientes que habían caído también. Mucho después, al finalizar la última glaciación, la cueva se inundó. Y así quedó olvidada hasta ciento veintipico siglos después.
Para Naia fue su tragedia personal, una muerte de espanto y dolor. Para nosotros, Naia es un descubrimiento científico que arroja mucha luz sobre uno de los problemas fundamentales del poblamiento de América. La cueva adonde fue a parar es hoy en día el yacimiento de Hoyo Negro, que estudian el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH)i y otras entidades. Hoyo Negro (sistema de cuevas de Sac Actun, Tulum, estado de Quintana Roo) es una auténtica cueva del tesoro que algunos han denominado “el contexto paleontológico perfecto” y el Dr. James C. Chatters, de Applied Paleosciences, caracteriza como “una cápsula de tiempo que ha conservado la información sobre el clima y la vida humana, animal y vegetal que existían al final de la última era de hielo.” Junto al cuerpo de Naia se han encontrado los de otras veintiséis especies distintas, incluyendo los famosos tigres de dientes de sable.ii
Lo primero, veamos el problema, en el que este Dr. Chatters tuvo algo que ver. La hipótesis generalmente aceptada del poblamiento original de América es que una serie de siberianos atravesaron lo que ahora es el Estrecho de Bering y entonces era Beringia durante la última glaciación para después extenderse por todo el Nuevo Continente hasta la Patagonia y más allá. Sin embargo, esta hipótesis ha sido discutida en más de una ocasión, a veces con criterios perfectamente científicos y otras veces, no tanto. En estas cosas que nos pillan tan de cerca a los humanos hay a menudo trasfondos identitarios y demás, por no mencionar a los aficionados a las pseudociencias y los fanáticos religiosos de turno.
Uno de los argumentos en contra de esta hipótesis beringia es que, a tenor de los pocos restos encontrados, los americanos prehistóricos no se parecían mucho a los nativos modernos. En palabras del propio Dr. Chatters,iii los nativos americanos contemporáneos se parecen a chinos, coreanos o japoneses, pero los antiguos tenían caras más pequeñas y cráneos más largos y estrechos, lo que los asemejaba a la población actual de África, Australia y el Pacífico Sur. Como por ejemplo, un esqueleto que él mismo estudió, el del hombre de Kennewick, con un aire a los ainu del Japón.iv Este y otros hallazgos parecían reforzar la idea de que los primeros americanos no entraron por Beringia, o no sólo lo hicieron por Beringia, sino que también cruzaron el mar desde las islas del Pacífico e incluso África hasta colonizar América.
Al igual que el hombre de Kennewick, Naia no se parecía mucho a los americanos nativos modernos. Sin embargo, una de sus muelas del juicio ha venido a dar un enorme espaldarazo a la hipótesis beringia convencional, porque esa muela contenía su ADN; específicamente, su ADN mitocondrial, ese que nos cuenta de quién eres tú en el muy largo plazo. Y el ADN mitocondrial de Naia es inequívocamente del haplogrupo D1, lo que la conecta palmariamente con todos los demás americanos nativos y con los pueblos siberianos.v Eso refuerza la hipótesis de que, pese a todas las diferencias fisonómicas aparentes, sólo hubo un poblamiento humano de América y entró por Beringia.
Pero entonces, ¿a qué se deben esas diferencias corporales entre siberianos, paleoamericanos y nativos del presente? Bien, los investigadores piensan que a un proceso de evolución rápida. La evolución actúa bastante más deprisa de lo que mucha gente cree. Los americanos antiguos se adaptaron rápidamente a las condiciones climáticas del nuevo continente, en plena edad del hielo, y eso fueron Naia o el hombre de Kennewick. Después, volvieron a hacerlo, hasta resultar en las fisonomías de la actualidad. Pero su linaje es el mismo, común a todos los americanos nativos, e inextricablemente conectado con el resto de la humanidad. Con aquellos primeros seres que una vez miraron a la noche y se preguntaron qué serían todas esas lucecitas, como muy posiblemente Naia hizo durante los quince años en que caminó con nosotros por aquí.
Referencias:
ii INAH Noticias: «Encuentran en Hoyo Negro nuevas posibilidades para estudiar el origen del hombre americano.» Instituto Nacional de Antropología e Historia, boletín nº 161 (15 de mayo de 2014), México. www.inah.gob.mx/boletines/17-arqueologia/7185-encuentran-en-hoyo-negro-nuevas-posibilidades-para-estudiar-el-origen-del-hombre-americano
iii Kumar, M.: «DNA From 12,000-Year-Old Skeleton Helps Answer the Question: Who Were the First Americans?»Smithsonian magazine / smithsonian.com, 15 de mayo de 2014. www.smithsonianmag.com/science-nature/dna-12000-year-old-skeleton-helps-answer-question-who-were-first-americans-180951469
iv Middle Tennessee State University. «Kennewick Man Skeletal Find May Revolutionalize Continent’s History.»Science Daily, 26 de abril de 2006. www.sciencedaily.com/releases/2006/04/060425183740.htm
v Chatters, James C. et al.: «Late Pleistocene human skeleton and mtDNA link Paleoamericans and modern Native Americans.»Science, 16 de mayo 2014, vol. 344, nº. 6185, pp. 750-754. DOI: 10.1126/science.1252619
Sobre el autor: Antonio Cantó (@lapizarradeyuri) es polímata y autor de La pizarra de Yuri
Etapa prehispánica: primeros pobladores. – HISTORIA: etapas y más
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