Los enemigos de la humanidad

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La naturaleza es ajena a la moral. Si no fuera así, pocos animales merecerían el calificativo de malvado tanto como el dragón de Medina. Es un gusano; tras infestar un minúsculo crustáceo que vive en aguas estancadas, sus larvas pasan al sistema digestivo de quienes beben el agua en que vive el crustáceo. Una vez allí, inmune a la acción de los ácidos del estómago, atraviesa la pared abdominal, se reproduce y la hembra que porta las nuevas larvas crece y perfora los tejidos internos de su víctima. Ésta sólo se da cuenta cuando la hembra del dragón llega a la piel y asoma al exterior para expulsar las nuevas larvas. Puede aparecer en cualquier punto de la superficie del cuerpo. A partir de ese momento inflige a su huésped un daño espantoso. No hay vacuna ni tratamiento posibles, salvo ir extrayendo el gusano, muy poco a poco, mediante una manipulación dolorosísima. Y sin embargo, aunque es una enfermedad terrible, es muy fácil de erradicar: basta con filtrar el agua por una malla adecuada antes de beberla. Hace dos décadas había 3,5 millones de personas afectadas; el año pasado, gracias a la malla, sólo se registraron 148 nuevos casos. Es un ejemplo excelente de lo que significa la prevención en el campo de la salud.

Tenemos gran confianza en la medicina. Ha habido grandes avances, tanto en métodos de diagnóstico como en tratamientos. Y gracias a eso vivimos más y, en general, mejor. Pero me atrevería a afirmar que las principales mejoras en nuestra esperanza y calidad de vida no han venido del lado de la curación de las enfermedades, o de su cronificación en un estado razonablemente bueno, sino de la prevención. El ejemplo del dragón de Medina es espectacular, pero no es el único ni el más importante. Evitamos peligrosas epidemias gracias a la separación rigurosa del agua potable y de las aguas residuales. Las medidas de asepsia salvan millones de vidas. Y las vacunas para un buen número de enfermedades infecciosas, han ayudado a librar a millones de personas de la muerte temprana o de una vida llena de penalidades.

Como en cualquier otro ámbito, también en este se han podido cometer errores, y algunas campañas de vacunación quizás no han estado todo lo justificadas que debieran. Pero las vacunas han contribuido de forma decisiva a mejorar la salud pública mundial. Gracias a ellas se ha conseguido eliminar definitivamente una enfermedad tan peligrosa como la viruela. Y otra, como la polio, ha experimentado un gran retroceso. La India la ha dado por erradicada de su territorio, y en otros países se están haciendo grandes progresos.

Sin embargo, no todo son buenas noticias. En Paquistán han atacado y asesinado a trabajadores de la campaña de vacunación de la polio. Aunque no están claros los motivos, los fundamentalistas islámicos no aceptan que se vacune a la gente. Y en Occidente tampoco estamos exentos de problemas. En diferentes países, y muy especialmente en el mundo anglosajón, por culpa de la codicia de un científico sin escrúpulos y la frivolidad de ciertos personajes mediáticos, se ha instalado la moda de no vacunar a los niños con la llamada tríplica vírica y otras vacunas. Además, una nueva variedad de fundamentalismo antisistema de tinte posmoderno promueve esa peligrosa moda con militante entusiasmo. Como consecuencia, las paperas y el sarampión repuntan en Europa. Habrá quien piense que es paradójico que desde dos ámbitos ideológicos tan distintos se le haya declarado la guerra a la humanidad por la misma causa. Pero se equivocan, porque ambos militan en el mismo bando.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Este artículo fue publicado el 15/12/13 en la sección con_ciencia del diario Deia.

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