Las primeras reflexiones sobre el papel del instinto en los comportamientos de los animales, incuidos los humanos, se encuentran en las obras de Aristóteles, los estoicos y Galeno. Basándose en estos autores, así como en las obras de Ibn Sina (Avicena) y en las tradiciones religiosas, los estudiosos medievales y primeros modernos hicieron énfasis en la distinción entre la invariabilidad del comportamiento animal, que correspondía a “la naturaleza”, y la variabilidad de las acciones humanas, que correspondía a la “razón”. Los seguidores de Aristóteles, sin embargo, sí otorgaban a los animales no humanos una forma de “razón menor”.
En el siglo XVII, con la difusión de la aproximación mecanicista de René Descartes al estudio de los cuerpos de los animales, los filósofos ligaron el comportamiento instintivo con la organización corporal. Consideraban los instintos como patrones de comportamiento innatos característicos de las distintas especies, y dedujeron que los individuos con la misma organización corporal mostraban los mismos instintos.
Los empiricistas, por su parte, al poner el énfasis en el papel de la experiencia sensorial, reconocían la misma capacidad en los animales, incluidos los humanos, para aprender a partir de las imágenes sensoriales que elaboraban. Con la misma perspectiva, autores del XVIII como Étienne Bonnot de Condillac y Erasmus Darwin consideraban los instintos animales y la razón humana como producto de la misma capacidad fundamental de aprender de la experiencia.
Con Jean-Baptiste de Lamarck, las reflexiones sobre los instintos pasaron a ser un componente importante de la argumentación que intentaba establecer las causa capaces de explicar el cambio evolutivo. Según Lamarck y la mayoría de sus seguidores, los instintos, como los órganos o las funciones fisiológicas, surgieron a partir de los hábitos generados en los seres vivos por su necesidad de adaptarse al ambiente y a condiciones de vida cambiantes.
La literatura sobre los instintos de finales del XVIII y comienzos del XIX (incluida la que se produjo en el ámbito de la “teología natural”) jugó un papel relevante en las primeras ideas de Charles Darwin sobre los mecanismos evolutivos. Más tarde dedicaría un capítulo entero de El origen de las especies (1859) a explicar que los instintos, como las funciones y órganos complejos, podían explicarse con la transformación gradual que aportaba la selección natural a lo largo del tiempo. Aquí, y más extensamente en El origen del hombre (1871), Darwin argumentaba que las facultades intelectivas de la especie humana se habían “perfeccionado” a través de la selección natural, como los instintos de los animales.
En la primera mitad del siglo XX el estudio de los patrones de acción fijos en el comportamiento animal se convirtieron en la parte central de una nueva disciplina, la etología, especialmente en su desarrollo en Austria, Alemania y Países Bajos. Karl von Frisch, Konrad Lorenz, Nikolaas Tinbergen y otros acumularon gran cantidad de datos observacionales y elaboraron muchos conceptos en el marco de la nueva disciplina.
Por otra parte, el escepticismo al uso extendido de la noción de instinto era especialmente manifiesto ya en los años veinte en los Estados Unidos dentro de la corriente psicológica llamada conductismo. Al poner el énfasis en los procesos de formación de hábitos y en el condicionamiento, los conductistas como John Watson restringían drásticamente el papel del comportamiento instintivo (no aprendido) en el comportamiento animal, humanos incluidos.
Desde los años setenta varios autores, especialmente los asociados a la sociobiología como Edwrad O. Wilson, han desarrollado aproximaciones al estudio de los patrones de comportamiento no aprendido que hacen énfasis en los aspectos genético y neurobiológico.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
De los instintos
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Tom Wood Gonzalez
A Espana le falto instinto en este mundial? Ja, ja, ja,… una broma de mal gusto!