La ciencia moderna y la Ilustración

Series Ciencia y democracia Artículo 1 de 6

“La Ilustración fue un vuelo de Ícaro de la mente que se extendió por los siglos XVII y XVIII. Una visión del saber secular al servicio de los derechos del hombre y del progreso humano fue la mayor contribución de Occidente a la civilización. Inició la era moderna para todo el mundo; todos somos sus herederos.” (Edward O. Wilson, Consilience, 1998).

Fundación de la Real Academia de Ciencias de París - 1666

La cita de Wilson contiene tres elementos significativos. Alude, por un lado, al saber secular, por oposición al saber que durante los siglos anteriores y hasta el XVII y XVIII se había cultivado en monasterios y en universidades, cuyos enseñantes eran clérigos o estaban vinculados, de una u otra forma, a la Iglesia. Era también un saber al servicio de los derechos humanos y del progreso humano. Los ilustrados fueron los que desarrollaron, en el terreno de la ética y el pensamiento político, las nociones sobre las que se asientan las sociedades democráticas modernas. Son principios y valores que, en lo sustancial, siguen siendo el fundamento de nuestro ordenamiento político; a eso se refiere con el tercer elemento: todos somos sus herederos.

La noción del saber al servicio de los seres humanos es importante, pues constituye, quizás, el elemento diferenciador con relación al propósito con el que se había cultivado el saber hasta entonces. Se suele utilizar la expresión “revolución científica” para denominar a un periodo de especial relevancia en la historia de la ciencia tanto por los descubrimientos que se realizaron en el mismo, como por haberse producido –supuestamente- un cambio radical en la forma de crear conocimiento, de hacer ciencia. De acuerdo con una visión muy extendida, durante la Edad Media el conocimiento era heredero de la tradición greco-latina y se basaba, sobre todo, en el método hipotético-deductivo, tratando de hacer compatible razón y fe. Según esa idea, la revolución científica -que ocurrió en la primera etapa de la Ilustración o, incluso, en las décadas anteriores- se habría basado en la adopción progresiva de la observación, el experimento, y la inducción, y el rechazo a la autoridad, al método deductivo y a la teoría. Aunque no es este el lugar para abordar una discusión pormenorizada del particular, y resumiendo mucho, hoy se reconoce que la transición del pensamiento escolástico al empirismo y la inducción no fue un cambio tan marcado como se ha pretendido ni, mucho menos, revolucionario, puesto que ya en la Edad Media se hacían observaciones y “experimentos” y durante la Edad Moderna la teoría y el pensamiento hipotético-deductivo no dejaron de formar parte inseparable del modo en que se hacía ciencia en la realidad.

Pero hay un aspecto en el que no se suele incidir y que, sin embargo, marca con más nitidez que ningún otro la diferencia entre los dos periodos. Me refiero al propósito de la ciencia, a su utilidad. Durante la Edad Media el desarrollo del conocimiento no obedecía a una intención explícita de obtener beneficio del mismo, de darle una utilidad. A partir del Renacimiento, sin embargo, el conocimiento científico empezó a ser considerado una herramienta al servicio de la nación. Francis Bacon fue el que formuló esa idea de manera explícita: Knowledge is not mere argument nor ornament. Así, según Popper, “Bacon es verdaderamente el padre espiritual de la ciencia moderna. No a causa de su filosofía de la ciencia y de su teoría de la inducción, sino porque se convirtió en el fundador y el profeta de la iglesia racionalista, una suerte de antiiglesia. Esa iglesia no se fundó sobre una roca, sino sobre la visión y la promesa de una sociedad científica e industrial, una sociedad basada en el dominio del hombre sobre la naturaleza. La promesa de Bacon es la promesa de la autoliberación de la humanidad a través del conocimiento.” A partir de Bacon los filósofos naturales (o científicos) trataron de desentrañar los misterios de la naturaleza con la intención de “dominarla” y obtener de ella un beneficio. Bacon puede considerarse, de hecho, el inspirador de lo que hoy denominamos “política científica” y de la creencia de los responsables políticos y del público en general de que dedicar recursos a crear conocimiento es útil desde el punto de vista económico.

Esas ideas cuadran a la perfección con la ideología burguesa que se va configurando en la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Según Stephen Bronner (2004) la vanguardia científica del siglo XVII formaba parte de una esfera pública burguesa que aglutinó una diversidad de tradiciones asociadas al grupo humano más amplio del mundo ilustrado, del que formaban parte el legado democrático de las ciudades libres medievales, las tendencias humanitarias heredadas del Renacimiento y el entusiasmo por el desarrollo científico y, sobre todo, por Isaac Newton, su figura más sobresaliente. Newton hizo visible lo invisible y permitió adentrarse en la naturaleza con nuevas investigaciones gracias al descubrimiento de sus leyes universales, que contribuyeron a configurar la creencia laica en los derechos, también universales. Es significativo que la vanguardia científica desarrollase su actividad, en gran medida al menos, al margen de las universidades, en las que seguían prevaleciendo los estudios teológicos. Los primeros filósofos de la naturaleza promovieron la creación de instituciones independientes con orientación laica, como la Royal Society.

El desarrollo de la ciencia durante los siglos XVII y XVIII formó parte de un movimiento intelectual más amplio, un movimiento que no sólo hizo avanzar las ciencias naturales, sino que trajo el progreso en otras áreas, especialmente en filosofía moral y política, y en las instituciones sociales. Se dice que la Ilustración constituyó una forma de rebelión frente a la autoridad en el ámbito del conocimiento. Y que ese rechazo a la autoridad resultó ser una condición necesaria para el progreso, porque en el periodo anterior había prevalecido la noción de que todas las cosas importantes que se podían llegar a conocer ya se conocían, y estaban contenidas en las obras de las autoridades del pasado. No es que fuera una idea universalmente aceptada en el mundo occidental, pero eran mayoría quienes así pensaban.

Los pensadores modernos se propusieron liberar la indagación científica de la subordinación a cualquier condición, creencia, costumbre o texto de autoridad previos. Y elaboraron todo un programa para la reforma social, intelectual y moral, que transformó en primer lugar los países en que se desarrolló, casi toda Europa más tarde y, a la postre, gran parte del mundo. Es obvio que los pensadores ilustrados estaban en deuda con el canon de filósofos empiristas y científicos del XVII. La apertura de horizontes que produjeron los filósofos naturales (cambios en la concepción del cosmos, leyes científicas universales, nueva concepción del organismo humano, etc.) tuvo una importante incidencia en el pensamiento moral y político que se desarrolló durante los siglos XVII y XVIII. Un buen ejemplo es el de Thomas Hobbes, fundador del pensamiento político británico y materialista radical; Hobbes se sentía fascinado por los descubrimientos de Galileo y por las ciencias empíricas en general, y veía en ellas el rigor que debía presidir cualquier forma de conocimiento. Y en un sentido inverso, David Hume, el gran empirista, sostuvo que todo el conocimiento, incluso las matemáticas y la filosofía natural (lo que hoy llamamos ciencias naturales), dependen en alguna medida de la ciencia del ser humano, puesto que tienen una relación, más o menos directa, con la naturaleza humana.

La Ilustración alumbró un sistema de valores distinto del que había presidido la vida intelectual occidental en los siglos anteriores. Esos valores, entre los que se incluyen la tolerancia (para con las ideas diferentes de las propias), la crítica (con su compañero el escepticismo), la humildad (que permite reconocer la falibilidad propia) y el optimismo (que empuja a esforzarse por ensayar nuevas posibilidades o abrir nuevos caminos) son los que propician un desarrollo científico cada vez más intenso y, a la par, también la democracia. Ciencia y democracia comparten, pues, un origen común porque son hijas de los valores que emergieron con fuerza en la segunda mitad del siglo XVII y ganaron presencia y aceptación durante el XVIII. Los defensores de la nueva política del pragmatismo, la tolerancia y el respeto a los derechos humanos, notablemente John Locke (a quien dedicaremos la próxima anotación), reconocieron de manera explícita su deuda con la ciencia por haber desterrado la brujería, la superstición y el dogma y por enseñarnos a basar el conocimiento en las pruebas y no en la autoridad. El desarrollo de la ciencia y la nueva libertad de pensamiento estaban en aquella época interrelacionados y eran interdependientes.

Literatura consultada:

Peter J Bowler, Iwan Rhys Morus (2005): Making Modern Science-A Historical Survey The University of Chicago Press

Stephen Bronner (2004): Reclaiming the Enlightenment Columbia University Press

David Deutsch (2011):The Beginning of Infinity: Explanations that Transform The World Penguin Press Science

Anthony Pagden (2013) The Enlightenment: And Why It Still Matters Random House

Karl Popper (1994): The myth of the framework. In defense of science and rationalityRoutledge.

Dick Taverne (2005): The March of Unreason. Science, Democracy and the New Fundamentalism Oxford University Press

Edward O. Wilson (1998): Consilience Alfred A. Knopf

Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

16 comentarios

  • Avatar de molinos

    Justo acabo de terminar «La edad de los prodigios» de Richard Holmes, y en el repaso que hace en el prólogo explicando el cambio en la manera de hacer ciencia y en su percepción por parte tanto de los científicos como de la sociedad en la época del Romanticismo, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX dice a propósito de la ciencia en la Ilustración:

    «La revolución científica de finales del siglo XVII había promulgado una forma de conocimiento privada, elitista y especializada. Su lingua franca era el latín y su moneda de cambio las matemáticas. Su público, aunque internacional, lo constituía un pequeño círculo de sabios y eruditos. La ciencia romántica, por el contrario, tenía un nuevo compromiso: el de explicar, educar y comunicar al gran público.»

    Ahora que lo pienso, dejar de comunicar la ciencia en latín…tiene mucho de democrático, al hacer posible que llegara a más gente…

    Muy interesante. Espero impaciente las siguientes entregas.

    • Avatar de Juan Ignacio Pérez

      Hola. Como te dije, tengo pendiente la lectura de ese libro. Entre tanto, sí puedo comentar que creo que desde la fundación de la Royal Society (y sociedades equivalentes) se empezó a comunicar ciencia en inglés, al menos para los socios. Aunque es cierto que se trataba de gente más que acomodada en general. Y sí, a partir del XIX, muchos científicos y otros que no lo eran se dedicaron intensamente a dar conferencias. A mí me ha interesado en especial que muchas de esas conferencias se daban en sociedades de trabajadores. Todo eso ocurría en el Reino Unido, Francia y Alemania, sobre todo. De España no tengo ni idea.

  • Avatar de Javier

    sin embargo, habría que anotar que no en toda cuestión de tolerancia o derechos destacaron los Ilustres. Un ejemplo notable, el papel de las mujeres, que seguía quedando rezagado en sus ideas a papeles inferiores. Salvo en contadas excepciones. Como sea, gran artículo!

    • Avatar de Juan Ignacio Pérez

      No, claro, había ámbitos en los que los avances en la teorización y posterior desarrollo de derechos y libertades se produjo más tarde. En los EEUU había ilustrados esclavistas, por ejemplo. Y en el Reino Unido, los derechos de las mujeres fueron reivindicados por Stuart Mill (otro ilustrado, aunque tardío) ya en pleno siglo XIX. Pero las formulaciones generales se produjeron un siglo antes.

    • Avatar de Juan Ignacio Pérez

      Gracias Jose Ramón. Me alegro que te haya gustado. Y sí, hay que seguir reivindicando el espíritu de la Ilustración. Nada ni nadie es perfecto, pero más que de ninguna otra época de la historia, somos herederos de la Ilustración, y conviene no olvidarlo.

  • […] “La Ilustración fue un vuelo de Ícaro de la mente que se extendió por los siglos XVII y XVIII. Una visión del saber secular al servicio de los derechos del hombre y del progreso humano fue la mayor contribución de Occidente a la […]

  • Avatar de Javier Armentia

    Como siempre, una interesante reflexión, Juan Ignacio. Hay un aspecto que siempre tengo pendiente de análisis y lecturas más profundas, y que ha sido tocado también en los comentarios sobre el carácter elitista y sexista de la Ilustración. Añadiría a ello el racismo. Si bien la ciencia fue usada por esclavistas y abolicionistas, en la Ilustración se encuentran usos de la ciencia más que torticeros, notablemente el caso de Henri de Boulanvilliers, o como lo del Homo monstrosus de Dumont d’Urville (quizá porque no podría ser de otra manera… pero conviene no quedarnos con una visión hagiográfica de ningún momento histórico o proceso social, qué te voy a contar que no sepas). Tengo pendiente, por cierto, la lectura del libro gran artículo. Me ha recordado que tengo pendiente leer «The Anatomy of Blackness: Science & Slavery in an Age of Enlightenment», de Andrew Curran (Baltimore, MD, John Hopkins University Press, 2011, ISBN: 9781421401508), sobre el tema. Una recensión: http://www.history.ac.uk/reviews/review/1379

    • Avatar de Juan Ignacio Pérez

      Interesante observación, Javier.
      Quizás quepa decir que la Ilustración fue sexista y elitista, pero ¿lo fue más que el periodo anterior? Lo dudo. Lo que quiero decir es que el mérito de los ilustrados consistió en que las nuevas ideas que desarrollaron, supusieron un avance indudable para la humanidad. o dicho de otra forma: ¿sería el mundo mejor hoy si no se hubieran escrito las obras que escribieron los ilustrados? ¿Habría sido mejor si sus ideas no se hubieran creado y difundido? ¿Habría sido mejor que se hubiese mantenido el antiguo régimen?
      Claro que las cosas se pueden mirar de otra forma: ¿Podrían haber avanzado más? Eso es muy difícil evaluarlo. Algunos lo hicieron. Stuart Mill, que fue un ilustrado, aunque tardío, fue quizás el primer defensor de la igualdad entre hombres y mujeres. Y ciertos moralistas, como Hume o los utilitaristas, fueron los predecesores de la noción de equidad que no ha alcanzado su máximo desarrollo hasta el siglo XX.
      Y si de usos torticeros de la ciencia hablamos, creo que tenemos ejemplos en toda su historia. Piensa en eugenesia o las bombas atómicas. La cuestión, por lo tanto, es: ¿viviríamos mejor sin ella?
      Salud

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