El 19 de noviembre de 2002, a unos 250 kilómetros al oeste de la costa de Galicia, se hundió el petrolero Prestige después de seis días de tortuoso periplo desde que unos días antes anunciara los primeros daños en el casco. Por cierto, monocasco. En total, unas 60000 toneladas de fuel pesado acabaron en el mar. Las imágenes de cientos de kilómetros de costa, entre el norte de Portugal y el oeste de Francia, cubiertas de chapapote, y de miles de voluntarios, vestidos de blanco, intentando limpiar el desastre quedaron grabadas en la memoria y en el imaginario de nuestra sociedad.
Unas semanas después, el 3 de diciembre, se prohíbe la pesca y el marisqueo en Galicia. El 1 de febrero, dos meses más tarde, se retira la prohibición y se reanudan las actividades pesqueras, y el 8 de octubre, diez meses desde el accidente, se levantan todas las restricciones a la pesca. Las pérdidas en el sector pesquero se calculan en 774 millones de euros. También ese año, y con urgencia, la Unión Europea prohibió la navegación de los petroleros monocasco y legisló que en 2010 no debería quedar ninguno. Ahora, en 2014, cuatro años después de la fecha aprobada para su desaparición, todavía navegan 32 de estas naves.
En marzo de 2003, cuatro meses después del hundimiento del Prestige, el 60% de los gallegos creía que alguno de los responsables políticos que habían gestionado la crisis debía dimitir, pero en las elecciones municipales de mayo de ese mismo año, solo dos meses después de la encuesta anterior, el Partido Popular, que gobernaba en Galicia y en España cuando se hundió el Prestige, volvió a ganar.
El 20 de abril de 2010, la plataforma submarina de extracción de petróleo Deepwater Horizon, propiedad de la British Petroleum (BP), explotó en el Golfo de México, a unos 1500 metros de profundidad. Murieron 11 trabajadores y dio comienzo al mayor desastre en el mar en la historia de la industria del petróleo. Se derramaron 62000 barriles diarios de crudo al mar durante los 87 días que duró el vertido, hasta que el 19 de septiembre se declaró sellado el pozo submarino. El resultado final fueron 4.9 millones de barriles de petróleo en el mar Caribe, millones de litros de dispersantes para disolverlo, miles de millones de dólares en daños y unas consecuencias para la salud humana y ecológicas, sobre todo a largo plazo, que todavía no conocemos.
Durante el vertido, las acciones de la BP cayeron un 40%, y el prestigio de la firma, según indicadores aceptados, bajó un 25%. El apoyo del público para la extracción de petróleo en el mar bajó del 61% al 44%. Incluso cayeron las ventas del pescado y el marisco del Golfo en un 16% (repasar los efectos del Prestige, y recomiendo ver la película “Bahía negra”, de 1953 y dirigida por Anthony Mann).
Pero, seis meses después, la situación cambió radicalmente. La moratoria del gobierno federal para la extracción de petróleo en el mar fue retirada y, para 2012, año y medio después de la explosión de la Deepwater Horizon, la producción de petróleo en el Golfo superaba las cifras anteriores al accidente. Las acciones de la BP subieron un 80% y lo mismo sucedía con su prestigio de la empresa. El apoyo público a la extracción de petróleo en el mar había recuperado los niveles de 2010. El turismo en Louisiana manejaba cifras como las anteriores al accidente, y se había recuperado la confianza de los consumidores en el pescado y el marisco del Golfo.
Estos cambios de opinión no son raros, como estamos viendo. Algo parecido había ocurrido con el accidente del Exxon Valdez dos décadas antes, en 1989, en Alaska. Fue el momento de las imágenes que se convertirían en icónicas de un vertido de petróleo y que, además, marcarían a varias generaciones. Eran las gaviotas cubiertas de crudo o los trabajadores limpiando playas y rocas. También fue el momento de debatir si había que prohibir la extracción de crudo en las reservas de vida salvaje de Alaska. Ahora, los grupos de presión están consiguiendo que los apoyos públicos cambien. Por otra parte, los pescadores de la zona, por la prohibición de la pesca y la desconfianza de los consumidores, perdieron 155 millones de dólares en los dos años siguientes al accidente, sobre todo en la pesquería del salmón y en el marisqueo.
Para estudiar las relaciones entre estos accidentes y vertidos, la opinión pública y sus cambios y las noticias en los medios, Rocío Domínguez y María Loureiro, de la Universidad de Santiago de Compostela, han reunido todas las noticias publicadas sobre el accidente del Prestige por El País, El Mundo y ABC, como diarios de difusión nacional, y La Voz de Galicia, de difusión regional, entre el 11 de noviembre de 2002 y el 31 de diciembre de 2006. Además, recogen los precios del pescado en las lonjas donde se subasta, desde Vigo a El Ferrol. Los pescados que se siguen durante este periodo son las seis especies que suponen el 60% de las ventas: sardina, jurel, caballa, bacaladilla, pez espada y merluza.
Los precios, después del accidente, bajan hasta un 40% de media y, después se van recuperando, aunque nunca lo hacen hasta el valor de antes del vertido. Si hacemos la media de las seis especies, antes del Prestige el precio es de 2.84 euros el kilo, después del Prestige baja un 15% y, ya en 2006, recupera hasta el 90% del valor inicial.
En cuanto a las noticias y su relación con el vertido, la publicación de un texto sobre el derrame provoca una caída de un 0.29% en el precio del pescado al día siguiente. Si no se publica, no hay bajada, y si no se publica nada en un tiempo, incluso empieza a subir. En total, las pérdidas se calculan en algo más de 70 millones de euros.
Como nos describen Domínguez y Loureiro, las noticias en la prensa estigmatizan la pesca, y el estigma, que dura en el tiempo y se extiende por el área geográfica del vertido y de las noticias, consigue la caída de los precios en ese 0.29% al día que he mencionado. Pero, a pesar de las pérdidas, los que gestionaron el accidente ganaron las elecciones municipales unos mese después.
Para los vertidos del Exxon Valdez y de la Deepwater Horizon, Humphreys y Thompson, de la Universidad del Noroeste en Evanston, analizan las noticias en el New York Times, Wall Street Journal y USA Today, desde 1989 a 2013. Encuentran que la prensa consigue que el desastre, y vale para los dos accidentes mencionados, se convierta en un mito, incluidas las imágenes icónicas, con un solo culpable, la compañía propietaria, y de esta forma, con un culpable convicto y, a veces, hasta confeso, llevar la calma al público, considerar el asunto resuelto y cerrar el desastre. Y, está claro, llevarlo al olvido.
Para conseguirlo utilizan, según los autores, cuatro narrativas, cuatro relatos del accidente, a veces por separado, a veces a la vez. Estos relatos son: segregación, o separar el vertido del entorno o, lo que es lo mismo, no hay daños ambientales; excepción, o conseguir que se acepte que el desastre era imprevisible, o sea, inevitable y sin solución y, por tanto, no debe preocuparnos (algo así como la caída de un meteorito); castigo, alguien ha fallado y hay que encontrarlo y castigarlo, y asunto resuelto; y, finalmente, recuperación, que significa que el vertido ya se ha resuelto y estamos todos bien, como antes del accidente.
Es más, para los autores, el objetivo principal de las noticias de la prensa es que la resolución del desastre, por una u otra narrativa, nos lleve al olvido. Debemos olvidar que la extracción y el transporte de petróleo siempre es una actividad llena de riesgos. Y debemos considerar esos riesgos como controlados, asumidos y, por tanto, olvidados. Sin embargo, o se cambian los usos relacionados con el petróleo y dejamos de olvidar o solo nos queda un futuro, el siguiente accidente.
Referencias:
Domínguez Álvarez, R. & M.L. Loureiro. 2013. Environmental accidents and stigmatized fish prices: Evidence from the Prestige oil spill in Galicia. Economía Agraria y Recursos Naturales 13: 103-126.
Humphreys, A. & C.J. Thompson. 2014. Branding disaster: Reestablishing trust through the ideological containment systemic risk anxieties. Journal of Consumer Research DOI: 10.1086/677905
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
El petróleo, los desastres y la prensa
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