A las 16 h, 3 min, 30 s del pasado 12 de noviembre el módulo Philae, tras separarse siete horas antes de la sonda Rosetta, aterrizó en un cometa que se encuentra a unos 500 millones de kilómetros de distancia de la Tierra. Aunque la misión no ha finalizado aún, culminaba así un viaje que ha durado algo más de diez años y que ha permitido a la Agencia Espacial Europea (ESA) poner sobre la superficie del cometa un laboratorio del tamaño de una lavadora y de unos 100 kg de masa.
El cometa -de nombre 67P/Churyumov-Gerasimenko– es una roca de forma curiosa, ya que tiene el aspecto de estar formado por dos lóbulos. Para hacernos una idea de su tamaño, el lóbulo mayor cubriría el centro de Bilbao, de Santuchu a Indauchu, el menor haría lo propio con Deusto, San Ignacio y Zorroza, y el istmo correspondería al espacio que va del parque de Doña Casilda al hospital de Basurto; todo ello aproximadamente, por supuesto. Chury, como se le ha dado en llamar de forma abreviada, tarda seis años y medio en dar una vuelta completa alrededor del Sol y rota sobre sí mismo cada 12,4 horas. En su recorrido a lo largo de la órbita que describe se desplaza a velocidades que alcanzan un valor máximo de 135.000 Km/h.
El aterrizaje de Philae resultó accidentado, a pesar de lo cual la misión ha sido un éxito y sin duda pasará a la historia de la exploración espacial como uno de sus hitos más importantes. Desde el punto de vista científico y tecnológico el logro es espectacular, pues toda la maniobra de aproximación y aterrizaje la realizó sin ser guiada desde la Tierra, sino haciendo uso de sus aparatos de telemetría, dispositivos motrices y sistemas informáticos que, en cada momento, procesaban la información y establecían las maniobras a realizar.
Aunque Philae ha agotado su batería antes de lo previsto, durante el tiempo que permaneció activa obtuvo y envió a la Tierra valiosísimos datos relativos a las características del cometa, y no se descarta que más adelante, si la batería puede recargarse, obtenga y envíe más información. Pero tan importante como esa información son el conocimiento y la tecnología generados por la ESA para la misión que, además de servir para ampliar los horizontes de la exploración espacial, encontrarán nuevos e insospechados usos. El conocimiento que ha servido para colocar un minilaboratorio en la superficie de una roca del tamaño de Bilbao y que se encuentra tres veces y media más alejado de nosotros que el Sol, tendrá numerosas aplicaciones ahora desconocidas, muchas de ellas en aspectos claves para nuestra calidad de vida.
Dice el físico David Deutsch que es inútil tratar de prevenir todos los problemas que en el futuro puedan surgir. Porque el futuro es impredecible, por supuesto, y no es posible evitar que surjan problemas hoy insospechados. Por eso, más que prevenir problemas que ahora creemos quizás atisbar, nuestro objetivo ha de ser otro. Lo que los seres humanos hemos de hacer, según Deutsch, es generar el máximo conocimiento posible, porque sólo de esa forma podremos afrontar con alguna posibilidad de éxito los problemas que inevitablemente surgirán. Y en ese empeño, empresas como la misión Rosetta marcan sin duda el camino por el que transitar. El conocimiento del Sistema Solar, así como la ciencia y tecnología que ha sido necesario producir para el desarrollo de esta misión pueden resultar claves para nuestra supervivencia futura. Por eso, Rosetta es una ventana abierta al sistema solar y una ventana abierta al futuro de nuestra especie.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Este artículo fue publicado el 23/11/14 en la sección con_ciencia del diario Deia
Una ventana llamada Rosetta
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