Al margen de lo señalado en la segunda y tercera entregas de esta serie en relación con el papel de la ciencia en el desarrollo de la humanidad en su conjunto, hay también numerosos ejemplos del impacto de la ciencia y la tecnología en los países pobres durante los últimos años. El más importante, quizás, es el de la mejora en el control de enfermedades. El sida, la malaria y la tuberculosis han sido dianas de la acción de nuevos tratamientos. Fármacos antirretrovirales de bajo coste han permitido salvar muchas vidas de personas contagiadas con el VIH. La transmisión del virus de madre a hijo ha bajado de forma significativa con el desarrollo de nuevos protocolos farmacológicos y tratamientos. Y por otra parte, se han desarrollado nuevas medicinas para tratar la tuberculosis multirresistente a antibióticos.
Se ha producido también un importante avance en el control de la malaria en el África subsahariana, la India y otros países, gracias especialmente a la rápida extensión por todo el Globo de terapias combinadas basadas en la artemisinina. El uso de redes de cama tratadas con insecticidas duraderos y de test de diagnóstico rápido de la malaria han experimentado una importantísima expansión. Los test de diagnóstico rápido han tenido importancia especial en niños, lo que ha permitido actuar con rapidez proporcionando los tratamientos más adecuados. Las muertes por malaria se han reducido a la mitad desde 2001.
Pero no solamente ha sido el control de las enfermedades el aspecto en que la ciencia y la tecnología han tenido un impacto positivo en los avances registrados de cara al cumplimiento de los objetivos del milenio. Su contribución en el campo de la alimentación también ha sido significativa. Parte de la mejora en la producción de alimentos se ha basado en el desarrollo de nuevas variedades. Tenemos varios ejemplos de ese desarrollo. El cultivo de variedades con mejor valor nutricional –lo que se denomina biofortificación- ha sido crucial para mejorar los estados carenciales y combatir enfermedades. En Uganda, por ejemplo, se cultiva una patata dulce de carne anaranjada que es muy adecuada para su cultivo en aquel país y que contribuye a aliviar el hambre y la malnutrición. Es rica en beta caroteno, el precursor de la vitamina A, que ayuda a prevenir la ceguera y otras enfermedades. También se ha desarrollado el arroz dorado, modificado genéticamente para enriquecerlo en esa misma sustancia, precisamente. Y se han producido variedades de arroz de alto rendimiento, resistentes a la sequía, a las inundaciones y al calor.
Por otra parte, la revolución de las telecomunicaciones en África ha significado una gran contribución para el cumplimiento de algunos de los objetivos del milenio. En África hay ahora cerca de 300 millones de teléfonos móviles, y el acceso a internet mediante esos dispositivos ha permitido comunicar a pueblos aislados y áreas rurales en general con el resto del mundo. Gracias a esa comunicación las personas de esas áreas han tenido mejor acceso a servicios bancarios y al comercio; también ha permitido a los agricultores y granjeros, por ejemplo, acceder a información de mercados y vender sus productos directamente a mejores precios. También han tenido acceso a atención médica e información de salud pública mediante servicios de telemedicina.
En otro orden de cosas, se han producido innovaciones en el diseño de cocinas de combustión más limpia y eficiente, lo que ha ayudado a reducir la contaminación doméstica y a reducir de ese modo las infecciones respiratorias, salvando vidas, en especial entre los más jóvenes. Esas cocinas y estufas son más eficientes y utilizan principalmente combustibles renovables como madera, carbón vegetal y estiércol animal.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología en la UPV/EHU y coordinador de su Cátedra de Cultura Científica.
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