En pleno siglo XXI hay quienes insisten en separar el arte de la ciencia. Hay quienes se ofenden, incluso, cuando se les compara o se señala que ambas materias se necesitan y que son más complementarias que antagónicas.
¿Qué sería de la ciencia, si los ingenieros no supiesen dibujar?, ¿Qué sería del arte, si los artistas no supiesen de dimensiones, perspectiva o acústica?, ¿Cómo sería el mundo hoy, si no hubiese existido Leonardo?, el polímata por antonomasia. Aquel a quien se atribuye la frase: “Todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentimientos”, ¿no es lo mismo que sucede con la música? Bueno, con alguna más que con otra.
Claro que hubo una época en la que las personas sabían de todo. No se planteaban si había que elegir entre ciencias y letras, simplemente aprendía. ¿Se imaginan cómo hubieran sido los cuadernos de Darwin si no los hubiese llenado de dibujos? ¿Esos dibujos son arte o son ciencia?
Yo creo que gastamos energía innecesariamente al intentar explicar que ambas son fundamentales para el desarrollo humano, es una obviedad. Si bien es cierto que en la actualidad se tiende hacia una superespecialización de las personas que las empuja a saber mucho de algo en concreto y poco o nada de otras materias. Esto lleva a que el mundo de la ciencia, que es en el me voy a centrar, los grupos de investigación estén compuesto de numerosos profesionales, expertos en diferentes materias. Es lo que se llama multidisciplinariedad.
Los equipos son multidisciplinares, sí, ya no se trabaja en solitario sino que hay que trabajar en equipo y cada miembro del mismo añade piezas a un puzzle que es la investigación común dirigida por un responsable encargado de coordinar el trabajo de todos. Y eso está genial porque obliga a los científicos a relacionarse con profesionales de otras ramas, algo muy útil a la hora de valorar el trabajo de los demás.
Y volviendo a la guerra entre ciencias y artes, existe un campo en el que ambas se unen para obtener resultados de lo más interesantes y es evidente la necesidad de profesionales formados en distintas especialidades: la restauración. Ese trabajo en el que laboratorios de química, extracción de muestras, análisis, diagnóstico, tratamiento o pruebas radiológicas (términos propios del mundo de la medicina) se encuentran en el día a día de los profesionales encargados de intervenir, como si de médicos del arte se tratase, esculturas, pinturas o documentos, entre otros elementos.
La restauración no consiste en crear sino en conservar. Además, el secreto de un buen restaurador es ser consciente de lo que tiene y responsable de lo que hace, es decir, debe tener en consideración que no se trata de una obra propia sino de otro autor por lo que hay que pasar desapercibido aunque es fundamental que, a poca distancia, sus intervenciones se puedan apreciar.
Todo proceso de restauración se inicia con el trabajo de documentación que llevan a cabo historiadores. Son los responsables de documentar históricamente las obras de arte que reciben, preparando un informe sobre el marco histórico en que se creó la pieza así como del autor de la misma, su forma de trabajar o la de su escuela, su iconografía, las influencias estéticas, etc.
A continuación se comienza un informe grafico de la obra en el que mediante fotografías digitales se recogen milímetro a milímetro todos los detalles de la pieza antes, durante y después del proceso de restauración, y se incluyen en una ficha digitalizada que contiene toda la información sobre las acciones que se llevan a acabo y que quedan recogidas en un archivo documental.
También se les somete a un examen con luz ultravioleta, algo que permite determinar la situación exacta de los repintes que ha sufrido la obra, así como el estado de los barnices que se han usado sobre ella y mediante esta técnica es posible conocer cuántas veces se ha modificado la pieza a lo largo del tiempo y qué queda de su estado original.
En el caso de las esculturas, es necesario conocer su estado tanto por dentro como por fuera. Para ello se les somete a pruebas de rayos X que ofrecen información sobre la posición de los clavos o los huecos que pueda contener la madera y, en los casos en los que existen esas cavidades, se lleva a cabo una endoscopia que permite visualizar los recovecos internos de las piezas para conocer su estado.
En algunas ocasiones, en esos huecos, se han encontrado inscripciones secretas realizadas por el autor y que nunca pensaba que se fueran a descubrir. Aunque lo más habitual es encontrar algún tipo de insecto xilófago que hay que exterminar, generalmente, mediante anoxia. Cuando se trata de cuadros, se puede conocer lo que hay bajo la pintura a través de reflectografía.
Los bisturíes, como en los quirófanos, también son parte de las herramientas que utilizan los restauradores. Solamente en el caso de las imágenes de culto, cuando sufren un desperfecto se recompone la obra, tal y como está establecido en los principios básicos internacionales sobre restauración de obras de arte.
Es importante señalar que muchos de los materiales utilizados en restauración (barnices, disolventes, etc.) suelen generar gases tóxicos, por lo que los talleres cuentan con un extractor que mantiene el aire limpio aunque también es común que cada trabajador cuente con una trompa de extracción de gases personalizada y localizada sobre su puesto de trabajo, la cual evita que los vapores puedan afectarles.
En general, la restauración de obras de arte es un trabajo multidisciplinar que conlleva una formación constante y en la que, además, trabajan varios miembros del equipo a la vez porque las decisiones en cuanto a las intervenciones que se van a llevar a cabo se toman siempre en grupo y en beneficio de la obra.
Ciencia en el museo
Y habiendo usado el ejemplo de la restauración para mostrar como los equipos y métodos de trabajo son bastante similares en ciencia y en arte, me gustaría aprovechar para recomendarles una serie de vídeos breves que se pueden ver en la web del Museo del Prado, bajo el título ‘Arte y Ciencia. Otros ojos para ver el Prado’ los cuales, tal y como se lee en la web, “ofrecen una nueva interpretación de algunas de las obras maestras del Prado mediante el encuentro constructivo de la sabiduría artística de sus conservadores con la de diferentes especialistas en los ámbitos científico, filosófico o humano”.
Se trata de una serie en la que restauradores del museo y distintos científicos analizan obras tan conocidas como Las Meninas, El Jardín de las Delicias, Las Lanzas o Las Hilanderas desde el punto de vista de la física, la filosofía, la genética o la psicología, entre otras materias. Sin duda, una perspectiva diferente que quizá les haga reflexionar sobre las diferencias o similitudes entre arte y ciencia.
Sobre la autora: Maria José Moreno (@mariajo_moreno) es periodista
Nota del editor: todas las obras que ilustran este texto son objeto de comentario en la serie «Arte y Ciencia» del Museo del Prado.
Rosalia Sanchez Ciganda
…CULTURIZARNOS, seguimos aprendiendo. Qué importante el trabajo multidisciplinar !!!
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Julia
Estoy totalmente de acuerdo. Para mí, que estoy en segundo de Bachillerato, ha sido un gran dilema tener que elegir entre las artes y las ciencias, ya que son caras de la misma moneda. Solo puedo decir que algún día espero cambiar esta horroroso sistema, que no persigue en absoluto la búsqueda del conocimiento, sino más bien la especialización, que conlleva a la idiotez suprema. ¿Cómo vamos a entender el mundo y sus circunstancias si solo comprendemos una migaja del mismo? Vargas Llosa escribe sobre esto con profunda maestría en su libro «Elogio de la educación».