El comercio de fauna salvaje se ha convertido, por su magnitud económica, en la cuarta modalidad de crimen organizado transnacional en el mundo, y el tráfico de marfil de elefante africano es una parte muy importante de ese comercio. Se estima que en 2011 fueron abatidos 40.000 elefantes africanos y se aprehendieron 41 toneladas de marfil. En 2013 fueron incautadas 51 toneladas de marfil, por lo que se estima que pudieron ser cazados más de 50.000 elefantes. Si tenemos en cuenta que quedan aproximadamente medio millón de elefantes en África, fácilmente se puede apreciar la magnitud del desastre.
Los elefantes constituyen un recurso económico importantísimo para un buen número de países africanos en los que el reclamo de la gran fauna atrae al continente a miles de turistas procedentes de todo el mundo cada año. Pero, ante todo, el elefante africano tiene un enorme valor intrínseco. Es uno de los iconos de la fauna salvaje, el animal de mayor tamaño sobre la superficie de nuestro planeta, un mamífero con notables capacidades cognitivas, y una de las especies cuyos miembros manifiestan de forma más evidente sus emociones. De todo ello se deduce la importancia de combatir la caza furtiva de elefantes y el comercio ilegal de marfil.
Un equipo formado por investigadores de la Universidad de Washington (Seattle, EEUU) y un miembro de la Interpol ha completado un estudio en el que, en primer lugar, han caracterizado genéticamente a los elefantes africanos –de las dos subespecies, la de la selva y la de la sabana- en toda su área de distribución. Para ello analizaron 1.350 muestras de ADN de elefantes procedentes de 71 localidades pertenecientes a 29 países. Y a continuación, analizaron el ADN de colmillos procedentes de 28 partidas de gran tamaño (superiores a 500 Kg) incautadas en África y Asia entre 1996 y 2014. Al comparar el ADN de las muestras de marfil con la distribución geográfica de los marcadores moleculares utilizados, pudieron atribuir a cada muestra de marfil un origen geográfico concreto, lo que les ha permitido identificar las áreas en las que la caza ilegal se practica de forma más intensa.
El resultado más importante de esta investigación ha sido que casi todas las grandes partidas analizadas proceden de tan solo cuatro zonas, y que si se limita el ámbito temporal a las capturas posteriores a 2007, la procedencia se limita a dos áreas. Alrededor del 90% del marfil de elefante de sabana procede del sudeste de Tanzania y de la zona adyacente del norte de Mozambique. Y el 90% del marfil de elefantes de bosque procede de una zona -a la que se denomina TRIDOM (Trinational Dja-Odzala-Minkebe)- que comprende un 7% de la selva de la cuenca del río Congo. Una localización tan precisa y de extensión tan limitada de las zonas en las que se practica el furtivismo con los elefantes facilita mucho la tarea de vigilancia y la persecución del delito, y debiera servir para combatir de forma mucho más efectiva la caza de elefantes y el tráfico delictivo de marfil.
La genética molecular tiene aplicaciones sorprendentes. No hace mucho supimos que se puede rastrear la procedencia del atún en conserva y dictaminar, analizando su genoma, no sólo a qué especie pertenece, sino también de qué zona geográfica procede. También puede servir para saber, entre otras fruslerías, si hay carne de caballo en la hamburguesa de ternera. Y aprendemos ahora que puede ofrecer muy valiosa información para localizar con relativa precisión las áreas en que se practica la caza furtiva de elefantes en África para comerciar con su marfil.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Este artículo fue publicado el 5/7/15 en la sección con_ciencia del diario Deia