Ser pionero en cualquier materia, salvo honrosas excepciones, suele resultar una ardua tarea repleta de obstáculos y críticas. En nuestro caso, y en un ambiente tan cerrado y estricto como fue el de la España decimonónica, alzarte como defensor del darwinismo significaba poco menos que una afrenta directa a las clases dominantes y al poder eclesiástico.
La polémica alrededor del darwinismo en España no es equiparable a la que puede existir en nuestros días sobre cualquier debate científico. Desde mediados de la década de 1860 hasta bien entrado el siglo XX, mostrarse favorable a las nuevas tesis llevaba implícito soportar ataques e insultos personales, caricaturas, presiones políticas y sociales. Muchos de los introductores de los que hablaremos en esta serie sufrieron consecuencias tan dispares como la excomunión, el despido, pérdidas económicas, exclusión social…
En 1831, el mismo año en que Charles Darwin intentaba (infructuosamente) desembarcar en las islas Canarias, nacía en Telde uno de nuestros primeros protagonistas: Gregorio Chil y Naranjo.
No eran buenos tiempos para el Archipiélago. Pobreza extrema, hambrunas, analfabetismo y enfermedades dejaban a las islas dos pasos por detrás de una España ya de por sí atrasada. Gregorio nació en un ambiente modesto pero con la suerte de contar con una ayuda que, a la postre, resultaría paradójica: Su tío Gregorio Chil y Morales era canónigo y tenía ya prevista una prometedora carrera eclesiástica para su sobrino. Sin embargo, las inclinaciones del joven no iban por esos caminos, Gregorio quería estudiar Medicina y finalmente su tío le proporcionó la financiación necesaria para acudir a la prestigiosa Universidad de La Sorbona.
En lo político, el París de 1848 vivía días convulsos. En febrero de ese año se había iniciado una revolución contra la Monarquía y, desde su llegada, Gregorio iba a demostrar sus firmes convicciones sociales puesto que apenas tardó un mes en encontrarse tras las barricadas republicanas que finalmente terminaría derrocando al Rey Luis Felipe I de Francia.
Salió de unas islas económicamente en crisis, asoladas por frecuentes epidemias y predominantemente agrícolas para darse de bruces con un gigantesco y sofisticado menú cultural salpicado de genios como Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Hector Berlioz, Jean-Baptiste Corot o Pierre Joseph Proudhon. Su estancia en Francia duró casi una década y sería el viaje que abriría su mente, algo así como su propio Beagle…
En el ámbito científico también se vivían momentos apasionantes. La antropología se convertía en ciencia, recordemos que en la década de 1830 se descubrió el primer Neandertal, en 1868 apareció el Cromagnon y los estudios sobre los orígenes de nuestra especie comenzaban a verse a la luz de la nueva teoría de Darwin y Wallace. De hecho, Gregorio contactó personalmente y entabló gran amistad con figuras de la talla de Paul Broca, Armand de Quatrefages, Ernest Teodore Hamy, Paul Topinard o René Verneau.
Chil y Naranjo terminó sus estudios de manera brillante, se doctoró en 1857 y preparó su vuelta a Canarias dos años más tarde, justo en el momento en que Darwin publicaba el Origen de las especies. Su vida a partir de entonces debería haber sido la de un médico local cualquiera en su pequeña consulta de Las Palmas, sin embargo, Gregorio iba a llevar una especie de doble vida y, a la par que ejercía sus funciones como médico atendiendo pacientes en el barrio de Vegueta, realizaba numerosos viajes para asistir a convenciones, simposios y reuniones científicas.
De su etapa de París conservaba sus amistades en los círculos científicos, escribía con frecuencia para diarios franceses y fue miembro destacado de las más importantes Sociedades científicas de la época incluyendo la Societé d’Anthropologie de Paris, la Societé d’Etnographie de Paris o L’Académie de France. El mayor deseo de Gregorio era traer a Canarias el afán científico y cultural que había encontrado en París y en otras ciudades europeas como Heidelberg de la que hablaba maravillas:
«Esta ciudad, menos poblada que la nuestra de Las Palmas, tiene una universidad célebre por sus sabios profesores, una biblioteca con más de ciento cuarenta mil volúmenes, importantes manuscritos, archivos históricos de gran valor, un jardín botánico, gabinete y colecciones científicas, una escuela de agricultura, sociedades de ciencias naturales, de medicina, de literatura, etc. A vista de este ejemplo ¿qué podemos decir de nuestras ciudades del Archipiélago Canario?”.
Aquel sentimiento de sana envidia de cuanto estaba ocurriendo en Europa empujó al doctor Chil y Naranjo, y a otros tantos profesores e intelectuales canarios, a iniciar en el segundo tercio del siglo XIX una labor cultural y científica pionera, y de paso consiguieran introducir y aplicar las recientes teorías de la selección natural a los estudios antropológicos en España.
En 1876 publicaba el primer volumen de su gran (e inacabada) obra «Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias» directamente influenciada por las corrientes científicas que había conocido en Francia y por supuesto, con inclinaciones favorables a la evolución.
La respuesta a su obra no tardó en llegar, y apenas unos meses después de su publicación, Chil y Naranjo fue declarado «pecador público» por el Obispo Urquinaona y Bidot hasta que se retractara de sus afirmaciones darwinistsa. Por supuesto Gregorio no se retractó por lo que el siguiente paso que el Obispo dio fue el de prohibirle contraer matrimonio y además ordenó a todos los católicos que no leyeran su libro… algo que como podéis imaginar supuso un gran favor para Chil y Naranjo puesto que incrementó las ventas de la obra.
Aún así, enfrentarte a la Iglesia en aquellos tiempos tenía consecuencias. En una sociedad tan influenciada por la religión, las consecuencias se extendían a todas tus relaciones familiares (y más teniendo en cuenta que había sido su tío canónigo quien había sufragado los gastos de sus estudios en Francia), a tu posición social e incluso afectaban seriamente a tu situación económica.
Fueron años difíciles para Gregorio Chil y Naranjo sufriendo el rechazo de buena parte de su familia y pasando por estrecheces económicas al perder el apoyo de varios amigos e instituciones, más si tenemos en cuenta que la publicación de este primer tomo de su obra fue sufragada por su propio bolsillo.
Excomulgado, criticado y con tensiones familiares y sociales, la situación de Gregorio no fue muy distinta a la de otros arriesgados defensores del darwinismo en España, de hecho, esa sería la tónica general que regiría el debate científico sobre la evolución en nuestro país durante muchas décadas: Augusto González Linares sería apartado de su Cátedra por oponerse a las leyes promulgadas por el Ministro Orovio que prohibían enseñar contra la monarquía y la fe católica, Máximo Fuertes Acebedo perdió la dirección del Instituto de Badajoz tras la publicación de su libro El darwinismo: Sus adversarios y defensores, y así podríamos seguir con una amplia lista de «damnificados» por el desembarco de la evolución en España en la segunda mitad del siglo XIX.
A pesar de las críticas, presiones e ironías despectivas (como la célebre etiqueta de la imagen superior), pocos de los defensores del darwinismo en España se echaron atrás en sus postulados, y Gregorio Chil y Naranjo no iba a ser una excepción.
Al primer tomo de su obra en 1876 le seguirían otros dos tomos igualmente evolucionistas (1880 y 1891) acompañados de un gran trabajo de recopilación de objetos y restos arqueológicos que pronto se convertirían en el germen del actual Museo Canario. Para este fundamental paso Gregorio realizó una gira europea por los más importantes museos, incluidos los de su admirada Heidelberg, y finalmente el 04 de agosto de 1879 abría por primera vez sus puertas el Museo Canario de arqueología, etnografía y antropología, una fecha notable si tenemos en cuenta que el mítico Natural History Museum de Londres aún tardaría dos años más en inaugurarse.
El doctor Chil y Naranjo sería el Director del Museo hasta su muerte en 1901. En su testamento donó su propia casa como sede del Museo… una casa en Las Palmas que, a día de hoy, aún continúa siendo el hogar del Museo Canario.
Este post ha sido realizado por Javier Peláez (@irreductible) y es una colaboración deNaukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
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