Pocos artistas reflejaron el tiempo que les tocó vivir mejor que Goya. Su evolución como pintor nos lleva desde el ambiente cortesano y desenfadado de la nobleza, las cacerías y las coloridas fiestas campestres de sus inicios, hasta la crudeza casi de reportaje periodístico de los años de la guerra de Independencia y la posterior etapa de pinturas negras en la que la creatividad del genio de Fuendetodos se desborda en oscuras alegorías de la realidad.
En 1819 comenzó los trabajos de una de las pinturas más representativas y premonitorias de lo que sería nuestro país en los siguientes 200 años: Duelo a garrotazos, también conocida como “Las dos Españas”, una lucha fratricida a palos que es fiel metáfora de la tensa confrontación entre los dos bandos, liberales y conservadores, que dominaría todo el siglo y bien podríamos decir que llega hasta nuestros propios días.
Desde el primer momento, en España el debate sobre darwinismo adquirió tintes políticos. De hecho todas las nuevas corrientes científicas sobre biología, geología o antropología se entendieron, casi inmediatamente, como una más de las características del progresismo. Para muchos darwinismo, positivismo, krausismo y materialismo se confundían, se mezclaban e incluso eran sinónimos que marchaban inseparablemente unidos a las ideas liberalistas que se enfrentaban a la España conservadora, católica y monárquica.
Y mientras en el bando liberal se añadían y mezclaban una gran cantidad de corrientes filosóficas, científicas y sociales, en el lado conservador las cosas eran mucho más simples. En 1860, durante el discurso de apertura del curso académico de la Universidad de Barcelona, Joaquim Rubió i Ors, Presidente de la Real Académia de Bones Lletres, lanzaba en presencia de la mismísima Reina Isabel II la siguiente consigna: “Primero es ser católicos que ser filósofos”… las cosas estaban claras para los conservadores.
Como vimos en la anterior entrega de esta serie, la Iglesia fue la principal opositora del darwinismo en España, pero encontrarse de frente con el clero significaba automáticamente tener a una buena parte de la sociedad también en contra. Cualquier teoría científica, filosófica o social que pusiese en duda la base de creencias de la Iglesia Católica sería rechazada, censurada y en muchos casos perseguida durante los sucesivos gobiernos conservadores del siglo XIX.
El breve periodo de libertad que supuso la Revolución gloriosa de 1868 fue también nicho de los trabajos subterráneos de los conservadores para restaurar la monarquía con Alfonso XII como Rey. En la imagen superior podemos ver a Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido Conservador y uno de los principales artífices de la llegada al trono de los Borbones que, en 1872 y durante una conferencia, afirmaba: “Darwin no se propone otra cosa que hacer inútil la idea de Dios mediante sus obras científicas”.
Como podéis imaginar, dos años después y ya convertido en Presidente del Gobierno, Cánovas prohibió la libertad de Cátedra que había permitido difundir las perniciosas ideas darwinistas en la Universidad, instauró nuevamente la censura y destituyó a numerosos profesores y catedráticos afines al krausismo.
La Universidad, en otro tiempo foco destacado de introducción del darwinismo en España, volvía a manos de los conservadores que fortalecieron los puestos más decisivos con profesores conservadores y católicos que se aseguraron de impartir una visión “oficial” de la ciencia. En 1874, y con Cánovas ya a los mandos, el Rector de Santiago se vanagloriaba públicamente de que en su Universidad ya no quedaba ni un solo texto darwinista.
El refugio de muchos intelectuales liberales durante este tiempo, como ya hemos visto, fue la Institución de Libre Enseñanza y los Ateneos, instituciones culturales diseminadas por multitud de ciudades en las que se debatían calurosamente temas de ámbito filosófico, económico o científico.
A falta de Universidad, en manos de los conservadores desde la Restauración, los Ateneos se convirtieron en un nuevo foco de difusión (y debate) del darwinismo. A aquellos ciclos de conferencias realizados en los Ateneos de las grandes ciudades acudían intelectuales de todo tipo, tanto liberales como conservadores, y en muchas ocasiones las charlas terminaban en trifulcas, vítores y encendidas discusiones.
Casos sonados como el del filósofo y economista catalán Pere Estasen i Cortada que impartió una célebre conferencia en el Ateneu Barcelonés se repitieron por toda España. Ante una concurrida audiencia, el 12 de enero de 1877, Estasen defendió el darwinismo y la gran influencia que éste tenía en toda la ciencia, la filosofía y la sociedad. Los miembros conservadores del Ateneo comenzaron a mostrar su más firme rechazo a las tesis darwinistas en una discusión que terminó siendo portada del conservador “Diario de Barcelona” en el que se afirmaba que Estasen hacía caso omiso a todo lo supranatural.
La polémica fue tan enorme que la dirección del Ateneu, fuertemente presionada por sus socios más conservadores, tuvo que suspender el ciclo sobre positivismo cuando tan solo se habían celebrado cuatro conferencias, de las treinta que tenían previstas.
Sin embargo, y como ya hemos visto en otras ocasiones, el efecto de todas estas estrategias políticas e intelectuales para frenar la aceptación del darwinismo en España fueron inútiles, y de hecho contribuyeron aún más a su expansión. Como suele suceder, la forma más eficaz de poner de moda algo es enfrentarlo, discutirlo o prohibirlo.
Este post ha sido realizado por Javier Peláez (@irreductible) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
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