El placer que proporciona la práctica del sexo es un incentivo muy fuerte para mantener relaciones sexuales y, por lo tanto, constituye un elemento fundamental en la biología reproductiva. Al fin y al cabo, es así como los machos fecundan a las hembras. Me refiero a especies de fecundación interna, por supuesto, ya que nada de esto tiene sentido en las de fecundación externa, aquéllas cuyos individuos masculinos y femeninos se limitan a liberar sus gametos al exterior y dejar que se unan casi por azar si tienen la “fortuna” de encontrarse.
Pero una cosa es el sexo y otra es el amor. Hoy sabemos que el amor es un sentimiento con una base neurofisiológica compleja; además, no son iguales todas las formas de amor. Aunque comparten ciertos rasgos, no es lo mismo el amor paterno o materno y el amor romántico, por ejemplo. Y tampoco es lo mismo el amor que se experimenta durante las primeras semanas de enamoramiento y el que perdura en las parejas a largo plazo, …cuando perdura.
El sentimiento amoroso en las parejas tiene un gran valor, ya que gracias a él mantienen su relación más allá del momento de la cópula. De esa forma, ambos miembros contribuyen al cuidado parental que es el que permite sacar adelante a la progenie. Gracias al amor, por lo tanto, se mantiene un vínculo que, de otra forma, bien podría ser efímero. Aunque en nuestra especie hay variedad de comportamientos en lo relativo a las relaciones de pareja, por comparación con la mayoría de los mamíferos –quede clara la intención comparativa- la nuestra es una especie bastante monógama, al menos socialmente.
La monogamia es más común en aves que en mamíferos. Hay muchas especies de aves que forman parejas permanentes para toda la vida y, aunque hablando de animales quizás resulte extraño recurrir a términos como amor, parece ser que el vínculo entre aves tiene bases neurofisiológicas equivalentes a las del amor humano.
Una de esas especies es el diamante mandarín, también llamado pinzón cebra, un pequeño y hermoso pájaro originario de Australia. En un estudio reciente se ha investigado si las parejas de diamantes que establecen vínculos vitalicios voluntariamente se diferencian, en lo relativo a su potencial reproductor, de otras que se forman casi por obligación (confinando a macho y hembra durante un periodo de tiempo suficientemente largo). Los resultados del estudio no han podido ser más claros. Los pinzones cebra emparejados voluntariamente –cabría decir enamorados– tienen mayor éxito reproductor que las parejas forzadas, un 37% más alto para ser precisos. En general, en las parejas “no enamoradas” las hembras no se muestran muy dispuestas a copular con el macho que les ha sido asignado y éstos dedican más esfuerzo a buscar oportunidades de copular con otras hembras y desatienden el cuidado de los polluelos con más frecuencia. El amor tiene réditos evidentes, y sospecho que no sólo en los diamantes mandarines.
Habrá quien piense que analizar el amor y sus consecuencias de esta forma le quita belleza al sentimiento. Pensaría lo que el poeta John Keats, que reprochó a Newton el haber destruido la poesía del arco iris. Sin embargo, muchos pensamos, como otro poeta, James Thomson, que el arco iris no pierde un ápice de belleza por el hecho de saber cómo se forma; al contrario, disfrutamos doblemente al contemplarlo. Lo mismo ocurre con el amor, con sus bases neuroquímicas y su valor adaptativo. No dejamos de experimentar el sentimiento amoroso, ni de gozar gracias a él por el hecho de conocer, siquiera de forma parcial, su naturaleza y valor biológico.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Este artículo fue publicado en la sección #con_ciencia del diario Deia el pasado 27 de septiembre.
Natalia
De hecho, si son obligados a estar juntos, estos pajarillos pueden ser muy crueles. https://siempreenmedio.wordpress.com/2010/07/25/pikito-y-pikita/
Los réditos del amor – Cuaderno de Cultu…
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