Fue el primer ataque y la primera víctima, que nosotros sepamos. La joven se llamaba Chrissie Watkins, tenía 18 años, y murió en Amity Island, Nueva Jersey, el 20 de junio de 1975, mientras nadaba, desnuda y de noche, después de una fiesta en la playa. Al día siguiente encontraron sus restos y el forense determinó que había muerto por el ataque de un tiburón. No tardaron en averiguar que era un gran tiburón blanco.
Es el Squalus carcharius que nombró Linneo en 1758 y que en 1873 se convirtió en el Carcharodon carcharias, nombre científico por el que ahora lo conocemos. Su tamaño medio, en adultos, va de los 4 a los 5.5 metros, con el récord certificado de un ejemplar capturado en Cuba, en 1945, con 6,4 metros y algo más de 3 toneladas de peso. Su ataque es brutal y de una sola dentellada se puede llevar al estómago hasta 14 kilogramos de carne.
Su distribución geográfica, siempre sobre la plataforma continental y cerca de la costa, cubre todos los océanos del globo excepto el Ártico y los mares de la Antártida. Aparece a menudo en las costas sur y este de Norteamérica, desde el Golfo de México hasta Terranova. Y ahí, en el centro de la costa este, están Nueva Jersey y Amity Island, donde murió la primera víctima, Chrissie Watkins.
Aunque no fue la única víctima. Poco después murió un niño, Alex, un veterano pescador llamado Ben Gardner, un marinero e, incluso, un experto cazador de tiburones, Bartholomew Quint, antes de morir el propio tiburón. Un desastre y una matanza en Amity Island, Nueva Jersey, un pueblo que vive del turismo de sol y playa.
Y, sin embargo, todo lo que acabo de contar, excepto la descripción del Carcharodon carcharias, es pura ficción. Es la película “Tiburón” (“Jaws”), estrenada en más de 400 cines de Estados Unidos el 20 de junio de 1975, y dirigida por Steven Spielberg, con un éxito enorme y millones de dólares de recaudación.
La película se basaba, con mucha libertad, en la novela del mismo título, “Tiburón”, de Peter Benchley, publicada en 1974. El mismo autor, junto a Carl Gottlieb, participó en la elaboración del guión. Pero todos se inspiraron en un hecho cierto, los ataques de los tiburones a los bañistas en las playas de Nueva Jersey en 1916. Habían pasado muchos años pero aquellos ataques marcaron para siempre, en Nueva Jersey, la leyenda del comedor de hombres, del tiburón solitario y asesino.
En 1916, los ataques comenzaron el 1 de julio pero el terror se disparó con la noticia que publicó el New York Times en su portada el 7 de julio. Hasta entonces la creencia generalizada era que no había ataques de tiburones en las costas de la civilizada Norteamérica. Los tiburones, según se creía, solo probaban carne humana en otros mares y en otras culturas, siempre muy lejos.
El día anterior a la noticia del New York Times, el 6 de julio, con cientos de bañistas en la playa de Spring Lake, en New Jersey, un joven, que nadaba lejos de la orilla, gritó pidiendo ayuda. Dos socorristas acudieron en su barca, recogieron al herido y descubrieron que le faltaba la parte inferior de ambas piernas. Lo llevaron a la playa y llamaron a un médico pero, cuando llegó, el joven había muerto. Se llamaba Charles Bruder, era empleado de un hotel local y se le consideraba buen nadador.
Los turistas se asustaron y nadie les pudo convencer de que volvieran a la playa. Se decía que era el primer ataque de un tiburón en aquella zona pero, unos días después, mordieron en la pierna a otro joven nadador.
El Gobernador de Nueva Jersey, James Fielder, ordenó al Coronel W.G. Schauffler que organizase una batida para acabar con el tiburón. También el Presidente Woodrow Wilson reunió un Gabinete de Crisis en la Casa Blanca que decidió que se necesitaba la ayuda federal para “ahuyentar a todos los feroces tiburones comedores de hombres que han hecho presa de los bañistas».
Debido a la gran difusión de estas noticias, se conoció entonces que entre el 1 y el 6 de julio, fecha del ataque a Bruder, se habían producido otros incidentes y que, hasta el 12 de julio, el balance final serían cuatro muertos y un herido grave. Todo ello en medio de una ola de calor y con las playas a rebosar de turistas.
El 1 de julio fue el primer ataque, en Beach Haven, una población al sur de Atlantic City. El muerto se llamaba Charles Vansant, perdió una pierna y murió a las pocas horas en su hotel. El segundo ataque, en Spring Lake, algo al norte de Atlantic City, terminó con la muerte de Charles Bruder tal como contaba el New York Times. Los siguientes ataques fueron todavía más al norte, frente a Nueva York, en una aldea llamada Matawan Creek, hacia el 12 de julio. Las víctimas fueron dos niños, de los que se salvó uno, Joseph Dunn, aunque perdió una pierna, y un adulto que fue en su busca.
Fue entonces cuando estalló el pánico. El tratamiento de la noticia por el New York Times, un medio de prestigio y gran difusión, llevó la noticia, por telégrafo y teléfono, el correo y la radio, a las costas de Nueva Jersey y Nueva York. Y con el segundo ataque, la noticia saltó a los grandes medios de todos los Estados Unidos y así llegaron los tiburones a ocupar las primeras páginas. Por si fuera poco, la realidad parecía colocar a la especie humana en la cadena trófica que llevaba a los grandes depredadores marinos aunque, también es cierto, nuestra especie nunca había estado en el menú del día de los tiburones, quizá, según los medios, como plato principal.
Pocas sensaciones, excepto el terror, produce en nuestra especie la visión del ataque de un tiburón tal como se nos ofrece en la película. Una enorme boca llena de dientes puntiagudos y, seguramente, muy afilados, una evidente ferocidad, un ataque brutal, dentelladas, despedazamiento, un daño inigualable y, casi seguro, la muerte, todo ello nos lleva al terror, incluso sabiendo que estamos ante una maqueta, por cierto, muy bien construida y utilizada por Spielberg.
El turismo en las playas de Nueva Jersey cayó hasta un 75% en algunas zonas y las pérdidas en dinero y empleo fueron importantes. Los ciudadanos, los políticos, los científicos, los pescadores, los empresarios, la sociedad al completo, todos entraron en el debate sobre el peligro que suponían los tiburones y, por su supuesto, del impacto que provocaban en el turismo. Y este impacto llegó hasta varias décadas después, hasta 1975, hasta el libro de Peter Benchley y la película de Steven Spielberg en la que, incluso, el experto en tiburones Matt Hooper (Richard Dreyfuss) menciona los nunca olvidados ataques de 1916.
Son los medios, es obvio en nuestra cultura, los que informan y contribuyen a crear opinión, y así lo han hecho con los tiburones. Recuerden lo que consiguió el New York Times con la muerte de Charles Burden por el tiburón de 1916. Y más cercanos a nuestro tiempo es lo que supuso sobre tiburones y sus ataques la película “Tiburón” de Spielberg. Bret Muter y su equipo, de la Universidad Estatal de Michigan, lo ha estudiado con las noticias sobre tiburones que se publicaron, entre 2000 y 2010, en periódicos australianos y estadounidenses. En Australia se publican hasta cinco veces más noticias de tiburones, y entre el 10% y el 15% son ataques a personas. También es cierto que un número parecido de noticias trata de la conservación de los tiburones y del riesgo de su extinción por el exceso de pesca para conseguir sus codiciadas aletas.
La realidad de los ataques de tiburones es muy distinta de la que se ha creado con estas noticias y con varias películas. Los ataques a personas son entre 60 y 75 al año, y tienen resultado de muerte de 6 a 8. En España se contabilizan cuatro ataques en más de un siglo, aunque la ISAF (International Shark Attack File, del Museo de Historia Natural de Florida en Gainesville) solo admite uno que, además, no fue mortal. Por el contrario, hay que destacar que en 2006 se calculó que el número de tiburones muertos por conseguir su aleta estaba entre 26 y 75 millones.
Estos hechos de escasa peligrosidad y el riesgo de extinción por la pesca sin control deberían cambiar la política de eliminación de los tiburones. Sin embargo, sus ataques influyen en la política de un país y en la conducta de los políticos, sobre todo en relación a lo que hay que hacer, precisamente, con los tiburones. Incluso Chris Neff, de la Universidad de Sydney, ha estudiado esta influencia política, no con los tiburones directamente, sino con la película “Tiburón”. Esta, y otras ficciones con un tema parecido, sirven como herramienta política para cambiar sucesos reales de manera que se hacen más controlables para los políticos y, además, son muy deseables si perjudican a otras opciones políticas.
Como decía Neff, los primeros cambios ante un ataque de tiburones aparecen en los reglamentos legales de control de los propios tiburones. Ya lo hizo el Gobernador James Fielder en 1916 cuando ordenó al Coronel W.G. Schauffler acabar con el tiburón. En Australia, según Neff, cambió la política respecto a los tiburones entre 2000 y 2014, con 26 muertes en esos 15 años. Estos ataques, más las metáforas de “Tiburón”, crearon el ambiente para promover una estricta legislación sobre los tiburones. Como declaró el Ministro de Pesca, “la seguridad de la comunidad está por encima de todo. No conozco a nadie que no esté de acuerdo con esta decisión y es la que hemos tomado”. El Primer Ministro australiano hizo declaraciones parecidas y dijo que “si el tiburón se acerca a las playas, la seguridad está por delante”.
Pero, es evidente para quien se interese por la política en un país democrático, estas declaraciones tienen que ver más con los ciudadanos votantes que con los propios tiburones. Tanto es así que la investigación de Chris Achen y Lany Bartels, de las universidades de Princeton y Vanderbilt, demuestra la influencia de los ataques de julio de 1916 con las elecciones presidenciales en Estados Unidos en noviembre de ese mismo año.
El entonces Presidente, Woodrow Wilson, que se iba a presentar a la reelección, era un hombre de Nueva Jersey, era su estado, del que había sido Gobernador y al que, una vez Presidente, volvía cada verano, con todo su séquito, de vacaciones. Ganó las elecciones, pero los condados de Nueva Jersey cercanos al mar, a las playas y al turismo, votaron en contra. Los cercanos al mar y comparando con las elecciones presidenciales anteriores, en 1912, votaron por Wilson entre un 9% y un 11% menos, y los que, además, vivían de las playas y el turismo, bajaron un 14%. Y la suma de todos los votos le llevó a perder en Nueva Jersey, hasta entonces, repito, su estado.
Como se ve, y es lo más destacable, un tiburón, ataque donde ataque y a quien ataque, es siempre el mismo, un solitario comedor de hombres al que hay que exterminar. Y ello a pesar de que los científicos expertos en el tiburón blanco nieguen la existencia de tal conducta en los tiburones. Pero “Tiburón” y sus mitos son más convincentes para los políticos y para los ciudadanos que, además, votan, o no, a esos políticos.
Es más, y esta investigación da un poco de esperanza al futuro de los tiburones, Jason O’Bryhim y E.C.M. Parsons, de la Universidad George Mason de Fairfax, en Estados Unidos, han demostrado que, cuanto más saben los ciudadanos sobre los tiburones, más se preocupan por su conservación. Pero, añaden, los medios de comunicación no ayudan pues, a menudo, sus noticias se basan en falsedades, sensacionalismos y conclusiones sesgadas. Corregir esta tendencia mejora el conocimiento de los ciudadanos y, en el caso de los ataques de tiburones, ayudaría a desmontar la sensación de terror y riesgo que suscitan.
Todo comenzó en las playas de Nueva Jersey en 1916, continuó en Amity Island en 1975, en una ficción que convirtió a los tiburones en nuestros enemigos mortales, y ahora, un siglo después de la muerte de Charles Bruder, revisamos lo que han supuesto estos ataques de los tiburones, esos solitarios comedores de hombres, para nuestra cultura.
Referencias:
Achen, C.H. & L.M. Bartels. 2013. Blind retrospection: Why shark attacks are bad for democracy. Vanderbilt University Working Paper 5-2013, 33 pp.
McCall, M. 2015. 2 weeks, 4 deaths, and the beginning of America’s fear of sharks. National Geographic July 2.
Muter, B.A. et al. 2012. Australian and U.S. news media portrayal of sharks and their conservation. Conservation Biology DOI: 10.1111/j.1523-1739.2012.01952.x
Neff, C. 2015. The “Jaws” effect: How movie narratives are used to influence policy responses to shark bites in Western Australia. Australian Journal of Political Science 50: 114-127.
Neff, C. & R. Hueter. 2013. Science, policy, and the public discourse of shark “attack”: a proposal for reclassifying human-shark interactions. Journal of Environmental Studies and Sciences 3: 65-73.
New York Times.1916. Shark kills bather off Jersey beach. July 7.
O’Bryhim, J.R. & E.C.M. Parsons. 2015. Increased knowledge about sharks increases public concern about their conservation. Marine Policy 56: 43-47.
Wikipedia, 2015. Jersey shore shark attacks of 1916. 7 August.
Wikipedia. 2015. “Jaws” (film). 2 October.
Wikipedia. 2015. Carcharodon carcharias. 6 octubre.
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
quique
Muy buen artículo.
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