Animales emocionales

#con_ciencia

Tranvía de Bilbao (Fuente: diario Deia)
Tranvía de Bilbao (Fuente: diario Deia)

Usted se encuentra sobre la pasarela que une el puente Zubizuri con los edificios de Isozaki Atea en Bilbao. Un tranvía avanza sin frenos a gran velocidad y se dirige hacia cinco operarios que serán arrollados y morirán si nada lo remedia. Pero en la barandilla de la pasarela se encuentra sentado un hombre muy corpulento. Usted se da cuenta de que si empuja a ese hombre a la vía conseguirá detener el tranvía y salvar la vida de los operarios. Pero el hombre arrojado a la vía perecería en el lance. ¿Qué haría usted?

La situación anterior es una de las variantes del conocidísimo “dilema del tranvía”, que en su versión original fue formulado en 1967 por la filósofa británica Philippa Foot. La mayor parte de las personas responden a este dilema negándose a tirar al hombre de gran corpulencia a la vía. Responden al dilema de acuerdo con lo que se denomina una ética deontológica. Se trata de una opción en la que pesan más ciertos principios morales fundamentales que las posibles consecuencias de la decisión. Por el contrario, quienes optan por lanzar a la víctima a la vía actuarían de acuerdo con una ética utilitarista, en virtud de la cual se procura el máximo bien agregado posible (el máximo bien para la mayor cantidad posible de personas).

Enfrentadas a este dilema, las personas más reflexivas y más racionales tienden a optar por la respuesta utilitarista: empujarían al hombre a la vía. Por otro lado, también sabemos que las personas que tienen dañada una zona del cerebro implicada en el procesamiento de las emociones sociales y que se encuentra conectada con otras zonas del encéfalo que ejecutan respuestas de base emocional, tienen también una mayor tendencia a tomar decisiones basadas en esos criterios morales. Éstas son personas con una sensibilidad emocional disminuida; sus emociones sociales -como la compasión, la vergüenza y la culpa- están muy limitadas; y tienen déficits emocionales similares a los observados en ciertos psicópatas. En otro orden de cosas son perfectamente normales: su inteligencia general, razonamiento lógico y el conocimiento de normas sociales y morales están intactos.

Así pues, la tendencia a optar por respuestas morales de corte utilitarista (basadas en la búsqueda del mayor beneficio total) es característica de personas en las que los elementos racionales tienen mayor preponderancia, mientras que las respuestas basadas en criterios deontológicos son más propias de personas en las que los elementos emocionales tienen un mayor peso relativo.

De acuerdo con los resultados de un estudio que se ha hecho público hace unas semanas, preferimos hacer tratos con personas a las que atribuimos principios morales fundamentales, confiamos más en ellas y menos en las que manifiestan preferencias utilitaristas. Los primeros son vistos como personas más cooperantes, más empáticas y suelen tener una mejor imagen social. Los utilitaristas, sin embargo, generan menos confianza; al fin y al cabo, nunca sabríamos si van a someter a una fría evaluación algo que podría determinar nuestro propio bienestar o incluso nuestra vida. Preferimos que eso no dependa de ellos, aunque sus decisiones resultasen mejores para un buen número de personas. No importa, de hecho, que esa forma de actuar conduzca a decisiones erróneas, decisiones que pueden perjudicar a muchísimas personas. Habrá quien piense que ese proceder carece de sentido. No es cierto: claro que tiene sentido, pero lo tiene a la luz de nuestra naturaleza emocional. Solemos decir que los seres humanos somos animales racionales. Es verdad que lo somos, pero en nuestro comportamiento tienen tanta importancia las emociones, que sería más correcto definirnos como animales emocionales, aunque nos cueste reconocerlo.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Este artículo fue publicado en la sección #con_ciencia del diario Deia el 24 de abril de 2016.

3 comentarios

  • Avatar de Rawandi

    El artículo presupone que un utilitarista carece de «principios morales fundamentales», lo cual implica que ningún utilitarista es fiable, pues sin principios morales fundamentales la ética resulta imposible. El utilitarismo así entendido sería entonces un puro camelo. Pero yo he leído a Peter Singer, que es un célebre utilitarista, y ciertamente él no carece de principios morales fundamentales.

    Quizá sería más correcto definir el utilitarismo a partir de las ‘consecuencias’ y no a partir de los ‘principios morales fundamentales’. El utilitarista tendría en cuenta ambos factores, mientras que el antiutilitarista consideraría que las consecuencias son un factor irrelevante.

    • Avatar de Juan Ignacio Pérez

      Sí, la expresión «principios morales fundamentales» se presta a confusión. Es posible que haciendo referencia a las consecuencias la moral utilitarista quede mejor definida e, incluso, explicada.
      Gracias por la observación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *