“Haz pues, mi querido Lucilio, lo que dices que tú mismo me dices que haces.” Lucio Anneo Séneca
“Consejos vendo y para mí no tengo.” Refrán popular
Quién nos iba a decir que consejos como los que vendo y, sin embargo, no tengo, o sea, que no solo hay que decir, también es deseable hacer, lo encontraríamos en relación con científicos expertos en el cambio climático que, parece ser, a menudo no practican lo que a los demás exigen.
Colin Beavan, el periodista neoyorquino y autor del libro “No Impact Man” (recomiendo su lectura aunque, aviso, con precaución, pues he observado que puede convertir a simples lectores en fanáticos conversos), escribió en 2009 que
“Lo cierto es que en ocasiones he tratado de hacer del mundo un lugar mejor, pero estaba empezando a pensar que mis convicciones políticas se centraban, con frecuencia, en cambiar a los demás… y muy rara vez en cambiarme a mí mismo.”
Y añade más adelante que
“me había convertido en uno de esos típicos progres que se escudan detrás de unos cuantos gestos políticos irrelevantes y pequeñas privaciones en su estilo de vida, y que después se permiten el lujo de emplear el resto de su energía en sentirse superiores a todos los que supuestamente no hacen lo suficiente.”
Pues bien, ahora resulta que este comportamiento de decir y no hacer, sancionado hace siglos por la sabiduría refranera, algo que apreciamos es más habitual de lo esperado en relación con el medio ambiente. Lo empecé a descubrir con el estudio de Seonaidh McDonald, de la Universidad Robert Gordon de Aberdeen, en Escocia, que publicó que el grupo social que más utiliza los vuelos de avión a larga distancia, los que más contaminan (contribuyen con un 3.5% a la emisión de gases con efecto invernadero o, de otra manera, un avión con el depósito a tope lleva combustible para 3500 automóviles), son los que se declaran a sí mismos como “greenish”, es decir, como verdes o, como poco, preocupados por el entorno. Viajan tan lejos, según sus declaraciones, para conocer otras culturas y admirar la naturaleza (Amazonia, Patagonia, la Antártida, Islandia,…) y, también, porque esos viajes contribuyen a construir su identidad personal con experiencias vitales y nuevos horizontes. Y no parecen dispuestos a renunciar a ello, es decir, a la construcción de su identidad personal.
Pero, ya lo he mencionado, los investigadores, como demuestran Shanzeen Attari y sus colegas, de la Universidad de Indiana en Bloomington, deben practicar lo que predican pues, si no lo hacen, pierden credibilidad. Le ocurría a Al Gore, muy preocupado por el medio ambiente, y en su hogar el gasto de energía era veinte veces superior a la media nacional en Estados Unidos, o que en sus viajes a nuestro país para dar conferencias sobre lo mal que nos portamos con el entorno (recuerdo Mallorca o Bilbao), cobraba miles de euros y viajaba en un avión privado como buen “greenish” que se declaraba.
Attari organizó una encuesta en internet, con cerca de 3000 voluntarios, con 33 años de edad media y el 49% de mujeres, a los que presenta, en formato de cómic y en el ordenador, la conferencia de un destacado investigador del clima que aconseja a los asistentes como disminuir sus vertidos de dióxido de carbono y, como ejemplo, les pide que reduzcan sus viajes en avión que, ya sabemos, contaminan en cantidad.
Después de la charla, un asistente le pregunta al investigador si ha viajado en avión para dar la conferencia. Responde afirmativamente y, añade, que lo hace a menudo para impartir clases y conferencias por todo el país ya que, es evidente, declara que son parte de su trabajo. De inmediato, la credibilidad del científico entre los asistentes cae a la mitad en comparación con la que obtienen quienes confiesan que viajan en avión lo menos posible.
En conclusión, estaría bien que los expertos en cambio climático, por lo menos la mayoría, revisaran su conducta en cuanto a la contaminación de dióxido de carbono que provocan. Así conseguirían más credibilidad entre la ciudadanía y, quizá, más apoyo y compromiso para mitigar el calentamiento global.
Un rechazo parecido se consigue cuando los expertos se indignan. Stephan Lewandowsky y su grupo, de la Universidad de Bristol, han estudiado como los científicos especialistas en cambio climático pierden el control en los debates cuando algún asistente niega sus argumentos y, sobre todo, si lo hacen con falsedad, distorsión o, incluso, con una absoluta falta de evidencias.
Por ejemplo, el que no acepta el cambio climático declara que el aumento de la temperatura en el planeta, dato básico de apoyo al calentamiento global y, por tanto, al cambio climático, se ha detenido e, incluso, ha bajado en los últimos quince años. Durante un tiempo esta fue la opinión aparecida en artículos periodísticos y publicaciones en internet con negaciones sin fundamento. En la actualidad, y a pesar de que es una opinión equivocada, ha llegado a la comunidad científica y, recientemente, hasta ha aparecido en los textos del IPCC. Todo este asunto ha llevado a expertos en el cambio a meterse en debates y discusiones sin sentido y, a veces, a meterse en verdaderas trifulcas que no llevan a ninguna parte. Es lo que se consigue con debates como el que se organizó en diciembre de 2013 en el programa “Cuarto Milenio” de Iker Jiménez.
Según Lewandowsky, son mecanismos psicológicos habituales los que llevan a los científicos a esta, en el fondo, desagradable pérdida de tiempo. Los expertos odian que les cataloguen como alarmistas si apoyan con decisión que la temperatura sigue aumentando y, además, no es habitual en los investigadores serios defender argumentos científicos como si fuesen actos de fe sino, más bien, como deducciones razonables y plausibles. Incluso no aceptan que les marquen como estereotipos, en este caso, de alarmistas. O, también, que se les diga que, como los que defienden la parada en el aumento de temperatura en la comunidad científica son una minoría, son, evidentemente, una minoría perseguida, maginada y oprimida por los expertos de la línea oficial. Tampoco les gusta el estereotipo de mayoría opresora. En fin, todos son una defensa de los científicos cuando se les acusa de algo con la intención, por sus oponentes, de matar al mensajero y no debatir argumentos y evidencias. Una táctica muy habitual entre los creyentes. Creo que Galileo Galilei nos serviría de paradigma de esta táctica de matar al mensajero.
Como conclusión final, todo ello son maneras de decir y no hacer y, así, se pierde credibilidad y se convence, si es que nos parece necesario convencer además de informar, a poca gente. Pero, siempre, aconsejo la sabiduría popular: “Consejos vendo y para mí no tengo”.
Referencias:
Attari, S.Z. et al. 2016. Statements about climate researchers’ carbon footprints affect their credibility and the impact of their advice. Climatic Change DOI: 10.1007/s10584-016-1713-2
Beavan, C. 2009. No Impact Man. 451 Editores. Madrid. 317 pp.
Lewandowsky, S. et al. (2015). Seepage: Climate change denial and its effect on the scientific community. Global Environmental Change doi: 10.1016/j.gbenvcha.2015.02.013
McDonald et al. (2015). Flying in the face of environmental concern: Why green consumers continue to fly. Journal of Marketing Management 31: 1503-1528.
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
Haz lo que digo, y no lo que hago | Ciencia inf…
[…] “Haz pues, mi querido Lucilio, lo que dices que tú mismo me dices que haces.” Lucio Anneo Séneca “Consejos vendo y para mí no tengo.” Refrán popular El actor, activista medioambiental y embajador de la Naciones Unidas para el cambio […]
Irene
Las personas somos egoístas por naturaleza.