La descripción pendular de las nebulosas

Naukas

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M31. Galaxia de Andrómeda

Con mucho interés en la astronomía, Charles Messier solo contaba con eso y su buena letra para conseguir un empleo relacionado con su pasión. Con 21 años, en 1751, consiguió un puesto de amanuense (el que toma las notas) con Joseph Nicolas Delisle, astrónomo de la Armada francesa, quien le enseñó que tan importante como observar es llevar un registro minucioso de lo observado. Tras esta experiencia Messier terminaría convirtiéndose en el mayor cazador de nebulosas de su época.

M31, el objeto número 31 de su catálogo (eso significa la M), de 1781, que contiene 103 objetos que “podrían confundirse con un cometa”, se conoce hoy día como la gran galaxia espiral de la constelación de Andrómeda. Para 1800, William Herschel, con su telescopio gran reflector, había aumentado el número de nebulosas conocidas hasta 2.000. Y es que hasta bien entrado el siglo XX no aparece el concepto de galaxias, en plural. Hasta ese momento todo eran nebulosas.

NGC 2392. Una nebulosa planetaria
NGC 2392. Una nebulosa planetaria

Durante el siglo XIX pasó con las nebulosas como con la naturaleza de la luz. Si ésta unas veces era considerada partícula y otras onda, las nebulosas unas veces se considerarían nubes de un fluido luminoso o como sistemas estelares remotos. Así, los potentes instrumentos de Herschel permitieron dilucidar que algunas de estas nebulosas eran en realidad conjuntos de estrellas. En 1790, sin embargo, encontró lo que hoy llamaríamos una nebulosa planetaria (que ahora sabemos que no es más que una enorme nube de gas que rodea una estrella muy caliente de la que ha sido expulsado) que se resistía a ser descompuesta en estrellas.

A cuenta de esto, el consenso de los astrónomos cambió y empezaron a dudar de que las nebulosas en general pudiesen estar compuestas por estrellas o constituir universos-isla. Llegaron a considerar a la nebulosa de Andrómeda como una masa de materia dispersa, claramente no un sistema estelar.

M42. Nebulosa de Orión.
M42. Nebulosa de Orión.

A mediados del siglo XIX la construcción de telescopios cada vez más grandes permitió de nuevo identificar estrellas como constituyentes de las nebulosas, y la opinión cambió de nuevo hacia el concepto de nebulosas como aglomeraciones de estrellas. Incluso la nebulosa de Orión, que hoy sabemos que es una masa de gas iluminada por estrellas que se están formando, se observó como constituida “solo” por estrellas. El director del observatorio del Harvard College escribió al presidente (en español, rector) de la universidad: “Se alegrará conmigo [al saber que] …la gran nebulosa de Orión se ha rendido ante la potencia de nuestros incomparables telescopios”. Otro ejemplo más de como la opinión guía la observación.

La cosa no quedaría ahí. A finales del siglo XIX la opinión volvió a cambiar. Las observaciones espectroscópicas de William Huggins pusieron de manifiesto que aproximadamente un tercio de 70 nebulosas observadas presentaban claramente firmas de su naturaleza gaseosa. No solo eso, Huggins insistió en que las nebulosas con espectro “estelar” estaban compuestas en realidad de “gas en condiciones especiales”.

La cuestión es que los astrónomos iban a la moda. Sus opiniones, el consenso científico, cambiaba según sus prejuicios (de la misma forma que las posiciones filosóficas/religiosas conforman, en presente, el desarrollo de las hipótesis científicas, aunque a sus protagonistas les cueste reconocerlo). El prejuicio principal era el de simplicidad, es decir, las nebulosas tenían que ser una cosa u otra, era inconcebible que pudiesen existir nebulosas gaseosas y estelares, ni siquiera cuando aumentó el número de especímenes. El catálogo dedicado específicamente a recogerlas, el New General Catalogue of Nebulae and Clusters of Stars (ediciones de 1888, 1895, 1908), del que toman las nebulosas su referencia NGC, registraba 13.000 nebulosas, si bien los astrónomos estimaban que podrían existir 150.000 al alcance de sus instrumentos.

NGC 3982
NGC 3982

Un argumento a favor de los que pensaban que las nebulosas eran gas era su distribución. No existían nebulosas en el plano de la (única) galaxia, lo que hacía lógico pensar que estaban relacionadas con ella físicamente. Más tarde, cuando pudo establecerse la naturaleza extragaláctica de muchas nebulosas, la zona de exclusión aparente se explicó a la presencia de nubes de gas y polvo en la Vía Láctea que impedían su visión.

Con todo, todavía en 1917 la situación no estaba nada clara. Edwin Hubble escribía que “…se sabe extremadamente poco de la naturaleza de las nebulosas, y no se ha sugerido aún ninguna clasificación significativa; ni siquiera se ha formulado una definición precisa”.

Fueron las técnicas espectroscópicas las que revelaron la verdadera naturaleza de las nebulosas gaseosas; las otras, incluidas las grandes espirales, son sistemas estelares. Fu el propio Hubble el que probaría que estas espirales de estrellas no solo están fuera de nuestra galaxia, sino que ellas mismas son galaxias.

Este post ha sido realizado por César Tomé López (@EDocet) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

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