En 1990 el cineasta Martin Scorsese creó The Film Foundation, una fundación sin ánimo de lucro encomendada a la preservación y restauración de películas de cine clásico.
Probablemente esta fundación no existiría si Scorsese no hubiese tenido un momento revelador de la problemática cuestión de la preservación del patrimonio cuando, en un pase doble de cine al que asistió en su juventud, le chocó el triste estado en el que se encontraba la copia emitida de una importante película. Esa era La tentación vive arriba (1955), la famosa obra de Billy Wilder protagonizada por Marilyn Monroe. Una copia maltrecha de esa película se emitió justo después de una magnífica copia de Niágara, donde también aparecía Monroe y que se conservaba en mucho mejor estado pese a que ambas producciones contaban con dos años de diferencia. Así lo relató Scorsese durante la celebración del Festival de Cine de Nueva York en 2015 [1].
Scorsese asegura que más de la mitad de las películas realizadas antes de 1950 se han perdido, y sólo se conserva un 10% del cine mudo. Incluso películas más recientes se están deteriorando[2].
Uno de los motivos de estas pérdidas es que hasta 1950 el soporte de las películas se hacía con un material altamente inflamable, por lo que muchas películas se perdieron en incendios o se quemaron durante la proyección.
Solo en un incendio de 1965 en el depósito de la Metro Goldwing Mayer se perdieron más de 100 películas para siempre, entre ellas London after midnight de Tod Browning. Muchos de los cortometrajes de Georges Méliès, el mago-fundador del cine, se encuentran desaparecidos pese al empeño personal de Scorsese que ha conseguido recuperar y restaurar algunas de sus cintas[3].
En España, un incendio de un depósito en Madrid en 1944 destruyó buena parte del material rodado en la Guerra civil y muchas películas republicanas.
La historia del descubrimiento del material con el que se hacían las películas no tiene nada que ver con el cine. Es una curiosa historia que sirve para ilustrar cómo funciona la ciencia y la deriva de sus aplicaciones.
En 1860, los fabricantes estadounidenses de billares Phelan y Collander ofrecieron un cuantioso premio a quien consiguiese un material capaz de sustituir al costoso y escaso marfil que por aquel entonces se utilizaba para fabricar bolas de billar. John Wesley Hyatt, inventor estadounidense, se puso manos a la obra y descubrió un nuevo material: el celuloide.
El celuloide es un plástico a base de nitrato de celulosa y alcanfor. El nitrato de celulosa se obtiene tratando la celulosa extraída de las plantas con ácido nítrico. Esta sustancia plástica adquiría la forma deseada antes de endurecerse. Aparentemente era un material idóneo para fabricar bolas de billar; aun así, no consiguió ganar. Hyatt no había probado sus bolas de billar hasta el día del concurso. La sorpresa llegó en forma de estallidos y pequeñas explosiones que se producían durante el juego cada vez que las bolas de billar chocaban con fuerza entre sí. Había descubierto que el celuloide es inflamable [4].
El invento de Hyatt no servía para el billar, pero era un material muy versátil que acabaría teniendo mucho éxito por ser traslúcido y porque puede moldearse con calor reiteradamente, es decir, es un material termoplástico.
El celuloide se utilizó para fabricar mangos de cuchillos, monturas de gafas, peines y demás objetos de uso cotidiano. En México, a las muñecas elaboradas con celuloide se las denomina muñecas de sololoy. Sololoy es una transliteración de palabra inglesa celluloid. Las muñecas se fabricaron con ese material desde 1920 hasta 1979[5]. Todavía hoy, aunque cada vez con menos frecuencia, en México suele escucharse la expresión muñequita de sololoy para referirse de forma cariñosa a una niña, por comparación con la hermosura y delicadeza de aquellas muñecas de antaño.
Donde el celuloide tuvo una mayor aceptación fue en la industria cinematográfica, ya que durante muchos años los rollos de fotografía y cine se fabricaron con este material. Por este motivo a la industria del cine se le sigue llamando industria del celuloide.
El celuloide, por su flexibilidad y su transparencia óptica, resultaba un soporte idóneo para las películas. Sobre este soporte se suspende una emulsión coloidal gelatinosa de haluro de plata que es fotosensible y, por tanto, la responsable de la formación de imágenes.
El impacto de la luz sobre la suspensión del haluro de plata es suficiente como para movilizar electrones capaces de reducir alguno de los átomos de plata oxidada (de color blanco) a plata reducida (de color negro), generando lo que se llama una imagen latente. Esta imagen es imperceptible para el ojo humano, pero es la responsable de crear los núcleos a partir de los cuales se seguirá reduciendo la plata adyacente en el proceso de revelado.
En el caso de la película en color, aquí aparecen tres capas de haluro de plata las cuales están mezcladas con filtros que determinan el paso, en cada caso, de un espectro específico de la luz. De este modo, se terminan creando una capa amarilla, otra cian y otra magenta en el negativo después del revelado.
A partir de 1952 el celuloide cae en desuso y se comienza a utilizar el acetato de celulosa como soporte, un poco más opaco, pero más estable. En la actualidad, las películas de Kodak y Eastman son de un polímero de poliéster sintético denominado ESTAR, que es prácticamente inalterable.
Esta historia es muy representativa de cómo funciona la ciencia y lo dispares que pueden llegar a ser sus aplicaciones. A veces esas aplicaciones llegan inmediatamente. A veces tardan años, décadas. A veces no llegan nunca. A veces ni se pretenden. Lo hermoso de esta historia es que un uso inesperado de un material que perdió el concurso que pretendía ganar, es el material que le dio nombre al cine y el que, a la vez, truncó y posibilitó su existencia.
Fuentes:
[1] Martin Scorsese on Fighting For Film Preservation and Not Believing in ‘Old Movies’. Wil Barlow, octubre de 2015. Indie Wire.
[2] Save that Movie! Susan King, octubre de 1997. Los Angeles Times.
[3] La frágil vida del séptimo arte. Esteban Ramón, septiembre de 2013. RTVE.
[4] Todo es cuestión de química. Deborah García Bello, 2016. Ed. Paidós.
[5] Muñequita de Sololy. Arturo Ortega Morán, febrero de 2012. Cápsulas de lengua.
Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica
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Manuel López Rosas
Sorprendente, paradójico y muy ilustrativo el artículo, agradezco la elaborada y cuidadosa presentación. Entiendo que ahora la captura digital de imagen y sonido (incluyendo el soporte para guardar y activar los archivos) esta siguiendo también caminos inesperados y sorprendentes, aunque no está a mi alcance hacer una exposición como la aquí lograda por Déborah García Bello.
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