El primer museo que os vendrá a la cabeza al oír Bilbao será posiblemente el Guggenheim. Sin embargo, muchos años antes de que Frank Gehry levantase su primer castillo de arena, ya existía en la capital vizcaína un grandioso templo dedicado al arte. Un museo que aún sigue deleitando a los habitantes y visitantes de la villa. Me refiero, como no, al Museo de Bellas Artes de Bilbao, cuyas obras de Ribera, Goya o El Greco conviven en perfecta armonía con las más recientes creaciones de Bacon, Tapies, Chillida o Basterretxea.
Todas estas obras, independientemente de su edad, tienen algo en común: necesitan que las cuiden. Con contadas excepciones las pinturas y las esculturas nacen con la ambición de ser eternas, pero el paso del tiempo no perdona y factores como la luz o la humedad van haciendo mella en ellas. Afortunadamente hay personas que velan para que nuestro patrimonio artístico aguante los envites del día a día. Personas que, cuando eso no es suficiente, pasan a la acción para realizar limpiezas o restauraciones que devuelvan a la obra su belleza original. Como todo gran museo que se precie, el Museo de Bellas Artes de Bilbao cuenta con un grupo de profesionales que se dedica a estas labores. En el subsuelo del edificio, rodeados de cuadros, marcos, radiografías, productos químicos y diversos instrumentos, trabajan para que podamos disfrutar de la magia del arte.
Quien escribe tiene el placer de poder curiosear en ese lugar de tanto en tanto y en esta ocasión me gustaría invitaros a sumergiros en ese mundo. Pero antes de emprender este viaje os presento a nuestro peculiar acompañante de viaje: el recién restaurado Festín burlesco.
Resulta que nuestro compañero es un cuadro muy reservado y rehúsa darnos cualquier tipo de información. Ni sobre su edad (quizás porque tiene casi 500 años), ni sobre sus progenitores, ni sobre su ajetreada vida anterior. Así que, para conocerlo mejor, la gente del museo tuvo que realizar una detallada labor de investigación. Gracias a ello sabemos que perteneció al Marqués de Leganés quien desde su posición de poder se hizo con una colección que era la envidia de media Europa allá por los años en que la Corona Española era una potencia mundial. Por aquel entonces se creía que El Festín había salido de los pinceles de El Bosco, lo que nos da una idea del valor artístico de la pieza. Posteriormente se desechó esa idea para atribuirle la creación a otro gran genio: Brueghel el Viejo. Aunque, ya en 1923, Max Friedlander, gran estudioso del arte flamenco, concedió su paternidad a un pintor de una fama algo menor como es Jan Mandijn. La destreza de este artista queda de manifiesto si tenemos en cuenta que la pieza ha sido atribuida a dos de los más grandes maestros de la historia del arte.
Hagamos ahora labores de paparazzi artísticos para conocer un poco mejor la vida privada de nuestro protagonista. En la Imagen 2 lo podéis ver en la primera fotografía de la que se tiene constancia, cuando formaba parte de la colección del Marqués de Salamanca. La otra fotografía se tomó algunos años más tarde en la mansión de Laureano de Jado donde ocupaba un lugar preferente.
Fue precisamente Laureano de Jado, gran impulsor y benefactor del museo bilbaíno, quien donó la obra en cuestión para que durante los primeros años presidiese la sala que llevaba su apellido (Imagen 3, ¿alguien dijo horror vacui?).
Claro que, tras tantos años y vaivenes, nuestro vetusto acompañante se fue deteriorando y es por eso que en 2015 el museo tomó la decisión de llevar a cabo una restauración de la obra (previamente el museo había realizado otra restauración en 1984). Es aquí donde vuelve a entrar en acción el equipo de conservación y restauración para decidir, tras un meticuloso estudio técnico, cuál es el procedimiento que se debe seguir.
El festín es un óleo sobre tabla o, mejor dicho, sobre tablas, ya que por exigencias del tamaño se tuvieron que unir tres paneles (uno de los inconvenientes de no tener secuoyas en Europa). De ello dan buena fe las dos uniones (a madera viva) que se aprecian en la fotografía ultravioleta de la Imagen 4. Si vemos la obra por detrás también podemos observar el engatillado del s. XIX que sirve para reforzar la unión. Los paneles empleados son de roble primerísima calidad, como corresponde a los gremios flamencos de la época, y tuvieron un secado adecuado que ha permitido que lleguen a nuestros días en excelentes condiciones.
Sabemos ya que el soporte es de madera, pero recordemos que rara vez se trabaja sobre ella directamente. En las latitudes donde se realizó esta obra se cubría con una preparación blanca (una mezcla de carbonato cálcico y cola animal) sobre la que el pintor podía realizar el dibujo y después pintar. Los análisis realizados en esta obra han reflejado que la capa de preparación no supera la décima de centímetro, otra muestra más de la magnífica calidad del trabajo.
Pasemos ahora a conocer mejor cómo trabajó Jan Mandijn para crear esta obra maestra. Quienes hayáis seguido esta serie de artículos ya sabréis que los rayos X y la reflectografía infrarroja son una ayuda inestimable para lograr ese objetivo. Gracias a las imágenes en infrarrojo podemos atravesar las capas de pintura y ver el dibujo preparatorio creado por el artista en el que se aprecia perfectamente el trazo del pincel. Y, lo que es más interesante, podemos descubrir los cambios que fue realizando según avanzaba la composición. Obviamente, en una obra tan compleja y con tantísimos personajes hay una infinidad de detalles de los que podríamos hablar. Pero, como no tenemos todo el tiempo del mundo, me centraré tan solo en tres personajes. Empecemos por el hombre con pata de palo que lleva la bandeja (Imagen 5). La idea original de Mandjin era pintarle el cuchillo en el lado izquierdo agarrado a un cinturón mucho más caído, pero en última instancia le puso un accesorio mucho menos peligroso: una especie de espumadera. No perdáis la oportunidad de observar de nuevo la unión entre paneles que en la fotografía normal está oculta. ¿Y qué me decís del personaje que os muestro debajo? Sin duda el más peculiar de los que asiste a la decadente comilona. Un bufón con cuatro pies que lleva una escoba que le dobla en tamaño. En la imagen infrarroja se observa que el rostro de dicho ser iba a ser bien diferente (podéis ver que los ojos del dibujo subyacente no coinciden en absoluto con la imagen final).
Acabamos este repaso por el infrarrojo con la zona donde está la viejecita del traje rojo (Imagen 6). Aquí también se puede observar que la idea original del pintor difiere mucho del resultado final (la vela, la salchicha, etc.). Si le dedicáis unos segundos a esta clase de “encuentra las siete diferencias”, descubriréis muchos otros cambios que el artista realizó.
Una vez realizado el estudio técnico y con la certeza de conocer el cuadro perfectamente, el equipo de restauración pasó a la acción y comenzó a recuperar la pieza. En la Imagen 7 os muestro cómo estaba la obra antes de pasar por sus manos. Si lo comparáis con la imagen con la que abría este artículo la diferencia es evidente. Se cambió incluso el marco por uno más acorde a la época en la que se realizó (el que observáis en esta imagen es de a época en la que perteneció a Jado). El trabajo consistió en dos fases: una primera limpieza acuosa para retirar partículas y materia soluble en agua y otra limpieza con disolventes orgánicos (etanol y white spirit) para eliminar el barniz oxidado que empañaba la belleza de la obra. Además, empleando sulfato de calcio y cola de conejo, se realizó un reintegración de la perdida que se había detectado en la ventana (se puede observar en la fotografía ultravioleta de la Imagen 4 perfectamente). Tras barnizar el cuadro de nuevo y esperar a que se secase, el Festín vuelve a mostrarse al público. No desaprovechéis la oportunidad de hacerle una visita y cuando lo hagáis, además de admirar el hermoso trabajo que realizó Jan Mandijn, tened en cuenta que luce así gracias al trabajo realizado por un gran equipo de profesionales.
Y no me gustaría acabar este artículo sin hablar un poco de la obra en sí. Porque, si bien es cierto que ha sido la protagonista de esta historia, bien poco hemos comentado el momento que describe. Así que os invito a que durante medio minuto paseéis vuestra mirada sobre esta especie de ¿Dónde está Wally? del siglo XVI. La escena es una boda campesina de estilo flamenco que, como ya habréis observado, está realizada de forma satírica con un sinfín de personajes de lo más caricaturesco. La novia viste una corona de cucharas y sobre ella se sitúa un cascabel, que se interpreta como un símbolo de la necedad. Toda la composición esta organizada para ridiculizar a la clase campesina por la cual la burguesía sentía un desprecio absoluto. Puede que fuese una forma de simbolizar en que acciones no deberían caer para no asemejarse a ese estrato de la sociedad.
Y si hay una boda, y una novia, ¿dónde está el novio? Esa es la pregunta del millón. Parece que las bodas campesinas no eran como las que conocemos ahora y el novio aparecía al final del banquete. Algo de lo que ha dado mucho que hablar en esta otra boda pintada por Brueghel. Pero, ¿si os digo que el novio puede ser una especie de fantasma? Si, como os pedía, habéis mirado con detalle la obra, habréis encontrado un personaje que resulta lo más enigmático de la escena. Allá, en la esquina derecha de la mesa ¡Hay un hombre que se desvanece! (Imagen 8). Pues bien, lo cierto es que está ocurriendo todo lo contrario. Mandijn lo pintó y posteriormente decidió ocultarlo bajo una capa de pintura. Esa capa está poco a poco desapareciendo y nuestro supuesto novio reaparece como si quisiese llegar al banquete, aunque sea con 500 años de retraso.
Agradecimientos: Me gustaría agradecer a Maria José Ruíz-Ozaita (Jefa del Departamento de Conservación y Restauración) y al resto de componentes del Departamento su total predisposición a compartir el trabajo que realizan. Del mismo modo quiero agradecer al Museo de Bellas Artes de Bilbao por ofrecerme acceso a las imágenes empleadas para la elaboración de este artículo.
Sobre el autor: Oskar González es profesor en la facultad de Ciencia y Tecnología y en la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU.
ignacio mendoza uriarte
Me ha encantado los detalles del cuadro que he visto tantas veces
A personas tan amigas del arte , el mayor agradecimiento.
Los donantes de esas obras han hecho por Bilbao una gran labor cultural.
Charo Martín
Es un cuadro grotesco e interesante por la cantidad de datos que tiene en su escena.
Lo incluimos para comentar en el taller de Verduarte.
Sandra R.
Enhorabuena Oskar,
Lo he leído de un tirón y me he acercado a ver la obra una vez más para entender aún mejor lo que has resaltado. Una restauración genial la que ha realizado el museo Bellas Artes de Bilbao y un brillante artículo.
Jon
Me ha gustado mucho el artículo Oskar. Tiene una lectura muy agradable. Lo comparto en mi Facebook.
Aprovecho para darte mi mas efusiva enhorabuena por este magnífico blog.
Gerardo
¿Siguen con la intención de hacer un tunel uniendo los dos museos?
Porque la Dipu no se fiaba de que la intención no fuese «transportar» los fondos no expuestos hacia el Gugen y de ahí …