Por un clavo se perdió una herradura; por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un reino. A veces los más pequeños detalles puede echar a perder todo un complejo edificio teórico (hermosas teorías asesinadas por feos e insignificantes datos), o dificultar la comprensión de un fenómeno durante décadas. El último caso célebre es justo lo contrario: localizar un error de calibración de un instrumento en un satélite ha permitido dar sentido a un incomprensible dato que se interponia ante la aceptación de un proceso en marcha. Como tal se convertirá seguramente en polémica y se discutirá ferozmente, ya que se trata de un tema políticamente candente como es el calentamiento global. Pero sobre todo subraya una realidad de la práctica científica que a veces no se entiende bien desde fuera: la ciencia no es perfecta, y lo sabe: por eso jamás es permanente y siempre está en proceso de mejora.
En este caso se trataba de explicar el hecho de que una serie de satélites puestos en órbita para medir, con precisión milimétrica, el nivel del mar en el planeta mostraban datos que no encajaban con otros fenómenos conocidos. En la superficie de la Tierra abundan los indicios de que el sistema océano-atmósfera se está haciendo más cálido, con sus lógicas consecuencias que incluyen el retroceso de los glaciares y por tanto el vertido a los mares de mayores cantidades de agua. Se daba por supuesto que esto causaría un aumento del nivel global del mar, y para medirlo con precisión se diseñaron, construyeron y pusieron en órbita estos satélites. Y sin embargo los datos mostraban que el nivel del mar no estaba subiendo; de hecho incluso podría estar bajando en algunos lugares. Un regalo para los negacionistas del cambio climático, y un quebradero de cabeza para los científicos, porque no hay nada que incordie más a una mente que dos juegos de datos incompatibles sobre el mismo fenómeno.
En un artículo recién publicado un grupo de climatólogos han llegado a la conclusión de que un error de calibración del primero de los satélites lanzados ha provocado un sesgo sistemático en las medidas de todos los que vinieron después, contaminando esos datos. Al eliminar este factor de distorsión y corregir otros errores sistemáticos el resultado encaja mucho mejor con el resto de los datos sobre el calentamiento global: el nivel del mar aumenta, y lo hace a ritmo creciente. Las líneas de tendencia ahora encajan con las que muestran otras fuentes de información. La discrepancia ha desaparecido.
La ciencia trabaja con la suposición de que toda hipótesis debe ser confirmada y de que toda medida es susceptible de contener errores. Por eso se desarrollan complejos e ingeniosos sistemas para poner a prueba las hipótesis, y por eso se trabaja denodadamente en localizar y eliminar, a ser posible de antemano, cualquier fuente de error. Por eso también la práctica científica puede ser frustrante cuando diminutas imperfecciones ajenas a propio científico (errores del instrumental, fallos en la composición de los reactivos, pequeñas catástrofes como congeladores desenchufados, etc) echan a perder un experimento en el que se puede llevar trabajando meses, o incluso años. El método científico da por supuesto que todo puede fallar, desde el equipo a los materiales estudiados e incluso el propio científico, y por eso sistemáticamente trabaja para eliminar toda fuente de error.
Algo que, por supuesto, es imposible, porque los científicos son humanos y errar también lo es. Por eso el método científico incorpora el reconocimiento de los errores entre sus herramientas: porque la gente que practica ciencia es consciente de que hay que luchar con denuedo contra los fallos, pero también de que esa lucha puede fácilmente terminar en derrota. Los errores se cuelan en los experimentos, tanto más en cuanto que los actuales aparatos y sistemas de investigación tienen una sensibilidad mucho más elevada que antaño y los fenómenos que se estudian están mucho más cerca del umbral del ruido. Los errores son inevitables, y aunque el científico hace lo que puede por mantenerlos a raya, sabe que nunca podrá estar seguro del todo de haberlo conseguido.
Por eso la ciencia aprende, y cuando se detecta y corrige el error el nuevo dato se incorpora al acervo científico sin demora. Esto a veces supone cambiar teorías completas o adaptar partes de hipótesis tenidas por ciertas durante mucho tiempo, algo que resulta desconcertante desde fuera. A veces puede dar la impresión de que los científicos no tienen bemoles intelectuales; que hoy están dispuestos a confiar en una teoría que ayer consideraban rechazable. Pero no se trata de volubilidad o de falta de principios, sino de honestidad intelectual. La ciencia actúa como un sastre, ajustando sus hipótesis y teorías lo más posible a la realidad; a veces se descubre un desgarrón en la tela o un deshilado, y entonces hay que rehacer el patrón en una parte concreta. El proceso es continuo y no se trata de tropezones, sino de avances sucesivos: en cada prueba el traje ajusta mejor a la realidad del cosmos. Así es como la ciencia avanza: eliminando sus errores y cambiando, cuando es preciso, de opinión. Un empeño humano por antonomasia.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.