Conviene señalar de paso que Poe había demostrado ya, en Charlottesville, una aptitud de las más notables para las ciencias físicas y matemáticas. Más tarde la empleará con frecuencia en sus extraños cuentos, y obtendrá de ella medios absolutamente inesperados.
Charles Baudelaire en [3]
 
Melville es un abeto marino, de sus ramas
nace una curva de carena, un brazo
de madera y navío. Whitman innumerable,
como los cereales, Poe, en su matemática
tiniebla, Dreiser, Wolfe,
frescas heridas de nuestra propia ausencia,
Lockridge reciente, atados a la profundidad,
cuántos otros, atados a la sombra:
sobre ellos la misma aurora del hemisferio arde
y de ellos está hecho lo que somos.
Pablo Neruda, fragmento del canto IX, Que despierte el leñador, en Canto General.
Eduardo Angulo habló en este blog de La ciencia de Edgar Allan Poe, y en Trigonometría para piratas comentamos un pequeño error de cálculo en su magnífico cuento El escarabajo de oro. Poe ‘coqueteaba’ con la ciencia en muchos de sus escritos, incluso en su faceta de crítico literario utilizaba las matemáticas para insistir en sus juicios. Su opinión sobre los escritores Cornelius Mathews y William Ellery Channing no tiene desperdicio:
To speak algebraically: Mr. M. is execrable but Mr. C. is (x+1)-ecrable.
Hoy traemos un fragmento de uno de sus ensayos en el que habla sobre una máquina –El jugador de ajedrez de Maelzel–que existió realmente: la construyó en 1769 el inventor Wolfgang von Kempelen y se exhibió durante los siglos XVIII y XIX en ferias y teatros de París, Viena, Londres y Nueva York. Cuando von Kempelen murió, su hijo vendió la máquina a Nepomuk Maelzel, un violinista de Viena que construía aparatos musicales que funcionaban de forma autónoma.
Edgar Allan Poe presenció una demostración del funcionamiento de esta máquina y escribió el ensayo El jugador de ajedrez de Maelzel (1836)para probar que se trataba de un fraude.
En efecto, no era la máquina la que jugaba al ajedrez; en su interior una persona –el ajedrecista francés Jacques Mouret– la controlaba realmente.
La minuciosidad con la que Poe explica el motivo del fraude es excepcional; Charles Babbage, la ciencia y las matemáticas, aparecen como ingredientes importantes en su razonamiento.
Tal vez ninguna exhibición de esta clase haya llamado tanto la atención general como el Jugador de Ajedrez de Maelzel. En cualquier parte donde haya sido visto ha sido objeto de gran curiosidad para todas las personas que piensan. Sin embargo, la cuestión de su modus operandiestá aún sin aclarar. No se ha escrito nada sobre este tema que pueda considerarse como decisivo; y, de hecho, encontramos en todas partes hombres dotados del genio mecánico, de una gran sutilidad general y de inteligencia discriminativa, que no tiene escrúpulos en afirmar que el autómata es une pure machine cuyos movimientos no tienen relación alguna con la actividad humana, y que, por consiguiente, es incomparablemente el más asombroso de los inventos de la humanidad. Y esto sería indudable si tuvieran razón en lo que suponen. Aceptando esta hipótesis, sería muy absurdo comparar el Jugador de Ajedrez con otra cosa cualquiera semejante, moderna o antigua. Sin embargo, han existido muchos y magníficos autómatas. […]
Si esas máquinas son tan ingeniosas, ¿qué podemos pensar de la máquina calculadora de míster Babbage? ¿Qué podemos pensar de un ingenio de madera y metal que, aparte de poder calcular las tablas astronómicas y de navegación, puede certificar la verdad matemática de sus operaciones y corregir sus posibles errores? ¿Qué podemos pensar de una máquina que no sólo puede realizar todo esto, sino que también imprime sus resultados, elaborados nada más que han sido obtenidos, y sin la menor intervención de la inteligencia de hombre? Tal vez se pueda decir que una máquina como la que hemos descrito sea mucho mejor que el Jugador de Ajedrez de Maelzel. Ni mucho menos; es completamente inferior, siempre que admitamos que el Jugador de Ajedrez es una pura máquina y que realiza sus operaciones sin ninguna intervención inmediata del hombre (cosa que sólo podría ser admitida por un instante). Los cálculos aritméticos y algebraicos, por su naturaleza, son fijos y determinados. Aceptados ciertos datos, se siguen ciertos resultados, necesaria e inevitablemente. Estos resultados son independientes, y no son influidos por nada excepto por sus datos originarios. Y la cuestión que hay que resolver procede o deberá proceder, hasta su última determinación, por una sucesión de pasos infalibles que no pueden cambiar ni ser objeto de modificación. […]
Pongamos el primer movimiento, en el juego de ajedrez, en justa posición con los datos de una cuestión algebraica, y percibiremos inmediatamente su enorme diferencia. En los datos, el segundo paso de la cuestión depende, absoluta e inevitablemente, del último. Es creado por los datos. Es necesario que sea el que es y no otro. Pero en una partida de ajedrez, del primer movimiento no se sigue necesariamente el segundo. En la cuestión algebraica, mientras avanza a su solución, la certeza de sus operaciones sigue siendo inalterable. Si el segundo paso ha sido una consecuencia de los datos, el tercero también es una consecuencia del segundo, el cuarto del tercero, y así hasta la solución, sin ninguna alteración posible. Pero en el juego del ajedrez, la certeza de la jugada siguiente está proporcionada al progreso de la partida. Se han hecho algunos movimientos, pero ningún paso es cierto. Diferentes espectadores podrán aconsejar diversos movimientos. Todo depende, por lo tanto, del juego variable de los jugadores. Ahora bien, aún concediendo (lo que no se puede conceder) que los movimientos del jugador autómata de ajedrez están determinados en sí mismos, se verían necesariamente interrumpidos y cambiados por la voluntad indeterminada de su adversario. Así, pues, no hay ninguna analogía entre las operaciones del Jugador de Ajedrez y las de la máquina calculadora de míster Babbage, y si queremos llamar al primero una pura máquina, estaremos obligados a admitir que, sin comparación posible, es el más maravilloso de todos los inventos humanos. […]
Es completamente cierto que las operaciones del autómata están reguladas por la mente y no por otra cosa. Incluso se puede afirmar que este asunto es susceptible de una demostración matemática a priori. La única cuestión, pues, que hay que resolver es el modo de producirse la intervención humana.
Referencias
[1] Edgar Allan Poe, Cuentos cortos completos (traducción de J. Cortázar), Alianza Editorial, Madrid, 2002
[2] Sergio E. Negri, Edgar Allan Poe y su diatriba que enriqueció al ajedrez, Ajedrez 12, 2016
[3] Georges Walter: Poe. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1995
Sobre la autora: Marta Macho Stadler es profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esta universidad.