Existen dos tipos básicos de conocimiento: el objetivo y el subjetivo. Este último, por definición, es interno y no transmisible; una experiencia personal que se puede describir pero no compartir como una sensación, un sentimiento o un éxtasis. Por eso y por esencia el conocimiento científico del universo es únicamente el objetivo, el que se puede transmitir: aquello que permanece igual con independencia de quién es el que lo observa y que puede por tanto transmitirse entre personas sin deterioro. De esto se deduce que el conocimiento objetivo, y por tanto el científico, es en esencia compartido: de nada sirve un trozo de saber que no abandona la cabeza de alguien. Como el ruido que hace el árbol al caer en mitad del bosque si nadie lo recibe no se puede hablar de conocimiento; quizá de experiencia personal, pero desde luego jamás de ciencia. El conocimiento científico es por definición compartido: un proceso albergado en por lo menos dos mentes, algo dinámico y vivo en su misma esencia.
Y por tanto algo que no puede ser propiedad de nadie, porque no se puede encerrar o vallar. El conocimiento objetivo, y en especial el científico, no puede tener dueños por definición.
Existen, por supuesto, sistemas y métodos para controlar y sobre todo para rentabilizar parcelas concretas de conocimiento. Hemos inventado sofisticadas herramientas legales como la normativa de copyright o las leyes de propiedad intelectual e industrial con el objeto de favorecer la conversión en dinero de determinados tipos de ideas que consideramos socialmente deseables, y que han resultado útiles tanto para impulsar ciertos tipos de creación como, paradójicamente, para diseminar conocimiento. El Dominio Público, por ejemplo, permite a la sociedad recuperar de modo abierto tras cierto número de años el acceso abierto a productos del intelecto tras garantizar un cierto periodo de monopolio para recompensar el esfuerzo creativo original. Las patentes, por su parte, tienen fecha de caducidad con el mismo propósito. El hecho de que haya empresas e industrias que abusan de esos mecanismos para extender el periodo de monopolio temporal pactado no invalida su uso, aunque haga necesario discutir cómo se están iusando y de qué manera eliminar estos abusos.
Pero el hecho mismo de que haga falta una legislación propia y especializada demuestra que la ‘propiedad’ intelectual e industrial es diferente del resto de las propiedades como un coche o una casa, en virtud de que se multiplica al compartirla. Las propiedades materiales son exclusivas: si una persona las usa las demás no pueden usarla al mismo tiempo. Por eso en cuestiones como objetos la posesión y el control son sinónimos, y así se reconoce en las leyes. En el caso de las ideas o conocimientos y dado que el hecho de compartir es consustancial a su existencia y que por naturaleza se pueden usar de modo concurrente (varias personas pueden leer la misma novela, o escuchar la misma canción, o calcular la misma ecuación a la vez) este género de control es imposible. El conocimiento no puede ser de nadie; es, en realidad, de todos.
Esto es lo que hace posible proyectos como la Wikipedia: una encarnación del viejo sueño de recopilar todo el conocimiento humano, solo que esta vez sin dueños ni autores. El conocimiento disperso en las mentes de millones de personas en todo el mundo por virtud de la educación y la experiencia, la ciencia que por definición es libre porque se comunica se almacena ahora en un único depósito sin propietarios y de acceso completamente abierto. Por primera vez en la historia podemos disponer de un almacén de conocimiento que respeta la esencia de lo que es el saber: la apertura y la comunicación abierta y sin límites. Esta realidad va más allá de este proyecto concreto: hay muchos más depósitos de saber en Internet además de Wikipedia. No es la primera vez que se produce una revolución profunda en los modos de transmitir conocimiento, y por ello sabemos que tendrá consecuencias.
La última vez que ocurrió algo parecido se produjo cuando la tecnología de la imprenta y los ideales de la Ilustración se unieron para crear el proyecto de la L’Encyclopédie, que tuvo influencia en los cambios políticos posteriores con su idea básica de que el saber no era de nadie y por tanto pertenece a todos con independencia del estamento o nivel social al que se pertenezca. En este sentido el conocimiento es revolucionario, y por eso la actual era en la que el conocimiento se ha liberado aún más de las ataduras preexistentes será más igualitaria que la anterior. Porque el saber no es de nadie y por tanto es de todos, y en esto los humanos somos cada vez más iguales.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
Hector04
Hay evolución en las ideas con supervivencia de las ideas que sobreviven a los paradigmas, por alguna razón esperamos que esas ideas sean paradigmas en si mismas, sean plasmadas de forma armoniosa, haga predicciones, sobreviva y postergue indefinidamente el próximo paradigma, pero la verdad es que todas tienen validez, fueron serendipia o idea feliz, sin ninguna planificación ni objetiva ni subjetiva y aún así osamos llamar conocimiento a esa astuta manera de organizar un taxonomía gigante de quimeras
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