Como hemos repetido a menudo y es obvio, los científicos son humanos. Y como el resto de los humanos los romances, escarceos, líos y tragedias o comedias amorosas abundan en los lugares donde trabajan. No miente aquel viejo refrán que dice que el hombre es fuego, la mujer estopa, y viene el diablo y fú; sopla, igual en un laboratorio que en una oficina o una tienda, en una factoría o en un taller, en la tripulación de un barco que en trabajo de campo. En el día a día de la ciencia hay muchas parejas que se conocieron en el trabajo como en cualquier otro campo, a veces con sus pequeñas catástrofes domésticas como divorcios o traumáticas separaciones, a veces con la complicidad añadida de estar con alguien que sabe exactamente a qué te dedicas, a veces incluso con consecuencias sobre el trabajo mismo o sobre la carrera de uno u otro participante. Está en la naturaleza humana.
Algunos tipos de práctica científica pueden incluso ser especialmente dados a este tipo de situaciones. La sensación de formar un pequeño club especial con los pocos que entienden tu (necesariamente reducido) campo de estudio; la incomprensión de familia, pareja y amigos. Las largas jornadas de laboratorio hasta horas intempestivas, a menudo con pausas forzadas, siempre con poco respeto a fiestas y vacaciones. Las estancias de estudio en instituciones ajenas, quizá en el extranjero; la obligatoria etapa itinerante del postdoc. Las jornadas de campo, alejados los investigadores del resto de la gente, aislados en precarios alojamientos y condiciones de vida; las aventuras y desventuras de la prospección, la observación o el viaje remoto y la sensación de que lo que pasa en el campo permanece en el campo. Las personas en situaciones de aislamiento y soledad somos vulnerables a la tentación. Las personas caen, a menudo, en ella.
Esto es simple y llana naturaleza humana, pero como en otras actividades también puede contener rastros de otro elemento, como es el poder, que lo convierte en algo mucho más turbio. En ciencia y en el ámbito académico es común que trabajen juntos personas de diferentes edades y muy diferentes categorías en lo que se refiere a prestigio, influencia y poder real. Alumnos y profesores, doctorandos y catedráticos, técnicos y postdocs forman parte de la mezcla de personas que trabajan juntos. Algunas categorías están en situación social y profesional privilegiada: el profesor titular, el catedrático de la asignatura, el director del departamento. Otras tienen su futuro por desarrollar y por tanto son vulnerables: quien está asentado en la práctica académica y científica puede tener un impacto desmesurado en las perspectivas de carrera profesional de un doctorando o un postdoc, para bien o, ay, para mal. Porque la historia nos enseña que cuando las personas tienen poder sobre otras personas siempre hay alguna que abusa de ese poder. Y es cuando se mezclan las cosas del querer o la lujuria con el desequilibrio de poder cuando todo se complica.
La actual oleada de descubrimientos sobre abusos a mujeres por parte de hombres poderosos en diferentes industrias (medios, TV, cine, fuerzas armadas, etc.) no ha librado al mundo de la ciencia. Se están publicando casos en los que hombres en situación dominante desde el punto de vista profesional han abusado de esa posición para obtener favores de mujeres u otros hombres. Se han hecho públicos hechos que van desde la situación incómoda al acoso o casi la agresión sexual en entornos como la astronomía o la geología de la Antártida, y sin duda se conocerán muchos más. Los foros profesionales y las charlas de café abundan en comentarios más o menos maliciosos sobre científicos que tienen las manos demasiado largas, o que de forma sistemática y en serie seducen a sus estudiantes más atractivas. La ciencia, por desgracia, no proporciona necesariamente una moral a quienes la practican. Y los abusos durante demasiado tiempo han quedado impunes.
Cuando existe un fuerte desequilibrio entre el poder de los participantes incluso las relaciones consentidas quedan manchadas de sospecha. Y estos desequilibrios pueden ser muy marcados y tener consecuencias muy desagradables incluso cuando las relaciones sentimentales (o sexuales) no forman parte del problema y es simplemente un conflicto intelectual. Bien está que cada vez sean menor tolerables este tipo de comportamientos que deben ser erradicados; también de los laboratorios y los centros de investigación, como del resto de la sociedad.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
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pvl
¿Y qué opinión te merece (pregunta que es extensible al resto de la sociedad) el fenómeno contrario, tan humano y frecuente como el descrito en el art., es decir, la concesión de favores sexuales por parte del miembro de menor jerarquía a uno superior, como medio de mejorar su estatus?