Los bebés humanos no se diferencian demasiado de los bebés de otras especie de mamíferos al señalar estados de malestar mediante vocalizaciones que expresan disgusto. Esas situaciones pueden ser la separación de la cría de la madre, el hambre o el malestar físico por algún golpe o enfermedad. Los bebés lloran, pero otras crías de corta edad emiten sonidos equivalentes. De la misma forma, las madres de las especies de mamíferos suelen responder a esos llantos o vocalizaciones recogiendo a la cría, estableciendo alguna forma de contacto físico o comunicándose con ella; a veces también defendiéndola de posibles depredadores o alimentándola. Y en ocasiones son las madres de otros bebés u otras cuidadoras las que reaccionan, mostrando incluso fuertes respuestas emocionales. Esto se ha observado, además de en humanos, en marmotas, focas, gatos, murciélagos, y otras especies.
Dada la gran dependencia de las crías humanas de la atención y cuidado de los adultos, y la larga historia de tal dependencia, no es de extrañar que algunos mecanismos de la respuesta de estos a las crías sean automáticos y se hallen, de alguna forma, impresos en sus sistemas nerviosos. Así, algunas reacciones del sistema nervioso autónomo y del sistema nervioso central de los padres a las caras de los bebés difieren de las respuestas a las caras de los adultos. Pero igualmente podría ocurrir que haya respuestas que varíen en función de factores culturales.
Una investigación reciente ha aportado elementos de interés para valorar en qué medida las respuestas de las madres humanas al llanto de sus bebés son universales o varían de unas culturas a otras. El resultado más sobresaliente de esa investigación es que las madres primíparas (primerizas) responden al llanto de sus criaturas de forma similar, con independencia de sus orígenes culturales1. Todas ellas cogen al bebé en sus brazos y le hablan, pero no tratan de distraerlo, de mostrarles cariño de forma explícita, ni les dan de mamar en esas circunstancias, como hacen las de otras especies de mamíferos. Tanto las madres primerizas al oír llorar a sus criaturas, como otras más experimentadas al oír a otros bebés, muestran patrones comunes de actividad encefálica: se activan el área motora suplementaria -área de la corteza cerebral implicada en la programación, generación y control de acciones motoras y secuencias de habla-, así como las regiones temporales superiores relacionadas con el procesamiento de estímulos sonoros. La activación de esas áreas parece producirse, además, antes de que las madres tengan plena consciencia de que van a responder al llanto, lo que constituye una indicación de la importancia de tal comportamiento en términos, lógicamente, de la supervivencia de la cría.
En mujeres que no son madres, sin embargo, no se producen esas respuestas de la actividad encefálica al llanto de los bebés. Al oírlos, las madres presentan respuestas más pronunciadas que las mujeres que no lo son en zonas encefálicas implicadas en el procesamiento de emociones, lo que, además de su significado funcional, da cuenta de una considerable plasticidad en el encéfalo materno, ya que los cambios en las respuestas pueden producirse en periodos muy breves de tiempo, de tan solo tres meses incluso.
Este estudio pone de manifiesto el carácter universal de la respuesta de las madres al llanto de sus criaturas y de otros bebés. Y sus resultados son acordes con otros trabajos en los que se ha mostrado el amplio surtido de comportamientos maternos que favorecen la supervivencia de la progenie. El llanto es una poderosa herramienta, además de señalar la condición física de los más pequeños (un llanto poderoso es señal de buena condición) es la alarma que se dispara cuando las cosas no van del todo bien. Que la madre responda a la alarma como su mensaje merece no solo favorece la supervivencia de la criatura; si además, responde de forma diferente al llanto que a otro tipo de llamadas que no indican riesgo inminente, el bebé aprende a confiar en la seguridad que le proporciona el vínculo, con lo que ello implica a los efectos de adquirir el comportamiento prosocial tan importante para el resto de su vida en el grupo.
Fuente: Marc H. Bornstein et al (2017): Neurobiology of culturally common maternal responses to infant cry. PNAS
1 Este aspecto concreto de la investigación que ha servido de referencia se estudió en madres de los siguientes países: Argentina, Bélgica, Brasil, Camerún, Francia, Kenia, Israel, Italia, Japón, Korea del Sur, y los Estados Unidos. Los trabajos de actividad encefálica (FMRi) se limitaron a madres de China, Italia y Estados Unidos.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Txema M.
Si nos diferencia de otras especies emparentadas algo tan básico como la respuesta neuronal a la demanda de atención de las crías, que en nuestro caso aparece ligada a la expresión vocálica (carente de más sentido comunicativo comprensible por el bebé que el tono y el ritmo) ¿no implica esto un largo proceso evolutivo, asociado al conjunto del desarrollo evolutivo de la especie? ¿Tiene sentido biológico defender el surgimiento del lenguaje aislado del desarrollo evolutivo del género Homo limitándolo a los últimos 30 o 50 mil años?
Leo, admiro y respeto a Chomsky, pero no puedo concebir el surgimiento del lenguaje en un tiempo tan escaso como el que él propone.
Juan Ignacio Pérez Iglesias
Me declaro incompetente para responder a esa cuestión, Txema. No conozco el tema lo suficiente como para tener una opinión bien sustentada al respecto.
Lo siento.