Programar no es «divertido», es técnica y éticamente complejo

Ideas

Walter Vannini

Michael/Flickr

La programación [1] de ordenadores es pan comido. O eso es lo que los gurús de las habilidades digitales del mundo nos quieren hacer creer. Desde la promesa de la entidad sin ánimo de lucro Code.org de que «¡Cualquiera puede aprender!» hasta el comentario del director ejecutivo de Apple, Tim Cook, de que escribir código es «divertido e interactivo», el arte y la ciencia de hacer software ahora son tan accesibles como el alfabeto.

Desafortunadamente, este mundo ideal no tiene relación con la realidad. Para empezar, el perfil de la mente de una programadora [2] es bastante raro. Además de ser altamente analíticas y creativas, las desarrolladoras de software necesitan una concentración casi sobrehumana para administrar la complejidad de sus tareas. La atención maníaca al detalle es imprescindible; las chapuzas están verboten [3]. Alcanzar este nivel de concentración requiere un estado mental llamado estar «in the flow» [4], una relación casi simbiótica entre la humana y la máquina que mejora el rendimiento y la motivación.

Programar no es el único trabajo que exige una intensa concentración. Pero nunca escucharás a nadie decir que la neurocirugía es «divertida», o que la ingeniería estructural es «fácil». Cuando se trata de la programación, ¿por qué los encargados de diseñar las políticas y los tecnólogos pretenden lo contrario? Por un lado, ayuda a atraer gente al campo en un momento en el que el software (en palabras del capitalista de riesgo Marc Andreessen) está «devorando al mundo», por lo que, al aumentar la reserva de trabajadores, se mantiene la industria funcionando y los salarios bajo control. Otra razón es que la misma palabra «programación» suena rutinaria y repetitiva, como si hubiera algún tipo de clave que las desarrolladoras apliquen de memoria para resolver cualquier problema. No ayuda que Hollywood haya descrito al ‘programador’ como un pirata informático socialmente cuestionado, que teclea primero y piensa después, inevitablemente blanco y masculino, con el poder de frustrar a los nazis o introducirse en la CIA.

Insistir en el glamur y la diversión de programar es la forma incorrecta de familiarizar a las niñas con la informática. Insulta su inteligencia y planta la noción perniciosa en sus cabezas de que no necesitas disciplina para progresar. Como sabe cualquier persona con una exposición mínima a crear software, tras un minuto de teclear hay una hora de estudio.

Es mejor admitir que programar es complicado, técnica y éticamente. Los ordenadores, por el momento, solo pueden ejecutar órdenes, en diversos grados de sofisticación. De modo que depende de la desarrolladora ser clara: la máquina hace lo que tú dices, no lo que quieres decir. Cada vez se confían más ‘decisiones’ al software, incluidas las de vida o muerte: piensa en automóviles que conducen por sí mismos; o en armas semi-autónomas; o en Facebook y Google haciendo inferencias sobre tu estado civil, psicológico o físico, antes de venderlo al mejor postor. Sin embargo, rara vez interesa a las empresas y a los gobiernos alentarnos a investigar qué ocurre tras estos procesos.

Todas estas situaciones se construyen sobre cimientos exquisitamente técnicos. Pero no podemos reaccionar ante ellas respondiendo preguntas exclusivamente técnicas. La programación no es un detalle que pueda dejarse a las «técnicas» bajo el falso pretexto de que sus elecciones serán «científicamente neutrales». Las sociedades son demasiado complejas: lo algorítmico es político. La automatización ya ha asestado un golpe a la seguridad laboral de los trabajadores poco cualificados en fábricas y almacenes de todo el mundo. Las oficinistas son las siguientes en la fila. Los gigantes digitales de hoy funcionan con una fracción de las empleadas de los gigantes industriales de ayer, así que la ironía de alentar a más personas a trabajar como programadores es que ellas mismas se están movilizando lentamente para quedarse sin trabajos.

En un mundo cada vez más intrincado y conectado, donde el software desempeña un papel cada vez más importante en la vida cotidiana, es irresponsable hablar de programar como una actividad liviana. El software no es simplemente líneas de código, ni es simplemente técnico. En unos pocos años, entender de programación será una parte indispensable de la ciudadanía activa. La idea de que programar ofrece un camino sin problemas para el progreso social y la mejora personal funciona en beneficio de la creciente tecno-plutocracia que se está aislando tras su propia tecnología.

Sobre el autor: Walter Vannini es consultor e investigador digital y reside en Milán (Italia).

Texto traducido y adaptado por César Tomé López a partir del original publicado por Aeon el 23 de septiembre de 2016 bajo una licencia Creative Commons (CC BY-ND 4.0).

Notas del traductor:

[1] Traducimos “coding” como “programar”, pensando que es mejor y más simple que “codificar” o “escribir código”.

[2] Todas las palabras que hacen referencias de género este texto se traducen en femenino ya que, en definitiva, se refieren a persona o personas. Así, por ejemplo, “programadora” se refiere a “persona programadora”. Solo existe una excepción obligada por el contexto.

[3] “Prohibidas”. En alemán en el original.

[4] Literalmente, “en el flujo”.

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3 comentarios

  • Avatar de Manuel López Rosas

    Muy certera caracterización del daño causado por la presentación que publicita una felicidad, fácil, superficial y certera sin lugar a dudas… y que trata de obtener disposiciones idénticas de los posibles receptores de mensajes.

  • Avatar de Teorema de Gödel

    Y, sin embargo, para mí -soy hombre- la programación es divertida y fácil, tanto técnica como éticamente. Claro, me he tomado mi tiempo para llegar hasta donde estoy -poco o mucho-.

    Yo trato de incentivar la programación para todos -sean hombres o mujeres-, mediante tutoriales donde intento atraer la atención en torno a aquello que me fue más complicado de asimilar.

    Saludos.

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