Hace unos lustros llegamos a olvidarnos de ellas, aunque en realidad no habían desaparecido; sólo retrocedido. Los tratamientos farmacológicos, por un lado, y una mayor prevención, por el otro, habían conseguido mantener a raya a las enfermedades de transmisión sexual. La penicilina fue efectiva en los años cuarenta del pasado siglo para curar la sífilis; muchos soldados que habían combatido en la segunda guerra mundial se beneficiaron del tratamiento antibiótico. Y la emergencia del SIDA a comienzos de los ochenta condujo a muchas personas a practicar sexo de forma segura, recurriendo al uso de preservativos como nunca antes se había hecho. Pero las cosas parecen haber cambiado.
En varios países occidentales se viene observando un aumento continuado de la incidencia de la sífilis, gonorrea y clamidiasis durante los últimos años. En España, en concreto, los casos de sífilis y gonorrea han aumentado desde comienzos de este siglo. Y es posible que el mismo fenómeno haya ocurrido también en otros países.
Los especialistas atribuyen el repunte de la incidencia de estas enfermedades al hecho de haberse perdido el miedo al SIDA con la consiguiente relajación de las medidas profilácticas. Los más mayores quizás han abandonado las prácticas seguras, pero muchos jóvenes posiblemente ni siquiera han llegado a adoptarlas. Se perdió el miedo al SIDA como consecuencia de los grandes avances en antirretrovirales, que han conseguido aumentar de forma impresionante la esperanza de vida de las personas seropositivas. Además, desde 2012 se dispone de las denominadas medicinas profilácticas pre-exposición, que son fármacos antirretrovirales que se toman de forma preventiva con objeto de evitar el contagio del VIH. El uso creciente de estos fármacos ha venido acompañado por una disminución del uso de preservativos. Y el problema es que los condones protegen frente a todas las enfermedades de transmisión sexual, pero los antirretrovirales solo lo hacen frente a virus como el VIH.
A la pérdida del miedo parece haberse unido en los últimos años un segundo factor. Las aplicaciones para citas –dating apps– han experimentado un auge enorme. Estas aplicaciones facilitan una mayor promiscuidad, pues pueden poner en contacto a mucha gente con suma facilidad. Eso, en principio, no debería ser un problema. Pero en la práctica lo es porque, al parecer, quienes conciertan citas para practicar sexo de ese modo utilizan menos los condones que el resto. Se desconoce si hay relación causal entre esos dos comportamientos y, de haberla, en qué dirección se produce. Esto es, no está claro si el uso de las dating apps conduce per se a la adopción de pautas de riesgo en las relaciones sexuales o si quienes hacen un mayor uso de las apps en cuestión son quienes, de suyo, tienden a “relajar” las precauciones con mayor frecuencia. Sea una cosa o la otra, la combinación de los dos factores –mayor promiscuidad y menos precauciones- es un peligroso cóctel.
La gonorrea, la sífilis y la clamidiasis son enfermedades provocadas por bacterias y por esa razón mucha gente no les tiene miedo. Confían en que, de contraer cualquiera de ellas, podrán curarse tratándose con antibióticos. Sin embargo, de la misma forma que está ocurriendo con otras bacterias patógenas, también estas están desarrollando resistencias frente a los antibióticos habituales y si aumenta la prevalencia de estas enfermedades, cabe esperar que también aumenten las resistencias, con lo que el problema podría alcanzar proporciones preocupantes.
Solo la prevención puede evitar contagios. Y dado que en este momento no se dispone de vacunas para estas enfermedades, la alternativa sensata al cóctel peligroso consiste en practicar sexo tomando las debidas precauciones; o sea, pasa por ponerse el condón.
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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Una versión anterior de este artículo fue publicada en el diario Deia el 25 de marzo de 2018.