La ciencia y el egoísmo nacional

Fronteras

Niels Bohr y Albert Einstein invirtiendo en el desarrollo económico y tecnológico de la humanidad sin ser conscientes de ello. Foto: Paul Ehrenfest / Wikiemedia Commons

A pesar de lo que solemos leer en los medios la verdad es que la mayoría de los científicos profesionales no trabajan en ciencia para mejorar el bienestar de la Humanidad. Hay investigadores biomédicos cuya vocación es acabar con determinadas enfermedades, o ingenieros que trabajan para que tengamos mejor y más barata tecnología con la que resolver nuestros problemas, pero el móvil de la mayoría de los científicos no es mejorar la vida de la gente, sino el conocimiento; la pura y dura curiosidad. Esto, y la ignorancia de algunos, lleva a que se pueda encontrar críticas a los presupuestos dedicados a la ciencia en plan ¿por qué debe el estado subvencionar sus aficiones a los de las batas blancas en sus torres de marfil? Si el objetivo de la ciencia no es en sí mismo mejorar la vida de la gente, ¿por qué debe la gente pagar por ella?

Es cierto que la ciencia puede parecer cara, aunque sus presupuestos palidecen ante otros gastos (defensa, infraestructuras) típicos de las entidades nacionales. Y es cierto que la ciencia pura y dura no sólo parece inútil, sino enrevesada, abstrusa y a veces incluso absurda. Políticos populistas de toda laya han sacado partido a la burla de determinados estudios científicos financiados con fondos públicos convenientemente retorcidos para hacerlos parecer ridículos. Resulta complicado explicar a veces por qué se deben dedicar dineros del estado a la investigación, si a cambio no se obtiene nada de provecho.

Y sin embargo el egoísmo nacional es precisamente la razón más importante que puede justificar que un país dedique dinero público a la ciencia y la tecnología; no por amor al conocimiento o por el prestigio de sus instituciones, sino para obtener a cambio mejoras e su situación económica. La lista de los países más ricos y poderosos del mundo coincide con la lista de los países que más invierten en ciencia, no sólo en términos absolutos, sino también en relativos; y no es una coincidencia. Los países más ricos y poderosos invierten en ciencia porque esta inversión ayuda a hacerlos más ricos y más poderosos, no por la bondad de sus estatales corazones; existe una clara correlación entre inversión en ciencia básica y aplicada y bienestar económico y poderío nacional.

Tabla con los países que invierten al menos un 2,00 % de su PIB en I+D según los últimos datos disponibles. España ocuparía un lugar 31, con el 1,22 % según datos de 2014 (en la actualidad puede que sea significativamente menos). Fuente: Wikimedia Commons

Aunque pueda parecer mentira censar las garcetas de un lago, estudiar la microbiología de una playa, analizar la dispersión de rayos cósmicos o determinar los intríngulis de una reacción química acaba teniendo un impacto sobre la vida de la gente, si no directa sí indirectamente. Cuando un estado dispone de un aparato de investigación científica pura genera conocimientos nuevos que se acaban derramando sobre la industria de ese país convertidos en técnicas útiles; el disponer de gente entrenada y formada ayuda cuando es necesario resolver un problema de producción en una empresa o cuando se trata de crear nuevos productos. Y esto sin contar con las veces en las que un recóndito detalle de un remoto rincón especializado de una ciencia se transforma en la base de una industria multimillonaria completa, como ocurrió con los sistemas de defensa antivirus de las halobacterias de Santa Pola y el CRISPR/CAS.

La ciencia no se practica por el bien de la humanidad, no más que la carnicería, la construcción de edificios o la conducción de autobuses. Pero lo cierto ers que tenemos pruebas de que la práctica de la ciencia mejora la vida en las sociedades que le dedican cariño, presupuestos y atención: su economía mejora, su industria se fortalece, su lugar en el mundo crece. Es por eso que por puro y duro egoísmo cabe reclamar a políticos y administradores que le dediquen la atención que necesita al sistema de ciencia e innovación. Por egoísmo nacional, si no por cariño verdadero.

Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.

3 comentarios

  • Avatar de Xabi

    ¿Cómo se sabe qué esto implica lo otro y no al revés? Quiero decir, ¿No podría ser que los países más competitivos son los que más invierten en ciencia?
    A ver, la realidad es que lo más probable es que haya una doble implicación (un feedback o retroalimentación). Así, la cadena empieza cuando un país «rico» invierte una cantidad notable del PIB en ciencia. Los países pobres, por tanto, no pueden dar inicio al ciclo; los ricos siguen invirtiendo por los beneficios.
    También, no podemos dejar la ciencia solo en el sector privado. En el sector privado no se invierte -lógicamente- en investigación e innovación a «muy» largo plazo -salvo por el crowfounding-. Por tanto, no van a invertir en investigación cosmológica o en física de partículas. Y eso a pesar de que ya reportan beneficios «más mundanos», por ejemplo: servir de marco para la mejora de la radiometría -en espacio-, la «tomografía por emisión de positrones» y la «radiografía» de muones -nada mal para partículas tan efímeras-. Determinar «determinar los intríngulis de una reacción química» nos ha permitido crear métodos eficientes de producción de mil y una cosas que empleamos en nuestra vida cotidiana. Las investigaciones de décadas en genética nos pueden llevar a curar -ya se ha hecho- enfermedades que portamos en los genes. Y muchas más cosas.

  • Avatar de Kevin Tanza

    La ciencia es por el bien de la humanidad, pero muchos científicos lo han hecho para su propio bienestar y estatus. No pasa nada, el camino a la grandeza requiere un cierto grado de soberbia.

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