Hablando se interrumpe la gente

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Dicen de los escandinavos que si se les ofrece una taza de té hay que esperar casi un minuto para que te respondan. Muchos creen que las conversaciones entre japoneses están llenas de silencios entre una intervención y la siguiente. O que los italianos mantienen conversaciones muy vivas, plagadas de interrupciones. Algunas de esas creencias tienen alguna justificación, pero solo algunas.

Según Nick Enfield, de la Universidad de Sidney, el tiempo que transcurre entre las intervenciones de dos personas en una conversación es similar en hablantes de diferentes idiomas. En promedio, tardamos en torno a 200 milisegundos –lo que nos lleva un parpadeo- en tomar la palabra en una conversación o responder a una pregunta, aunque necesitamos más tiempo cuando la respuesta es negativa que cuando es afirmativa. Pero no hay grandes diferencias entre los hablantes de distintas lenguas. Los anglohablantes tardan 240 milisegundos en tomar la palabra y cuando lo hacen no se guían por una posible pausa de la otra persona, sino que se atienen a claves gramaticales o a otras señales, como la entonación, para intervenir.

En contra de la creencia antes mencionada, los japoneses prácticamente no dejan pasar nada de tiempo entre las intervenciones de dos contertulios; son los más rápidos: 7 milisegundos. Pero los daneses sí hacen largas pausas entre las intervenciones de dos personas que conversan: necesitan casi medio segundo. Según Enfield, atribuimos a los hablantes de distintas lenguas tiempos de respuesta muy diferentes debido a que la percepción del transcurso del tiempo es subjetiva. Somos tan sensibles a la cadencia temporal del habla, que magnificamos las diferencias, nos parecen mayores de lo que realmente son. El hecho de que no todos experimentemos los tiempos de la misma forma, conduce a desajustes cuando hablan personas que poseen pautas de conversación diferentes. Cuando quienes hablan hacen pausas de diferentes duraciones, es fácil que una de las dos interrumpa a la otra sin pretenderlo. Pero también se producen interrupciones de forma voluntaria.

Hay interrupciones “cooperativas”: se hacen para mostrar acuerdo con quien habla, le ayudan proporcionándole la expresión o palabra que necesita, o piden una aclaración de lo dicho. Otras son “intrusivas”: muestran desacuerdo, se hacen para dominar la conversación (“llevar la voz cantante”), o se usan para cambiar de tema. Al parecer, los occidentales tendemos a interrumpir de forma intrusiva, mientras que para los orientales son más frecuentes las interrupciones cooperativas.

Y también en este aspecto hay diferencias entre hombres y mujeres. Las mujeres se interrumpen más entre sí que los hombres, pero las interrupciones entre mujeres son, sobre todo, del tipo colaborativo. En los intercambios en los que participan hombres y mujeres, ellos tienden a interrumpir a las mujeres con una frecuencia muy superior que a la inversa. Eso ocurre, incluso, cuando la mujer goza de un estatus superior al del hombre. Y ese diferente comportamiento emerge muy pronto en el desarrollo de chicas y chicos. Ya en los primeros años de la escuela, los niños tienden a interrumpir con mayor frecuencia, mientras las niñas tienden a facilitar en mayor medida la participación de los demás en las conversaciones.

Los especialistas en estas cuestiones creen que es muy importante que seamos conscientes de que hay diferencias entre personas de diferente sexo y procedencia geográfica o cultural en la forma de conversar y en la tendencia a interrumpir a los demás. Porque el simple hecho de ser conscientes ya nos hace estar en guardia, evitando interrupciones intrusivas y facilitando el intercambio de puntos de vista. Tengámoslo en cuenta: pocas actividades sociales hay tan útiles como conversar y hacerlo con respeto.

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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Una versión anterior de este artículo fue publicada en el diario Deia el 22 de abril de 2018.

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