Sin divulgación científica no hay democracia. Sin arte tampoco

Fronteras

El duelo. Christian García Bello, 2017
156x170x45 cm
Carbón, aceite sobre madera de pino, acero y hormigón

¿Por qué a la gente le fascina una escultura de bronce que parece una colchoneta hinchable? ¿O un enorme agujero en el suelo pintado de negro llamado Descenso al limbo? ¿Por qué resulta atractivo Jeff Koons o Anish Kapoor? Por el misterio.

Esto me lo dijo hace unos días mi hermano Christian cuando conversábamos sobre las implicaciones que tiene el cierre de uno de los museos de arte contemporáneo más importantes de Galicia, el MAC, de la Fundación Naturgy.

La noche en la que se inauguró la que será la última Mostra del museo se respiraba un ambiente de tristeza, pesimismo y enfado. La noticia del cierre del MAC era reciente. Estuve charlando con el comisario de arte y director de la Fundación DIDAC, David Barro. Me comentaba que uno de los problemas es que el arte contemporáneo había dejado de resultar interesante. Al menos antes la gente se indignaba con él. Ahora ni eso. No quieren que gastemos varios miles de euros en crear exposiciones. Quieren que ese dinero se emplee en algo útil, tan útil como puede ser un hospital, como puede ser la investigación científica. El salvavidas al que ha tocado aferrarse es precisamente la creación de alianzas con otras disciplinas. David se refería al diseño. Te alías con ingenieros industriales y puedes crear eventos y exposiciones a las que la gente acude con interés. Es una buena estrategia de divulgación. El diseño es esencialmente útil. Identificamos el diseño con el progreso.

Identificamos la ciencia con el progreso. Sea ciencia útil o inútil, la identificamos con el progreso. Nos rasgamos las vestiduras cuando hay una merma en el presupuesto destinado a ciencia. Sin ciencia no hay futuro y todo eso. Y es cierto que no lo hay, al menos no un futuro que nos ofrezca una mayor calidad de vida y una mayor calidad del conocimiento. Aunque siga habiendo quien pone el grito en el cielo con el gasto en exploración espacial, por ejemplo, a la mayoría nos resulta fascinante. Es por el misterio.

No solo nos fascina la ciencia por lo que tiene de misterioso. No todos los temas científicos sobre los que divulgar tienen un gancho tan goloso como el misterio y, sin embargo, generan un gran interés.

Hace unos días, Joaquín Sevilla, divulgador científico, director de la Cátedra de Cultura Científica y profesor de Tecnología Electrónica de la Universidad Pública de Navarra, decía para una entrevista en The Conversation que la divulgación consiste «en bajar el conocimiento de sus torres de marfil y conseguir que circule por los caminos que transitan habitualmente los ciudadanos comunes. Torres hay de la erudición, del aburrimiento o del desinterés, y una vez apeado de ellas, el conocimiento científico da para historias apasionantes».

La imagen pública que tenemos y hemos tenido de la ciencia y del arte comparten historia. Hubo un tiempo en el que el conocimiento se mantenía a resguardo en las torres de marfil, solo alcanzable para las élites intelectuales. Los científicos y los artistas compartieron esa pertenencia a la élite. Los científicos, gracias a la divulgación, empezaron a apearse de esas torres. A compartir el conocimiento con todo lo que implica la palabra compartir. Si compartes el conocimiento éste ha de ser comprensible. Para ello utilizamos el lenguaje y lo vamos desvistiendo hasta que queda un desnudo precioso, sin jerga del gremio, sin oscurantismo ni pesadas prendas de abrigo que lo protejan. Ese es el lenguaje que transitamos los ciudadanos comunes.

Sin embargo, el arte no se ha apeado todavía de las torres. Hemos pasado de creer que los artistas eran genios inspirados por la divinidad, virtuosos del pensamiento y de la técnica, a indignarnos con ellos. Aunque todo arte en su momento causa indignación. Los impresionistas que hoy gustan a todos fueron los mamarrachos de su tiempo. Los que no sabían pintar bien. Hoy en día el arte contemporáneo está dejando de indignar y está sucumbiendo a la indiferencia. El discurso posmoderno que lo acompaña, esa farsa intelectual, lo ha ido disfrazando de nada.

El arte contemporáneo no se divulga. Si se divulgase, a la gente le fascinaría. Insisto en que no se divulga. Me niego a llamar divulgación a las cartelas que acompañan a las obras de arte, incluso a las audioguías. Ese lenguaje oscuro, pesado y autorreferente deja fuera a quien no estuviese completamente dentro desde antes. Hay gente que no sabe quién Jeff Koons o Anish Kapoor. La mayoría, me temo. Igual que hay gente que no sabe cuáles son las leyes de la termodinámica. A partir de ahí, sin dar nada por sabido, se empieza a divulgar. Y es que, si todas las personas de las que nos rodeamos los divulgadores pertenecen a nuestro gremio, en mayor o menor medida, nos quedamos sin una buena vara de medir.

En mi última charla en Naukas Bilbao, el evento más grande de divulgación científica de España, hablé de Jeff Koons. Del perro gigante de flores del Museo Guggenheim de Bilbao, de los tulipanes y de la colchoneta hinchable de Hulk que era de bronce. Al día siguiente fui a visitar el museo con unas amigas. Había caras conocidas. En la escasa hora que estuvimos allí, decenas de personas se acercaron a decirme que estaban en el museo porque habían asistido a mi charla del día anterior. Gente que había venido a un evento de divulgación científica y que se había topado con una charla de divulgación… ¿artística? ¿científica? Cultural. Aunque este hecho supone una muestra poco o nada representativa, me sirve de ejemplo y para seguir en mis trece: si se divulgase el arte, a la gente le fascinaría.

El conocimiento produce gozo. Esa es una de las claves del éxito de la divulgación. Hace unos días, Xurxo Mariño, divulgador científico, doctor en neurofisiología y profesor de la Universidad de A Coruña, hacía una encuesta en Twitter preguntando por qué se ve oscura una parte de la Luna en los cuartos creciente y menguante. El 58% respondió que se debía a la sombra de la Tierra. Respuesta mayoritaria. Respuesta incorrecta.

La respuesta correcta es la 1: su propia sombra.

La reflexión de Xurxo partía de la premisa de que el conocimiento produce placer. «Hay una cantidad muy llamativa de personas que conviven, día tras día, año tras año, ante un astro absolutamente hermoso y grandioso y, sin embargo, no dan el paso de reflexionar lo más mínimo sobre la razón de sus cambios de aspecto. El hecho de hacer esa reflexión, ¿qué aportaría a sus vidas?: un placer añadido a la mera observación, que es el placer del conocimiento. ¿Hay una renuncia voluntaria al placer del conocimiento? Lo dudo mucho. Entonces… ¿Hay un desconocimiento de que el conocimiento produce gozo y placer? (placer estético, poético…) Es una opción a tener en cuenta. ¿Qué hacemos los científicos ante eso?: comunicar el placer cognitivo, poético y estético de la ciencia. No se puede guardar el secreto de tanto gozo cuando, además, ese conocimiento es alimento para generar mentes capaces de pensamiento crítico».

El ejemplo de la Luna es intercambiable por cualquier otro conocimiento. Desde luego con el conocimiento artístico sucede lo mismo. «Para saborear hay que saber». Esta frase la pronuncio en casi todas mis charlas.

No creo que haya una renuncia voluntaria al placer del conocimiento. Es cierto que la indiferencia o el rechazo producido por el desconocimiento requiere menos esfuerzo intelectual. Y no hay tiempo, y hay otras prioridades, y toda clase de excusas. Pero cuando descubres algo, lo entiendes con mayor detalle, cuando un conocimiento gana en profundidad, produce una enorme satisfacción. ¿Quién va a renunciar a eso de forma voluntaria?

Con el arte contemporáneo pasa eso. No se renuncia voluntariamente a él. Lo que ocurre es que sigue siendo inaccesible porque no se divulga. Y su inaccesibilidad lo ha ido convirtiendo en un accesorio del que se puede prescindir en tiempos de crisis. Y no me refiero a crisis económica, sino a crisis intelectual, a esta deriva acrítica, simplista, simulada y cortoplacista en la que nos vemos inmersos.

¿Por qué hay gente que quiere que se invierta el dinero de sus impuestos en ciencia y rechaza que se invierta en arte? Obviando el apego por lo útil, -ya sabemos que la ciencia básica es inútil, afortunadamente– el conocimiento científico no genera más placer que el artístico o el conocimiento de cualquier otra naturaleza. Pero es que del conocimiento científico hemos aprendido a hacer mejor propaganda. Propaganda, esa es la palabra clave.

La gente tiene que saber en qué se gastan sus impuestos. Por eso las universidades y centros de investigación tienen que hacer divulgación.

Juan Ignacio Pérez, director de la Cátedra de Cultura Científica y catedrático de Fisiología de la Universidad del País Vasco, decía en The Conversation que la divulgación «ayuda a tomar decisiones mejor fundadas, tanto de forma individual como colectiva, por lo que promueve un ejercicio democrático de la ciudadanía. Y sirve para poner el conocimiento en el espacio público, elevando su prestigio social y favoreciendo el apoyo político a su creación y transmisión».

Si queremos elevar el prestigio social del arte contemporáneo, y favorecer el apoyo político a su creación y transmisión, debemos empezar por la divulgación.

En la inauguración de la última Mostra del MAC, la última antes del anunciado cierre del museo, que coincidía con el último acto antes de la jubilación de su directora, Carmen Fernández Rivera, no se personó ningún representante de las administraciones. ¿Qué había más importante que eso? Hasta la fecha, la única discusión de la que se han hecho eco los medios de comunicación es dónde irá a parar la colección de arte del MAC, si se quedará o no en Galicia. Pero no es solo un problema de patrimonio. El problema tiene más envergadura que eso. En el MAC se crean exposiciones, se hacen conciertos, residencias para artistas, becas de creación, conferencias… Es un motor cultural gallego. No es solo el contenedor de una valiosísima colección de arte contemporáneo. Y lo van a cerrar. Como han cerrado o dejado morir tantos otros centros de arte.

Me niego a sucumbir ante esta dictadura de lo inmediato, de lo útil, de lo de bajo calado intelectual. Tal y como los divulgadores científicos mantenemos un ruido constante que mantiene vivo el prestigio de la ciencia; es hora no solo de cambiar la perspectiva de la empresa del arte, sino de combatir su desprestigio social. Porque si no se entiende lo que hacen los artistas, ¿quién va a apoyar el arte? Si la gente no lo entiende, no le produce placer, no lo apoya. Por eso el arte se está volviendo una cuestión de segunda para los administradores públicos. Ellos son los que están permitiendo que esta crisis intelectual afecte a toda la ciudadanía sin intención de que haya vuelta atrás. Ellos son los que manejarán la situación con disimulo, para que dentro de unos meses nadie, salvo los afectados directos, hablen del cierre del MAC.

La divulgación científica nos sirve para acercar las evidencias científicas a la sociedad, para que esta, al amparo de los hechos, tome decisiones críticas y fundamentadas. El conocimiento es fundamental para el libre ejercicio democrático. Y este conocimiento se hace accesible gracias a la divulgación.

Nuestros gestores destinan fondos a ciencia, arte, o a cualquier otra actividad generadora de conocimiento en función de las exigencias de la ciudadanía. Por eso el hecho de no hacer divulgación sobre alguna de estas actividades deja desprotegida a la sociedad, la incapacita a la hora de la libre toma de decisiones. Quienes pretenden una sociedad dócil y acrítica, pondrán freno a la generación de conocimiento y, sobre todo, a su comunicación.

Es hora de hacer propaganda de todo lo que queremos salvar. No hay tiempo para el duelo. Es hora de actuar. Debemos hacer propaganda de la ciencia. Propaganda del arte contemporáneo. Y la mejor forma de hacer propaganda del conocimiento es la divulgación. Porque sin arte no hay futuro. Sin arte no hay pensamiento crítico. No hay generación de conocimiento. Sin arte no hay democracia.

Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica

3 comentarios

  • Avatar de Elena

    No puedo estar más de acuerdo con tu post. Me dedico a la divulgación del arte contemporáneo y puedo experimentar el cambio de mirada en las personas que gozan descubriendo el conocimiento nuevo. Intento con mi trabajo que las personas que visitan los museos podamos entender mejor el mundo en el que vivimos gracias a las propuestas de los artistas contemporáneos….Hace 13 años que me dedico a esto y sigo pensando que es cada día más necesario.Me ha encantado que una científica sea capaz de poner palabras y dar argumentos a la separación que existe hoy en día entre la gente y el arte…. Tu texto me ha parecido muy inspirador y me sirve para seguir pensando en cómo mejorar nuestro trabajo. Muchas gracias!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *