Tega cuenta historias a niños y niñas leyéndoles libros ilustrados. De vez en cuando les hace preguntas para conocer su opinión acerca de lo que les ha contado, saber si le entienden, interesarse por el significado de alguna palabra o conocer sus ideas sobre algún aspecto en particular de lo que les ha leído.
Al contar historias se mueve, adopta posturas diferentes y pone caras. También ilustra lo que cuenta con imágenes que proyecta en una pantalla. Además, se fija y registra la expresión facial y la disposición corporal de quien escucha el cuento; de esa forma sabe si le interesa y está atento a lo que dice. Y al acabar de leerle el libro, le pide que se lo cuente con sus propias palabras.
Tega es un robot con cubierta de peluche que ha sido desarrollado por un equipo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) formado por ingenieros, informáticos y artistas. Lo han diseñado para que enseñe lenguaje a niños y niñas de corta edad, y fue presentado a finales de enero pasado en Hawai, en la AAAI Conference on Artificial Intelligence.
Tega ha demostrado ser competente en la tarea para la que fue creado. En el marco de un experimento leyó cuentos a niños y niñas de entre 4 y 6 años de edad. Lo hizo en sesiones semanales de una hora de duración. En un grupo las lecturas eran personalizadas. Cada vez que interactuaba con los chiquillos Tega aprendía, sabía más de sus habilidades y conocimientos verbales. De esa forma, para la siguiente sesión escogía un cuento más adecuado al nivel de competencia verbal de cada uno de ellos, tanto por las estructuras que eran capaces de manejar como por el vocabulario que conocían. Y además, iba sustituyendo algunas palabras por sinónimos menos conocidos.
En un segundo grupo las lecturas no eran personificadas. Tega escogía al azar la historia de una biblioteca de cuentos. Eso sí, cada dos semanas elevaba la dificultad del texto. Además de los dos grupos que interactuaron con el robot, el equipo utilizó un grupo de control que no interactuó con Tega.
Varias semanas después de terminar las sesiones, el equipo evaluó el conocimiento de vocabulario en los dos grupos experimentales y en el control. Todos los que habían interactuado con el robot habían mejorado sus conocimientos verbales, pero los del grupo con los que Tega se había relacionado de forma personalizada mejoraron más. En un test de conocimiento verbal cometieron un 23% menos de errores que antes de las sesiones con el robot. Y la tasa de error de quienes no habían interactuado de forma personalizada con él solo se redujo la mitad que la del grupo anterior. Los del grupo control no mejoraron.
Además de saber más vocabulario, los pequeños que habían interactuado con Tega de forma personalizada contaban historias más largas y más complejas que los otros niños, y su lenguaje corporal indicaba que prestaban una mayor atención al robot durante las sesiones.
No han creado Tega para que enseñe lenguaje como lo harían maestros y maestras. Lo han hecho para que sirva de apoyo al personal docente y para su uso bajo circunstancias especiales. Pero uno no puede dejar de pensar que cada vez son más los ámbitos en los que se diseñan robots para sustituir o “complementar” actividades humanas. Antes pensábamos que los robots se limitarían a la manufactura, limpieza y tareas repetitivas, en general. Pero ya hay muñecas sexuales robóticas, se proyectan androides que cuiden a personas y, como acabamos de ver, se crean robots capaces de enseñar porque, entre otras habilidades, pueden aprender.
Fuentes: Tega, a New Social Robot Platform; Tega; Smart and fluffy storytelling robot to be trialled in US classrooms
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU