Han analizado miles de mapas urbanos de todo el mundo para evaluar la conectividad interior de las ciudades y cómo difiere esa conectividad entre unos países y otros. Han recurrido para ello a los mapas que recoge el proyecto de acceso libre Open Street Map. Y han cuantificado una serie de características, como son (1) el número de vías que confluyen en sus intersecciones, (2) el grado en que una única vía es necesaria para acceder a varios nodos, (3) la relación entre la distancia real que separa dos nodos y la que hay en línea recta entre ellos, y (4) el grado de sinuosidad de los trayectos entre destinos finales. Y con esas magnitudes han calculado el valor de un indicador del grado de dispersión urbana, entendida esta como ausencia de conectividad.
Han identificado, por otra parte, tres modelos urbanos de referencia. El primero es el de malla, característico de ciudades organizadas en una red de geometría rectilínea, sobre todo las que se diseñaron en América antes de que el automóvil particular alcanzase su apogeo. El segundo es el medieval, caracterizado por una disposición irregular de sus calles y con numerosas intersecciones en las que confluyen vías no perpendiculares entre sí; es propio de muchas ciudades históricas europeas. El tercero es el de “fondo de saco” (cul-de-sac); tiene muchas curvas, lazos y vías sin salida, diseños urbanos característicos de la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en Norteamérica.
El modelo de malla se caracteriza por tener abundantes nodos o intersecciones, y por confluir un número relativamente alto de vías en esos nodos. Ese modelo tiene, en general, múltiples conexiones y muy pocas vías sin salida, al contrario que el modelo de fondo de saco. El medieval también tiene muchas intersecciones, aunque no haya muchos nodos ni sean muchas las vías que confluyen en ellos. El grado de dispersión es mínimo en el modelo en malla, algo superior en el medieval, y bastante más alto en el de fondo de saco, que tiene mínima conectividad interior.
Las ciudades con las calles mejor conectadas son las de Sudamérica, en las que abunda el modelo de malla, herencia de la colonización española. Uruguay, Paraguay y Argentina son los países con mínimos grados de dispersión. En Japón, Corea del Sur, gran parte de Europa y del Norte de África también hay niveles de conexión intraurbana relativamente altos, propios del modelo medieval. La dispersión más alta se produce en Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda y Noruega. Hay también un grupo de países en el Sudeste y Sur de Asia con escasa conectividad urbana. En ciudades como Yakarta o Manila proliferan barrios de clase media de acceso restringido por temor al crimen, servicios públicos ineficientes y débiles regulaciones de uso del suelo. No permiten el acceso libre y, de hecho, la escasa conectividad que propician es parte de una estrategia que busca la estratificación social y el uso exclusivo de los espacios.
La estructura urbana influye en la forma en que nos desplazamos por la ciudad. Cuanto mayor es la conectividad en el interior de una ciudad, menor es el número de automóviles por hogar, y más gente opta por moverse a pie y en bicicleta. La densidad de población también afecta a esas magnitudes: hay más coches y se camina menos en las urbes de menor densidad. Por eso, estudios como este pueden ayudar a tomar decisiones que favorezcan la conectividad, y promover así los desplazamientos que permiten prescindir del vehículo particular, con lo que ello supone en términos de contaminación, salud pública y seguridad de tráfico.
Fuente: Barrington-Leigh C, Millard-Ball A (2019) A global assessment of street-network sprawl. PLoS ONE 14(11): e0223078.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU