Hace 77 años, el 5 de mayo de 1945, el campo de concentración de Mauthausen fue liberado por la 11ª División Blindada del 3ª Ejército de Estados Unidos.
“Me enteré de que iban a hacer eso, así que fui a su encuentro y les dije: “Escuchadme, muchachos, si vais a liquidar a toda esa gente, al menos sacadles el cerebro, de modo que pueda aprovecharse el material”.
Julius Hallevorden, director del Departamento de Neuropatología del Instituto Kaiser Wilhelm de Investigación del Cerebro. Así respondió al oficial estadounidense que le interrogó al finalizar la guerra.
“Ética y ciencia necesitan darse la mano”.
Richard Clarke Cabot, 1933. El 30 de enero de ese año, Hitler llegó al poder cuando fue nombrado Canciller.
Para mí, y disculpen que empiece este texto con un recuerdo personal, la historia sobre la ciencia de los nazis y su utilidad actual comenzó en 1985 en la Biblioteca Central de la UPV/EHU. Revisaba la bibliografía reciente que aparecía casa semana en una publicación llamada Current Contents, del Instituto para la Información Científica de Philadelphia. En el número del 8 de julio, su director, Eugene Garfield, que publicaba cada semana un texto breve sobre algún asunto científico de actualidad, celebraba el 40 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y lo hacía desde la perspectiva de un experto en literatura científica. Garfield fue quien propuso el hoy tan utilizado factor de impacto de las revistas científicas. Se preguntaba, junto a otros científicos como Tomas Radil-Weiss, de la Academia de Ciencias de Checoslovaquia y superviviente de Auschwitz, o la periodista Kristine Moe, sobre si se deben utilizar y, en consecuencia, citar, los resultados de los experimentos de los médicos nazis en los campos de concentración.
Esos experimentos eran torturas y, a menudo, muerte para los internados que servían como animales de laboratorio. Es indiscutible que llamar ciencia a lo que hacían los torturadores es un eufemismo odioso. Pero redactaron informes y publicaron los resultados de sus experimentos en revistas científicas, en su gran mayoría alemanas. Y, por tanto, es posible utilizar sus resultados por otros investigadores. Hacerlo o no hacerlo es una cuestión ética que, creo, hay que debatir.
Por ejemplo, hay especialistas en el campo de la hipotermia, dice Garfield, que utilizan y citan en sus publicaciones los resultados de los experimentos que lo habitual es que terminaran con la muerte del que los sufría. Cuando acababa en muerte, los investigadores nazis lo catalogaban como “experimento terminal”. Bernard Dixon, en New Scientist, se pregunta si estas prácticas en científicos del siglo XX “no son sino un insulto gratuito a aquellas patéticas cobayas humanas, y a la memoria de los muertos, desde los libros de texto y las revistas científicas que citan datos obtenidos de esta manera tan odiosa”. Citas de la vergüenza las denomina.
Los científicos que utilizan los datos de los nazis declaran que están obligados a ello, a usar esa información, porque así contribuyen al avance los conocimientos científicos e, incluso, a salvar vidas. Intentan que aquella tragedia sirva, en lo posible, para algo bueno.
Cuando Garfield y su equipo intentaban conocer cuánto se habían citado los artículos de los médicos nazis, se encontraron con el problema de que no sabían con seguridad cómo obtuvieron sus resultados los firmantes de aquellos trabajos. Pero, también, encontraron que algunos de los artículos firmados indiscutiblemente por médicos nazis eran citados con frecuencia.
Por ejemplo, el profesor Kurt Gutzeit, de la Universidad de Breslau, hoy Wroclaw, en Polonia, infectó a prisioneros de Auschwitz con el virus de la hepatitis. Su ayudante, H. Voegt, publicó un artículo en una revista alemana, en 1942, con los resultados de la infección. En 1985, Garfield encontró que este artículo se había citado 50 veces desde 1955.
También se han citado, a veces indirectamente por medio de otros documentos, algunas investigaciones de los campos de concentración. En 1945, Leo Alexander, psiquiatra y médico militar, que intervino como experto en los juicios de Nuremberg, escribió un informe sobre los experimentos de hipotermia en los campos. Este informe se utilizó en los juicios de Nuremberg. El informe fue declarado secreto hasta que se utilizó ante el tribunal y, entonces, se hizo público y Garfield encontró que se había citado 44 veces entre 1955 y 1984 sin citar de donde venían los datos y cómo se habían obtenido. Incluso se cita a Leo Alexander y la ciencia médica nazi en Google Scholar con 544 citas en mayo de este año 2022.
Sin embargo, lo habitual es no citar las fuentes originales y, por tanto, no sabemos si los autores que lo citan lo decidieron después de un debate ético muy personal o, simplemente, lo evitaron o, quizá, no conocían realmente su origen.
¿Y si hay información útil en los datos nazis?
Hay médicos e investigadores actuales para los que la relación con las prácticas nazis parece lejana pero, sin embargo, puede ser esencial para sus propios estudios. Hermann Stieve fue director del Instituto de Anatomía de Berlín entre 1935 y 1952. Especialista en el sistema reproductor femenino, estudiaba al microscopio el ovario y muchas de sus muestras proceden de mujeres ejecutadas en la prisión de Plotzensee, en Berlín (una cárcel que llegó casi a las 1200 ejecuciones en 1943). Cuando iba a celebrarse una ejecución, o una tanda de ejecuciones, a veces hasta 20 en un mismo día, los funcionarios de la prisión avisaban al Instituto de Anatomía, situado a 6 kilómetros del centro, por si necesitaban muestras.
Con este material, Stieve llegó a describir los cambios en el ciclo menstrual provocados por la angustia de estar en la cárcel, o las hemorragias parecidas a la regla provocadas cuando conocían las presas que iban a ser ejecutadas. Todavía ahora, en 2022, los trabajos de Stieve sobrepasan las 120 citas en el Google Scholar. Citas, por supuesto, que no precisan cómo se obtuvieron esos resultados y sin condenar los métodos utilizados.
En entrevistas publicadas entre 2006 y 2011, Sabine Hildebrandt, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, transcribe las respuestas de varios profesores de anatomía que utilizaron cadáveres de mujeres ejecutadas para sus investigaciones y docencia. Walter Krause declaró que “a nadie le importó, y ¿por qué debería importarnos a nosotros?» Su colega Werner Platzer remachó que “a nadie le importó”. Y Michael Arnold explicó que “es estresante saber esto y por lo tanto comprensible si uno no busca una completa información del trasfondo de los cuerpos para anatomía, dado que este trasfondo era irrelevante para el cumplimiento de los deberes educativos”.
En conclusión, fueron los juicios de Nuremberg a los médicos de los campos, con la redacción posterior, en 1947, del Código de Nuremberg sobre la ética en la práctica de la medicina, los que convirtieron, a posteriori, a la ciencia de los campos en ciencia no ética. Y queda la pregunta con la que empezaba este texto: ¿qué hacer con los resultados obtenidos con la práctica de una ciencia no ética? Nosotros debatimos si citar la ciencia de los médicos nazis y, por el contrario, los médicos nazis tenían prohibido citar la ciencia de los médicos y de los científicos judíos.
Kristine Moe propone que solo se deben citar los resultados si son esenciales en la investigación de quien los cita y no existe otra fuente de información. Los expertos de cada campo deben evaluar los datos críticamente antes de utilizarlos. Además, debe quedar claro su origen y cómo se obtuvieron y expresar el agradecimiento más profundo y sentido a los que sufrieron y murieron en esos experimentos. Los conocimientos que suponen y la ayuda que dan para aumentarlos no deben cegar a quien los cita ante la falta de humanidad de quienes los obtuvieron y la crueldad de aquellos experimentos.
Algunas citas califican estos experimentos como lo que son y sin ninguna duda. John Fernandez y su grupo, de la Universidad de Rochester, en su estudio sobre hipotermia, publicado en 1970, dice que “estas sórdidas investigaciones demostraron a satisfacción de los verdugos que el mejor método para resucitar a los prisioneros de la hipotermia fue un recalentamiento rápido e intenso”.
Como escribió Ewald Weibel, de la Universidad de Berna, para los estudios de fisiología, pero que se pueden extender a toda la ciencia y a todos los científicos, “debemos hacer frente a dilemas éticos que no podemos resolver, debemos vivir con ellos. Es importante, sin embargo, que seamos conscientes de los problemas éticos que crea la investigación científica”.
Para Stephen Post, de la Universidad Case Western Reserve en Ohio, los datos obtenidos fuera de la ética nunca deben utilizarse, y los datos ya publicados deben retirarse lo más rápido posible. Los editores de revistas científicas que, en su momento, los publicaron sin añadir una explicación de su origen y una condena moral deben añadirla ahora. En último término, la ciencia debe tener una mínima sensibilidad hacia las emociones de las víctimas. En resumen, después de cometer una atrocidad, se debe seguir la regla de no utilizar los datos obtenidos.
Lynn Gillam, desde la Universidad de Melbourne, mantiene una postura que hemos visto en otros autores. Afirma que la mala conducta no produce, sin más, mala ciencia. No hay una conexión inevitable porque la ciencia no es una conducta moral. Si los datos científicos son pobres o escasos es porque el diseño del estudio o el análisis de los resultados no fueron los adecuados, no por el carácter inmoral del científico. Para Gillam, algunos de los datos de los experimentos nazis todavía son útiles. Pero si se citan debe hacerse con absoluta claridad de su origen y la más enérgica condena de cómo se obtuvieron.
Para terminar, una propuesta diferente y con otros objetivos de las citas de la ciencia nazi. Llega de la Universidad Autónoma de Madrid y la firman Esteban González y Rosa Ríos. Explican que la enseñanza de los aspectos médicos del Holocausto puede ser un modelo nuevo para la educación de médicos y enfermeras sobre su profesión, los Derechos Humanos, la Bioética y el respeto a la diversidad. Unir la enseñanza de la medicina y el Holocausto facilitaría el conocimiento de las violaciones de la Ética médica en el pasado.
Como método proponen un viaje de estudios a campos de concentración y lugares relacionados con el Holocausto y, en especial, con un significado especial de donde se hicieron experimentos médicos. Con todo ello, organizaron un curso optativo titulado “El Holocausto: Lecciones para la Medicina”, dividido en ocho módulos. Lo impartieron durante siete años y, en una escala de 0 a 5, los alumnos lo puntuaron, de media, con 3,74.
Referencias:
Alexander, L. 1945. The treatment of shock from prolonged exposure to cold, especially in water. Combined Intelligence Objectives Sub-committee. Item nº 24. File XXIX-24. 163 pp.
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Gillam, L. 2015. Is it ethical to use data from Nazi medical experiments? The Conversation 10 June.
González-López, E. & R. Ríos-Cortés. 2019. Visiting Holocaust: related sites in Germany with medical students as an aid to teaching medical ethics and human rights. Conatus 4: 303-316.
Hildebrandt, S. 2013. The women on Stieve’s list: Victims of National Socialism whose bodies were used for anatomical research. Clinical Anatomy 26: 3-21.
Moe, K. 1984. Should the Nazi research data be cited? Hastings Center Report 14: 5-7.
Müller-Hill, B. 1985. Ciencia mortífera. La segregación de judíos, gitanos y enfermos mentales (1933-1945). Ed. Labor. Barcelona. 272 pp.
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Weibel, E.R. 2002. The physiologist’s ethical dilemas. News in Physiological Sciences 17: 43-46.
Winkelmann, A. & U. Schagen. 2009. Stieve’s clinical-anatomical research on executed women during the “Third Reich”. Clinical Anatomy 22: 163-171.
Para saber más:
No todo vale al servicio de la ciencia
Genocidio
Anticiencia (II): nazismo y comunismo
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.