En la amistad no importa tanto quien sino que lo sea

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Foto: Duy Pham / Unsplash

Las relaciones de amistad son mutables; se fortalecen y debilitan con más facilidad de lo que suponemos. De hecho, no es difícil que se desvanezca la relación intensa que une a dos personas para pasar a ser meras conocidas. Aunque hay, no obstante, algunas excepciones a esa regla: las dos o tres amistades que surgen en la juventud temprana y que resisten los estragos que causa el paso del tiempo y la distancia.

Un estudio relativamente reciente, liderado por el británico Robin Dunbar, ha desentrañado algunos aspectos de las relaciones sociales de chicos y chicas, y los avatares que sufren durante un periodo de 18 meses que comprende el final de los estudios de bachillerato y el comienzo de los universitarios. El estudio reveló, por ejemplo, que el 40% de las personas de la red social de los y las estudiantes se renovó durante el tiempo en que se prolongó; ese porcentaje refleja la fluidez de las relaciones sociales en ese segmento de edad. Lo que sorprendió al equipo de investigación es que normalmente las nuevas relaciones venían a ocupar el lugar de las que se perdían dentro de la red social. Esto es, mantenían con las nuevas amistades la misma frecuencia de contactos que con las que habían sido sustituidas. Cada persona tenía, en ese sentido, una huella social característica.

Para la amistad, conversaciones y actividades

Por otro lado, lo que más contribuía a que las chicas mantuviesen las amistades anteriores a la universidad eran las conversaciones, cara a cara o por teléfono. En los chicos, sin embargo, las conversaciones no afectaban en medida alguna a la probabilidad de mantener una amistad. Lo que influía eran las actividades que se hacían con las otras personas, como ir de bares, practicar algún deporte, ir al monte u otras. No es que la práctica de estas actividades no ayudase también a las chicas a mantener sus relaciones; lo hacía, pero afectaban en menor medida. Otra diferencia entre chicos y chicas era el tiempo que duraban las llamadas de teléfono y su distribución a lo largo de las horas. Las de las chicas, en promedio, duraban 150 s por la mañana, pero llegaban a los 500 s hacia el final del día. Las de los chicos, sin embargo, eran del orden de 100 s y no había diferencia entre la mañana y la noche.

Aunque en el estudio observaron grandes diferencias en los hábitos horarios de las personas monitorizadas, resultó que esos hábitos no se modificaron durante los 18 meses del estudio. Quienes madrugaban al comienzo lo siguieron haciendo al final, y lo mismo ocurrió con quienes trasnochaban. En un estudio diferente, hecho con 1000 estudiantes universitarios daneses, comprobaron que un 20% madrugaban, otro 20% trasnochaban y todos los demás no tenían una tendencia horaria marcada. También descubrieron que quienes madrugaban no tenían preferencia por amistades con sus mismos hábitos, aunque quienes trasnochaban sí tendían a tenerlas. Los trasnochadores tenían redes sociales más amplias que los madrugadores (35 vs. 28), aunque, quizás lógicamente, estos dedicaban más tiempo a cada llamada telefónica (112 s vs. 94s.). Las redes de los madrugadores eran más sólidas, de hecho, más estables.

A juicio de Dunbar, el dato más inesperado y revelador de la naturaleza de nuestras relaciones sociales fue el de la constancia en su estructura, a despecho, incluso, de la identidad concreta de quienes la conforman. Queremos que nuestras amistades sean personas agradables, en quienes poder confiar; queremos congeniar con ellas. Pero lo que de verdad importa no es tanto quiénes forman nuestro grupo de amigos, cuanto el simple hecho de tenerlos.

Fuente: Robin Dunbar (2021): Friendship-ology. New Scientist 249 (3324): 36-40.

Para saber más:

Nos relacionamos con ciento cincuenta personas
Familiares, amigos, amigas y personas conocidas


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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