Meteoritos interestelares, muestreando otros sistemas planetarios

Planeta B

Un 1% de los meteoritos de mayor tamaño podrían tener un origen interestelar, lo que apunta a que son mucho más habituales de lo que se piensa. Podrían ser una ventana para estudiar otros sistemas planetarios desde la Tierra.

Para conocer mejor los planetas y otros cuerpos de nuestro Sistema Solar es fundamental no solo llegar hasta ellos, sino traer muestras a nuestro planeta que podamos estudiar con detalle en nuestros laboratorios. Esto puede parecer paradójico porque cada vez enviamos misiones más grandes, complejas y con mejor instrumentación, pero aun así siguen estando muy lejos de las capacidades analíticas de los instrumentos con los que contamos en la Tierra.

Desgraciadamente, este tipo de misiones de retorno de muestras son tremendamente caras y complejas, en las que a veces incluso se requiere de múltiples etapas -como si de una carrera de relevos fuese- para poder llegar, recoger las muestras y volver de nuevo a la Tierra. Y es que ahora mismo nos encontramos precisamente en un momento histórico de competición entre, por un lado, el equipo formado por la ESA y la NASA y, por otro, la Agencia Espacial China por ser los primeros en traer rocas de Marte a principios de la década de 2030. Sin duda no será fácil, pero será un momento histórico.

La lista de cuerpos de los que hemos traído muestras es muy escueta: La Luna, por supuesto, a través de las misiones Apolo, pero también gracias a misiones robóticas. Asteroides como Itokawa y Ryugu… y un tercero que es Bennu, y cuyo retorno está previsto para diciembre del próximo año. Incluso tenemos alrededor de un gramo de muestras de la coma del cometa 81P/Wild.

Hasta ahora nuestra principal fuente de información sobre el resto de los cuerpos del Sistema Solar han sido los meteoritos que caen sobre nuestro planeta y que fueron arrancados de aquellos por las grandes colisiones que han sufrido a lo largo de su historia y que, por suerte para nosotros, acabaron cruzándose con la Tierra, permitiéndonos conocer mejor nuestro entorno planetario.

Pero centrémonos en el título del artículo “…muestreando otros sistemas planetarios”. Puede parecer una osadía, porque si hemos hablado de que es realmente difícil el conseguir muestrear los planetas que más cerca tenemos, ¿cómo de difícil puede ser muestrear los planetas alrededor de otras estrellas?

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Imagen del cometa 2I/Borisov, tomada por el Telescopio Espacial Hubble. Cortesía de NASA, ESA, K. Meech (University of Hawaii), y D. Jewitt (UCLA).

En 2017 se anunciaba el descubrimiento de ‘Oumuamua, el primer objeto interestelar que atravesaba nuestro Sistema Solar del que éramos conscientes. Posteriormente, el 2I/Borisov ponía de manifiesto en 2019 que quizás este tipo de objetos provenientes de otros sistemas planetarios no eran tan raros, pero que debido a su pequeño tamaño y poca luminosidad (a veces reflejan muy poca luz por su composición superficial), eran difíciles de detectar.

Peña-Asensio et al. (2022) [3] mencionan además que quizás la mayoría de los objetos interestelares que sobreviven a su viaje por el espacio tienen que estar en una escala de metros de diámetro, ya que los cuerpos más pequeños, debido al estrés térmico y a los efectos de la radiación cósmica podrían fragmentarse, haciendo su detección imposible debido a su pequeño tamaño.

Esto supone un importante sesgo a la hora de la detección, puesto que cuanto más pequeños son, más difíciles son de detectar, pero, por otro lado, nos abre una ventana a saber que tipo de objetos tenemos que seguir buscando a la hora de plantear sistemas de búsqueda y detección, especialmente en el espectro infrarrojo donde quizás serían más fáciles de encontrar.

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Imagen compuesta de múltiples fotogramas durante el máximo de las Gemínidas en 2014 y donde se puede apreciar la traza de decenas de meteoros. Cortesía de NASA/MSFC/Danielle Moser y NASA’s Meteoroid Environment Office.

Vayamos un poco más lejos, ¿y si ya tuviésemos en nuestro planeta algún meteorito de naturaleza interestelar? También comentan Peña-Asensio et al. (2022), que es posible que algunos meteoros observados por las redes de detección en nuestro planeta pudiesen tener un origen interestelar, pero que las incertidumbres en el cálculo de los parámetros orbitales debido a la calidad y escasez de los datos no sean capaces de descubrir esta naturaleza.

En abril de este mismo año, Siraj et al. (2022) [1] publicaron un artículo en el que describen el descubrimiento del primer meteoro de origen interestelar, pero que realmente fue detectado el 1 de enero de 2014, y que tendría un tamaño aproximado de 0,5 metros de diámetro. Los restos de este objeto, según los cálculos, habrían caído en la costa de Papúa Nueva Guinea.

Estos autores además tienen bastante confianza en que hayan podido sobrevivir fragmentos de este meteoro, ya que su composición parece ser principalmente metálica, y, de hecho, proponen en otro artículo, Siraj et al. (2022) [2], el fletar una expedición oceanográfica para poder encontrar los fragmentos de este cuerpo en una superficie aproximada de 10×10 kilómetros donde se ha calculado pudieron caer.

Se recogerían, por lo tanto, las partículas ferromagnéticas encontradas en el fondo del océano mediante un sistema de imanes que atrajesen a estas partículas. Estas se analizarían para intentar descubrir cuáles pertenecerían a este cuerpo interestelar y cuáles no, ya que hay un importante flujo de micrometeoritos que caen a nuestro planeta.

En Peña-Asensio et al. (2022) [3], se mencionan también dos posibles meteoritos interestelares más, uno de 2009 y otro de 2017, lo que implicaría que al menos un 1% de los meteoritos de mayor tamaño podrían tener un origen interestelar, lo que pone de manifiesto que este tipo de objetos podrían ser mucho más habituales de lo que se pudiera pensar.

Este nuevo campo nos podría abrir una ventana de conocimiento realmente importante: Si fuésemos capaces de conocer la procedencia de los meteoros interestelares gracias a los datos de las redes de detección y además tuviésemos la oportunidad de recoger los meteoritos que hayan sobrevivido a la reentrada en la atmósfera, podríamos empezar a comparar sistemas planetarios. Y, por supuesto, los análisis podrían revelarnos si hay diferencias isotópicas importantes entre dos sistemas planetarios diferentes, o si en el fondo somos muy parecidos.

Referencias:

1. Siraj A, Loeb A. (2019) The 2019 Discovery of a Meteor of Interstellar Origin. arXiv:1904.07224v4 [astro-ph.EP]

2. Siraj A, Loeb A, Gallaudet T. (2022) An Ocean Expedition by the Galileo Project to Retrieve Fragments of the First Large Interstellar Meteor CNEOS 2014-01-08. 2022 arXiv:2208.00092v1 [astro-ph.EP]

3. Peña-Asensio E, Trigo-Rodríguez JM, Rimola A. (2022) Orbital characterization of superbolides observed from space: Dynamical association with near-Earth objects, meteoroid streams and identification of hyperbolic projectiles. Astron J. doi: 10.3847/1538-3881/ac75d2

Para saber más:

Tomanowos: el meteorito que sobrevivió a las megainundaciones y a la insensatez humana
Los meteoritos ya no son lo que eran desde hace 466 millones de años

Sobre el autor: Nahúm Méndez Chazarra es geólogo planetario y divulgador científico.

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