¿Cuánto duran los asteroides?

Planeta B

Seguro que más de una vez has escuchado la archiconocida frase de “un diamante es para siempre”. Y aunque ese “para siempre” sea relativo, lo cierto es que -a grandes rasgos- son capaces de durar mucho más que nosotros y nuestros compromisos, a menos que los hagamos sufrir hasta transformarlos en grafito.

Bromas aparte, ¿alguna vez te has preguntado cuánto dura un asteroide? A menudo hablamos de los asteroides como esos fragmentos sobrantes de la formación de nuestro Sistema Solar, aquellos que no acabaron formando parte de cuerpos de tamaño planetario, pero, ¿quiere decir eso que sea exclusivamente así?

Lo cierto es que hoy sabemos que el cinturón de asteroides es un lugar mucho más dinámico y cambiante de lo que podríamos pensar, y que esa procesión de asteroides girando al unísono alrededor de nuestro Sol a veces se ve alterada por las colisiones con otros cuerpos, que pueden dar como resultado la destrucción de los cuerpos implicados, la formación de familias de asteroides e incluso la creación de otros nuevos.

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Imagen de Itokawa, un asteroide visitado por la Hayabusa 1 y de las que trajo a nuestro planeta unas muestras en junio de 2010. Imagen cortesía de JAXA.

Hace dos semanas hablábamos del posible origen de Dimorfos, el satélite de Dídimos al que se dirigió la misión DART, pero poco nos centramos en este último, y asteroide más grande del sistema, y es por eso que hoy quería aprovechar para hablar de la categoría a la que pertenece Dídimos y la importancia de comprender mejor este tipo de asteroides para protegernos ante futuros impactos.

Es posible que lo haya repetido en más de una ocasión a lo largo de estas entradas de Planeta B, pero cuando le preguntamos a alguien que describa en voz alta un asteroide, suele sugerir que es algo parecido a una roca gigantesca que vaga por el espacio. Y es que, hasta no hace muchas décadas, esa era la imagen más común que teníamos de los asteroides… no solo a nivel cinematográfico sino también a nivel científico.

A finales de la década de los 70 y principios de los 80 se empezó a definir una nueva categoría de asteroides, aquellos que no estaban formados un bloque de roca monolítico, sino que más bien estaban formados por innumerables rocas y polvo que viajan juntos por efecto de la gravedad y a los que conocemos como “rubble pile” o “pila de escombros”, aunque la existencia de este tipo de asteroides no se demostraría hasta finales del siglo XX y principios del XXI, cuando las distintas misiones espaciales tuvieron la oportunidad de ver de cerca estos cuerpos.

Estos asteroides son muy particulares, ya que tienen una densidad muy baja debido a su gran porosidad, puesto que las rocas que lo componen no están unidas en el sentido literal -como si estuviesen soldadas o formando parte de un bloque-, sino que más bien estos asteroides son como un gran saco que lleva en su interior rocas y el polvo. La tela del saco sería, por lo tanto, la gravedad.

El asteroide P/2010 A2 muestra en esta imagen del Telescopio Espacial Hubble una gran cola, dándole la apariencia de un cometa. Algunos científicos opinan que esto se debe a una colisión entre dos asteroides, liberando una gran cantidad de material que libera este polvo que forma la cola. Imagen cortesía de NASA, ESA y D. Jewitt (UCLA).

Y las rocas, por supuesto, no encajan a la perfección, como si de un puzle se tratase, dejando huecos entre estas, y que conforma esa porosidad a la que hacíamos mención en el párrafo anterior. El proceso más habitual que da lugar al nacimiento de estos asteroides es la violenta colisión entre distintos cuerpos, que fragmenta los asteroides, y parte de cuyos restos acaban coalesciendo y formando un tercer (o más) cuerpos por efecto de la gravedad.

Se pensaba que este tipo de asteroides eran relativamente raros -a menudo es difícil saber de lejos si un asteroide entra dentro de esta categoría o no desde la distancia- pero hoy se sabe que es muy probable que sean bastante numerosos entre la población de asteroides que miden entre varios centenares de metros y los diez kilómetros.

Hecha la introducción, ¿a qué venía el título de este artículo? Pues resulta que un nuevo estudio publicado a partir de los datos que nos han aportado las muestras del asteroide 25143 Itokawa recogidas por la misión Hayabusa 1 demuestran que los asteroides de tipo “pila de escombros” podrían tener una vida promedio 10 veces más larga, e incluso más, que un cuerpo monolítico.

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Una imagen del asteroide Bennu, visitado por la misión OSIRIS-REx. La forma de algunos asteroides de este tipo que han sido visitados nos recuerda vagamente a la forma de un diamante. Imagen cortesía de NASA/Goddard/University of Arizona.

Los científicos estiman que los asteroides monolíticos del orden del tamaño de alrededor de un kilómetro de diámetro pueden tener unas vidas de unos cientos de millones de años antes de ser destruidos por colisiones entre asteroides, pero parece que los asteroides de tipo “rubble pile” son capaces de aguantar mucho más debido a su propia naturaleza, que los transforma en una especie de sacos de boxeo interplanetarios capaces de absorber gran parte de los impactos sin destruirse por completo.

Este hecho pone de manifiesto que un gran número de los asteroides que observamos en el Sistema Solar podrían ser de este tipo y, por lo tanto, debemos tenerlo en cuenta de cara a buscar estrategias de defensa apropiadas. Sabemos gracias a la DART que con un impactador cinético podríamos desviarlos si los detectamos con tiempo suficiente, pero si no fuese este el caso, tendríamos que buscar alternativas que no fuesen dirigidas a destruir el asteroide, sino a desviarlo, ya que su destrucción sería muy difícil y podríamos provocar un problema mayor.

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En esta imagen de Bennu tomada por la OSIRIS-Rex desde unos cinco kilómetros de distancia podemos ver perfectamente su superficie, formada por un “montón” de rocas sueltas. Imagen cortesía de NASA/Goddard/University of Arizona.

Para poder llegar a esta conclusión, los científicos han estudiado los minerales de los granos de material traídos de Itokawa, buscando en estos señales de impactos pasados y poniéndoles fecha gracias a las técnicas de datación radiométrica -en este caso la datación Argon/Argón- pudiendo reconstruir desde su origen, probablemente hace unos 4200 millones de años cuando se formó, hasta otros impactos ocurridos hace también 4200, 2300 y probablemente 1300 y 500 millones de años y lo suficientemente importantes como para dejar su señal en los minerales que forman parte de Itokawa.

Eso sí, aunque estos impactos no lograron destruirlo, si cambiaron su forma y lo hicieron un poco más pequeño debido al material eyectado durante las colisiones y que pudo escapar de su gravedad, por lo que el asteroide ha seguido evolucionando a lo largo del tiempo tanto en forma como en masa. Y así será, probablemente, hasta que choque con algún cuerpo mayor, o hasta que los sucesivos impactos acaben dejándolo progresivamente más “delgado”, haciéndolo desaparecer.

Este estudio pone de manifiesto que quizás el número de asteroides de este tipo, los “rubble pile” sean más numerosos de lo que pensábamos con anterioridad y este mismo hecho nos tiene que hacer reflexionar sobre las técnicas de protección planetaria a usar en caso de ser necesarias, ya que las posibilidades de que aquellos asteroides que puedan cruzarse con nosotros sean de este tipo parecen ser más altas de lo que pensábamos.

Referencias:

Jourdan, F. et al. (2023) Rubble pile asteroids are forever Proceedings of the National Academy of Sciences doi: 10.1073/pnas.2214353120.

Sobre el autor: Nahúm Méndez Chazarra es geólogo planetario y divulgador científico.

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