Un día, como otro cualquiera, te enfrentas a la jornada con la voluntad e ilusión de que sea especialmente productivo y así terminar una buena cantidad de tareas pendientes porque tú lo vales. Pasan las horas y vas sacando faena adelante, lo que te motiva aún más. Llega la hora de comer y te decides a ingerir un menú contundente porque, al fin y al cabo, te lo has ganado y tienes un apetito voraz. Y ahí se termina la racha productiva. Cuando pasan entre 30 y 60 minutos tras la generosa comida te invade un aplastante sopor y la concentración y la motivación que te embargaban desaparecen de forma fulminante. Bienvenido a la somnolencia postprandial.
La somnolencia postprandial o, como dicen los anglosajones, el «coma alimentario», es un fenómeno muy frecuente que no solo ocurre en los seres humanos, sino que también está documentado en múltiples especies animales, desde gatos, perros y ratones hasta moscas de la fruta y gusanos. Este estado, que suele durar entre una y dos horas, se caracteriza por la presencia de sueño, cansancio, pesadez y de estar «bajo de energías», además de dificultad para concentrarse. Estudios en humanos han observado cambios en la actividad cerebral, registrada mediante electroencefalografía, durante esta fase.
A pesar de ser algo tan cotidiano, lo cierto es que no está claro qué mecanismos provocan este estado de sopor tras las comidas. Para la medicina, esta reacción fisiológica no deja de ser una curiosidad y, por ello, son relativamente pocos los estudios que se han centrado en ella. No se trata de algo excepcional, ocurre algo similar con el hipo y el bostezo, cuyas causas también se desconocen y existen múltiples hipótesis al respecto.
Entre lo poco que sabemos sobre la somnolencia postprandial hay algunos hechos que sí están bastante claros: su aparición y magnitud depende de numerosas variables como la cantidad de comida ingerida y las característica de esta. Además, cada persona tiene una susceptibilidad diferente a «sufrir» este estado.
Por otro lado, no es cierto que una posible causa para esta somnolencia sea un flujo sanguíneo menor al cerebro por un incremento de la irrigación en el aparato digestivo. Aunque esta idea siga persistiendo en la actualidad, lo cierto es que el aporte sanguíneo al cerebro está regulado de forma precisa en todo momento y no se observan cambios significativos en este tras la ingestión de comidas. En su lugar, lo que ocurre es que hay un ligero descenso del flujo sanguíneo de los músculos esqueléticos, para que llegue más sangre al aparato digestivo en sus tiempos de mayor actividad.
Las hipótesis sobre las posibles causas detrás de la somnolencia postprandial son variadas, pero su validación científica en humanos ha sido entre escasa y nula, por lo que, a día de hoy, no es posible saber su origen. Las explicaciones que más respaldo tienen en la actualidad son las siguientes:
- El sueño y la sensación de baja energía serían unos de los muchos efectos del sistema nervioso parasimpático y la inhibición del simpático tras la ingesta de alimentos. Estos sistemas autónomos se encargan de controlar multitud de procesos involuntarios: respiración, circulación sanguínea, digestión de alimentos, función sexual, excreción de desechos, estado de alerta… El parasimpático, activado a través del nervio vago tras las comidas, causaría sueño, además de todos sus efectos bien conocidos: potenciar los movimientos intestinales (peristaltismo intestinal), relajar las válvulas gastrointestinales (esfínteres), estimular la salivación y la liberación de diversas moléculas implicadas en la digestión y absorción de nutrientes (insulina, gastrina, lipasas (enzimas que metaboliza grasas) secretina…), entre otras tareas.
- La liberación de una o varias hormonas/neurotransmisores después de comer (melatonina, adenosina, serotonina u otras) provocaría sueño al modular la actividad de ciertas regiones cerebrales como el hipotálamo, que está involucrado en la regulación de los ciclos de vigilia y sueño. La liberación de estas moléculas se produciría como consecuencia del incremento de glucosa en sangre tras la ingestión de alimentos. Las hormonas causarían la inhibición de unas neuronas específicas del hipotálamo llamadas orexigénicas (que provocan ganas de comer), lo que llevaría a una diminución del estado de alerta y a experimentar sueño.
Quizás ambos mecanismos podrían estar participando en la somnolencia postprandial de forma coordinada, junto con la posible influencia de los ritmos circadianos que llevan a un aumento de la melatonina (una hormona que estimula el sueño) y de la temperatura corporal justo en las horas posteriores a la comida. La participación conjunta de todos estos mecanismos no sería ninguna sorpresa si se considera la gran interconexión funcional que existe entre los diferentes elementos que componen el sistema nervioso. La inducción del sueño sería una forma de priorizar la función digestiva, frente a otros procesos o actividades del organismo.
En cualquier caso, sea cual sea el mecanismo que provoca el sopor tras las comidas, se recomienda no darse grandes comilonas y evitar el consumo de alcohol para reducir el riesgo de que aparezca. Varias investigaciones en personas han observado que la somnolencia postprandial surge con más frecuencia entre aquellos que comen más. Por otro lado, salir a dar un paseo tras la comida estimula el sistema nervioso simpático, lo que podría reducir los efectos soporíferos de la comida. Claro que si nos queremos rendir a los efectos de la somnolencia postprandial, una buena siesta (de entre 20 y 30 minutos) puede ser también una excelente opción para descansar y retomar el día con fuerzas renovadas.
Para saber más:
Sobre la autora: Esther Samper (Shora) es médica, doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular y divulgadora científica
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