Ayuno

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Kurt Gödel ayunó hasta morir de inanición.

Lo primero que ocurre cuando una persona ayuna es que su metabolismo cae. Quienes ayunan reducen su actividad o, incluso, dejan de realizar cualquier actividad que no sea imprescindible. Pero la bajada del metabolismo no solo obedece al descenso de actividad; la tasa metabólica en condiciones de reposo también cae. La frecuencia de latido cardiaco se reduce. La temperatura corporal baja de 37 C a 35,5 C. Los músculos pierden masa; también el cardiaco. El hígado y los riñones también adelgazan. Solo el encéfalo mantiene su volumen. Esto implica que ciertos procesos que, en principio, son necesarios o muy convenientes para el organismo, dejan de ejecutarse o cursan con menor intensidad. La caída de la actividad metabólica es, además, mayor que la que correspondería a la pérdida de masa corporal que, necesariamente, ha de producirse en ayunas. De esta forma se ahorran reservas de energía que pueden resultar esenciales más adelante.

El metabolismo se ralentiza debido, principalmente, a una reducción en la secreción de la hormona tiroidea, especialmente la forma activa llamada T3 o triyodotironina. Es muy probable que este descenso se deba, a su vez, a una menor secreción de leptina por los adipocitos. La leptina es una adipocina, una proteína que informa acerca de la situación de las células que la producen. Los adipocitos son las células que almacenan grasa en el organismo y son, además, los principales productores de leptina. Cuando están cargados de lípidos, la liberan a la sangre, llega al hipotálamo –en el encéfalo– e induce una disminución del apetito. Además, también promueve la liberación, por la glándula hipófisis –vecina y socia del hipotálamo–, de la hormona que estimula la glándula tiroides. Como consecuencia, aumenta la liberación de la T3, por lo que sube el metabolismo y, por ende, la producción de calor. Si bajan los niveles de lípidos en esos mismos adipocitos, estos liberan menos leptina, de manera que el apetito aumenta y el metabolismo disminuye. Quienes ayunan tienen frío.

El glucógeno, que es la reserva de carbohidratos de los animales, se agota en 24 horas en el hígado, que es quien surte al encéfalo de glucosa, y seguramente en una semana en el músculo. Junto con la reducción del metabolismo global, también se ahorran proteínas porque, en proporción a carbohidratos y grasas, se catabolizan menos. Como consecuencia, los depósitos de grasa pasan a ser el principal –casi el único–suministro de energía. De hecho, la supervivencia de las personas que ayunan depende de la magnitud de esos depósitos. Cuando se terminan los lípidos, ya solo quedan proteínas para poder obtener energía, por lo que se produce un rápido uso de estas; y como muchas cumplen funciones esenciales para la supervivencia, la muerte sobreviene rápidamente.

No es fácil prever cuánto tiempo puede permanecer con vida una persona en ayunas, porque hay muchos factores que influyen, especialmente su estado de salud antes del ayuno y el volumen de sus reservas lipídicas. Suponiendo que una persona de 70 Kg y unas reservas de grasa de 18 Kg (el 25% de su peso) decide ayunar. Tendría, de partida, unas reservas de unos 700 megajulios (un megajulio es un millón de julios: MJ); por otro lado, al ayunar, el metabolismo bajaría del valor normal en reposo (10 MJ/día) a 7 MJ/día. Por tanto, las reservas podrían durar alrededor de 100 días. Bobby Sands, un militante encarcelado del IRA que, junto con otros compañeros, hizo una huelga de hambre en 1981, falleció tras 66 días ayunando. Lo más probable es que Sands empezase la huelga con menos grasa que esos 18 Kg considerados en el supuesto teórico.

Para saber más:

Para perder peso y no recuperarlo
Límite energético a la actividad humana


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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