En otras ocasiones he mencionado a los mapas geológicos, pero nunca me había detenido a explicaros qué son y cómo se hacen. Así que creo que ya les iba tocando tener su protagonismo. Sobre todo, considerando que se trata de una de las principales herramientas de trabajo que tenemos en Geología.
Lo primero que llama la atención cuando miramos un mapa geológico es que no se parece en nada a los mapas y planos a los que ya nos hemos acostumbrado, esos que vemos en el móvil o el GPS y que nos sirven para orientarnos cuando estamos de viaje o visitando un lugar que no conocemos. Y eso es porque no vamos a encontrar límites geográficos, sino límites geológicos, que remarcamos de una manera muy particular: con diferentes colores, con tramas de puntos y rayas y con símbolos como flechas, triángulos o círculos. De esta manera, un mapa geológico llega a parecerse más a un dibujo artístico que a un plano clásico.
Para elaborar nuestro mapa geológico utilizamos un mapa topográfico como base y, sobre él, pintamos con colores la edad que tienen las rocas, estructuras y procesos geológicos que vamos identificando en el campo. Después, en cada color añadimos una serie de tramas que nos indican el tipo de roca que hemos observado (calizas, areniscas, granitos, pizarras, etc.). Y, por último, completamos nuestra representación con diversos símbolos que nos están señalando las estructuras y procesos geológicos que han afectado a esos materiales (plegamientos, fracturaciones o contactos entre rocas), junto con algunos puntos de interés como son las canteras, minas o manantiales de agua dulce. De esta manera, ya tenemos reflejada toda la historia geológica de una zona en una representación gráfica muy visual, solo nos queda interpretar los avatares sufridos por estos materiales durante millones de años.
Pero no ponemos esos colores y simbología a nuestro libre albedrío o dejando volar nuestra imaginación (o nuestro sentido artístico, aunque yo no tengo mucho de eso), si no que seguimos unos códigos establecidos internacionalmente, que nos permiten a las personas que nos dedicamos a las Ciencias de la Tierra reconstruir la historia de cualquier mapa geológico que veamos y correlacionar nuestra zona de estudio con otras similares localizadas en cualquier parte del mundo. Por poneros un ejemplo, los materiales del Periodo Cretácico se pintan de colores verdes claros, las calizas se representan con una trama que recuerda a una pared de ladrillos y un pliegue de tipo anticlinal se marca con una línea gruesa que señala la orientación del pliegue y unas flechas hacia el exterior indicando hacia dónde se inclinan las capas a cada lado del plegamiento.
Toda esta información de colores y símbolos se incluyen en una leyenda que se coloca al lado del mapa geológico, en la que, además, se especifica la edad y se incluye una breve descripción de los materiales geológicos representados en el mismo. De esta manera, cualquier persona, aunque no esté versada en geología, puede conocer e identificar los materiales de la región por la que se está moviendo.
Pero la leyenda de un mapa geológico también tiene que incluir una cosa muy importante, la escala. Esta nos indica la proporción a la que hemos representado la realidad en nuestro mapa, de tal manera que se mantengan las distancias entre dos puntos. Podemos encontrarnos con dos tipos de escalas, que suelen aparecer juntas al pie de los mapas: b) la escala numérica, que es una proporción entre dos números, del estilo 1:10.000, lo que indica que 1 cm en el mapa corresponde a 10.000 cm en la realidad; y b) la escala gráfica, en donde nos encontramos con una raya o un rectángulo con números en sus márgenes (p. ej. 0 y 100 m) o en su parte superior (p. ej. 100 m), donde nos informan de que la longitud de esa raya o figura en el mapa representa esa distancia en el mundo real. Seguro que os habréis imaginado que, cuanto más pequeño sea el número que acompaña a la escala, mayor detalle tendrá nuestro mapa, ya que si 1cm de nuestro dibujo representa 2.000 cm reales, podremos incluir cambios geológicos que ocupen muy poca extensión. Sin embargo, al cartografiar zonas muy amplias y utilizar una escala más grande, en la que, por ejemplo, 1 cm se corresponda con 200.000 cm de la realidad, perderemos esos pequeños detalles y solo podremos mostrar los materiales, procesos y estructuras geológicas más generales.
La elaboración del mapa geológico de la zona es siempre el primer paso que realizamos en un trabajo o estudio geológico, ya que necesitamos conocer los materiales y la historia geológica de los mismos antes de realizar ninguna interpretación. Y esto implica muchísimas horas en el campo, recorriendo todo el lugar de manera metódica, recogiendo muestras de rocas y sedimentos, tomando medidas de dirección e inclinación de los materiales y estructuras geológicas y realizando muchos dibujos y anotaciones en nuestra libreta. Datos que luego tendremos que representar sobre la base topográfica, ya sea a la antigua, es decir, dibujando a mano todo lo que hemos observado, o de manera más digital, empleando programas informáticos que nos representan los datos que le incluyamos junto a las coordenadas de los puntos de observación.
Pero, aunque sea un trabajo arduo y laborioso, gracias a los mapas geológicos podemos conocer no solo maravillosas historias de millones de años, que nos transportan a antiguos mares, volcanes o bosques tropicales, sino que también nos permiten conocer los recursos naturales más valiosos y necesarios de nuestra geografía.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU