El cáncer de mama es la neoplasia más frecuente en mujeres en España. Se calcula que solo en 2023 aparecerán en torno a 35.000 nuevos casos de este tumor maligno en nuestro país. El pronóstico de esta dolencia ha mejorado notablemente en las últimas décadas gracias sobre todo a los avances en los tratamientos y, en menor medida, a los programas de detección precoz en la población de riesgo. A pesar de que la gran mayoría de las pacientes logra superarlo (la supervivencia neta a cinco años es del 86 % en la actualidad en nuestro país), por su alta frecuencia, sigue siendo el cáncer que más muertes provoca en mujeres. Cada año, en torno a 6.500 personas mueren como consecuencia de dicha enfermedad.
Las mamografías cada 2 años en mujeres a partir de los 50 es una de las medidas de salud pública recomendadas para detectar de forma temprana un potencial cáncer de mama. Además de esta acción, numerosos médicos, asociaciones de pacientes, medios de comunicación e instituciones en nuestro país aconsejan también realizar autoexploraciones de mama de forma periódica (una vez al mes). Incluso se organizan talleres sobre cómo realizar esta exploración en diversos lugares en el día del cáncer de mama.
La idea tras esta última recomendación es que las mujeres detecten precozmente y por sí mismas bultos u otras anormalidades en el pecho mediante el tacto. En el caso de notar algo sospechoso, acudirían al médico para valorar la realización de pruebas complementarias (mamografía, biopsia, ecografía…) para confirmar si dicha alteración es o no cáncer.
A pesar de que la autoexploración mamaria sigue siendo ampliamente recomendada desde múltiples ámbitos, la realidad es que esta acción está totalmente desaconsejada por la ciencia, las guías clínicas y diversas sociedades científicas, sobre todo aquellas especializadas en Salud Pública. ¿La razón? Numerosos ensayos clínicos, que en conjunto reúnen a centenares de miles de participantes, muestran de forma clara que esta medida es más perjudicial que beneficiosa. No solo este examen rutinario del pecho no disminuye la mortalidad por cáncer entre las mujeres que lo realizan, en comparación con aquellas que no, sino que las primeras también se enfrentan a un mayor riesgo de experimentar ansiedad (por el miedo a sufrir cáncer de mama) y procedimientos lesivos como biopsias y cirugías, además de suponer un gasto extra e innecesario para los sistemas sanitarios.
Los estudios clínicos desaconsejan la autoexploración
Entre los múltiples estudios clínicos que desaconsejan con rotundidad la autoexploración mamaria, destacan sobre todo dos: Uno realizado en Rusia (San Petersburgo) con más de 122.000 mujeres y otro que se llevó a cabo en China (Shanghái) con más de 266.000 mujeres. Las participantes habían recibido un entrenamiento previo por profesionales sanitarios para saber cómo realizar bien la autoexploración. A pesar de ello, y por mucho que pasaron los años, no se veía ninguna diferencia en la mortalidad por cáncer comparado con el grupo control (que no realizaba autoexploraciones). Más y más ensayos clínicos han vuelto, una y otra vez, a encontrar los mismos resultados: la autoexploración de los pechos no previene muertes por cáncer.
Si el diagnóstico precoz de una neoplasia es una de las herramientas esenciales para mejorar el pronóstico, al detectarlo cuando aún no se expandido ni provocado metástasis, ¿cómo se explica la paradoja de que las autoexploraciones mamarias no resulten útiles en conseguir este objetivo? Puede parecer, a primera vista, algo totalmente contraintuitivo, pero no se trata de un suceso aislado en el ámbito de la salud pública. Por ejemplo, el chequeo médico anual, en personas sanas, sin síntomas y fuera de grupos de riesgo, es otra práctica que debe desterrarse por no aportar beneficio, suponer un gasto de dinero innecesario y un mal uso de los recursos sanitarios.
La clave de por qué la autoexploración del pecho no resulta de utilidad reside en varios detalles. En primer lugar, este método es muy poco específico a la hora de detectar cáncer de mama, ya que en la mayoría de los casos las alteraciones que se detecten van a ser provocadas por otras causas. Además de esto, la autoexploración es poco sensible. Es decir, que la capacidad que tiene este examen de detectar cáncer de mama, sobre todo en fases iniciales, es muy limitada. Si con tan solo el tacto se puede detectar el tumor es probable que sea porque este ha crecido ya bastante y, por tanto, no existe realmente una detección precoz.
Si a los dos factores anteriores se une que la frecuencia de cáncer de mama en mujeres jóvenes sin predisposición (a las que no se recomienda mamografías) es relativamente baja, pues las probabilidades de detectar un cáncer de mama en fase temprana con la autoexploración son prácticamente nulas. Dicho de forma muy gráfica: la autoexploración mamaria es un método que falla más que una escopeta de feria y posee el riesgo, además, de que los perdigonazos desviados de su trayectoria provoquen daños.
Para que sean efectivas, las recomendaciones de cribado deben ajustarse a aquellas poblaciones en las que, por sus características, estas sean beneficiosas y costo-efectivas. Por eso, las mamografías se recomiendan a las mujeres a partir de los 50 años, cuando la frecuencia de cáncer va siendo significativamente mayor, y no en las más jóvenes. En este último colectivo, además, la visibilidad de los pechos con esta técnica es pobre debido a su alta densidad y, además, tienen un riesgo mucho menor de padecer cáncer de mama. También por una razón similar los programas de screening de cáncer de colon a través de sangre oculta en heces se realizan en personas mayores de 50 años.
¿Esto quiere decir que la autoexploración mamaria podría tener utilidad en un colectivo particular? Así es. En aquellas que tienen un riesgo elevado de padecer cáncer de mama, ya sea por una causa genética, o porque han sufrido esta enfermedad previamente y se ha decidido evitar la extirpación de todo el pecho (por lo que el tumor podría reaparecer), la autoexploración podría tener su beneficio.
Sobre la autora: Esther Samper (Shora) es médica, doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular y divulgadora científica
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