Ahora que llega el buen tiempo y los días de vacaciones, también regresa una costumbre muy arraigada en muchas localidades de nuestra geografía, el cine de verano. No hay nada mejor que sentarse a la fresca durante el atardecer en la plaza del pueblo, con tu familia y amistades, viendo una película gratuita en pantalla grande mientras cenas un buen bocadillo con una ensalada. Y, si encima aprendemos un poco de Geología mientras nos divertimos con esa película, la experiencia se convierte en algo mucho más gratificante.
Hoy voy a hablaros de una de esas películas con las que podemos conocer un poquito más el trabajo de las personas profesionales de las Ciencias de la Tierra. Pero no creo que sea una de las que os estaréis imaginando ahora mismo, porque no trata de desastres naturales en donde un héroe de camisa vaquera arremangada salva el mundo, o de bichos prehistóricos gigantes atacando ciudades, ni tampoco de aventuras en selvas, desiertos o cuevas buscando minerales preciosos. Es una película que no creo que pongan en los cines de verano, salvo en la “hora golfa”, porque es un clásico del cine de terror de finales del siglo XX. Me estoy refiriendo a “Tremors”.
“Tremors”, traducida al castellano como “Temblores”, es una película de terror y ciencia ficción norteamericana estrenada en 1990. En una sinopsis rápida, el film está ambientado en un pequeño pueblo en mitad del desierto de Nevada, Estados Unidos, donde su minúscula población se ve atacada por unas extrañas criaturas subterráneas y deben buscar la manera de sobrevivir ante esta amenaza. Hasta aquí la parte sin destripar la película.
Os estaréis preguntando que dónde está la Geología en todo esto. Pues en que es, precisamente, el conocimiento teórico y práctico en esta ciencia lo que salva a la población. Y aquí empieza la parte con destripe de este artículo.
Justo al principio de la película se introduce a una de las protagonistas, una estudiante de Geología que se presenta a sí misma como sismóloga. La sismología es una de las disciplinas de las Ciencias de la Tierra y se encarga de estudiar los terremotos, esos movimientos del terreno debidos a la liberación de energía del interior de la Tierra en forma de ondas. Uno de los mecanismos que se utiliza para monitorizar terremotos son los sismógrafos o sismómetros, unos aparatos que consisten en un tambor cilíndrico forrado de papel que va girando con un periodo de tiempo determinado, sobre el que se sitúa un péndulo con un peso y un punzón que va escribiendo en dicho papel. Cuando se produce un movimiento del terreno todo el aparato vibra, excepto el péndulo, que se mantiene quieto por el peso, lo que hace que el dibujo reflejado por el punzón pase de una línea recta a una serie de picos oscilatorios de lado a lado. Este registro gráfico en papel de los terremotos se denomina sismograma.
En la película vemos cómo la geóloga está instalando los medidores de vibraciones en la zona de estudio, unos pequeños bloques metálicos que entierra en el suelo a poca profundidad y que se conectan por cables al sismógrafo. Y también cómo se marcan en el papel los movimientos del terreno al pasar las criaturas cerca de los aparatos. De hecho, las lecturas que hace la chica de los sismogramas obtenidos por varios sismómetros que tiene distribuidos por todo el valle en el que se asienta el pueblo, le permiten saber cuántos organismos hay y hacia donde se mueven: directos a por la población para darse un buen festín.
Pero la parte geológica no termina aquí. Cuando consiguen acabar con uno de los bichos y se ponen a estudiarlo, se dan cuenta de que es una especie de gusano sin ojos, con tentáculos y una extraña boca. Entonces la gente le pregunta a la geóloga sobre el origen del organismo, que para eso es la científica del grupo y debería saberlo. Obviamente responde que no tiene ni idea de lo que es, pero que no existe nada similar en el registro fósil, así que hipotetiza que puede tratarse de un organismo más antiguo que el propio registro fósil en sí, llegando a tener más de 2200 millones de años de antigüedad. Una estimación de edad muy acertada para ser 1990, pero hoy en día se han descubierto fósiles más antiguos, unos estromatolitos de hace entre 3700 y 3500 millones de años, así que la prota se quedó corta por más de 1000 millones de años. Y en cuanto al origen, cualquier friki de la ciencia ficción como yo sabe que estos bichos están basados en los gusanos de arena del planeta Arrakis de las novelas Dune de F. Herbert, que a su vez se basan en los chthonians, unas criaturas gusanoides imaginadas por H. P. Lovecraft dentro de su bestiario de criaturas del terror cósmico.
Pero sigamos con la película. Al descubrir que los organismos no tienen ojos, la geóloga comenta que no los necesitan porque viven bajo tierra, por lo que su manera de orientarse se basa en detectar con los tentáculos las vibraciones que se transmiten por el interior del terreno. Es así como localizan a las presas que caminan sobre el suelo. Esto la empuja a plantear la manera de escapar de la amenaza, comentando al resto de la gente que, textualmente, “debemos evitar los aluviones del Pleistoceno”. Cuando todo el mundo se la queda mirando sin entender lo que ha dicho, explica que se refiere a que tienen que alejarse del suelo blando que cubre todo el valle en el que se asienta el pueblo, escapando hacia las montañas de granito puro que les rodea, ya que son rocas muy duras que no pueden atravesar los gusanos. Esto hace que otro protagonista grite, en un momento de la película, “las rocas pueden salvarnos”.
Me voy a quedar con esta frase y no voy a desvelar más sobre la película. Aunque sea de terror y del subgénero de “bichos comiéndose a la gente”, apenas tiene sangre ni escenas desagradables. Pero lo que sí la diferencia de otras similares es que todas las decisiones que toman a lo largo de la trama están basadas en el conocimiento geológico del terreno, así que se salvan gracias a la Geología. Por mi parte, os la recomiendo encarecidamente, porque podéis aprender Ciencias de la Tierra mientras pasáis un rato entretenido este verano.
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Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU