Los cálculos renales, más conocidos como «piedras en los riñones», son un problema médico muy frecuente. Se estima que en torno al 10 % de la población sufrirá en el algún momento de su vida estos dolorosos pedruscos que se forman lentamente a partir de la cristalización de diferentes compuestos en la orina. El tamaño y la forma de dichas piedras puede ser extremadamente variable. En la actualidad, el cálculo renal que ostenta el récord mundial por sus dimensiones se detectó en un paciente de Sri Lanka en 2023. Imposible que el guijarro pasara desapercibido: contaba con 13,4 centímetros de largo y 800 gramos de peso.
En la gran mayoría de los casos (alrededor de un 75 %) los cálculos renales están compuestos por calcio. En menor medida, pueden estar formados por ácido úrico, cistina o estruvita (magnesio y fosfato de amonio). Múltiples factores influyen en la producción de dichas piedras: alteraciones en el pH que causan una orina demasiado ácida o básica, ciertas enfermedades como infecciones urinarias o hiperparatiroidismo, concentración elevada de ciertos compuestos en la orina por razones genéticas, ambientales o estilos de vida, déficit de inhibidores de la formación de cálculos…
¿Y el agua de grifo?
En la cultura popular está muy extendida la idea de que la composición mineral del agua que se bebe influye en la aparición de las piedras en los riñones. Según esta creencia, el consumo de aguas duras (especialmente aquellas con una elevada concentración de calcio) favorecería la generación de cálculos con el paso del tiempo.
En España, la cuenca del Mediterráneo (Andalucía, Murcia, Comunidad Valenciana y Cataluña) se caracteriza por ofrecer agua potable con un mayor porcentaje de calcio que en otras regiones de nuestro país. Este mineral, junto con el cloro, dan un fuerte y característico sabor a dicha agua, que no suele ser precisamente un rasgo apreciado para su ingesta en dichos territorios (las elevadas ventas de garrafas de agua mineral en los supermercados o la instalación de filtros de agua de grifo dan fe de ello). Sin embargo, más allá del sabor desagradable, ¿el agua dura del grifo supone realmente un riesgo adicional en la formación de cálculos renales?
Para responder a la pregunta lo primero que hay que tener en cuenta es que la composición y la calidad de las aguas de consumo en Europa está estrictamente regulada por varias leyes para proteger la salud humana. Entre los muchos parámetros que se controlan está la concentración de carbonato de calcio (CaCO3), que es el factor principal que define la dureza del agua. Su máxima concentración permitida en el agua potable en el territorio europeo es de 500 mg/l. Si tenemos en cuenta que solo el 0,5 % del agua potable que se distribuye en España no es apta para consumo humano, esto significa que las aguas más duras de nuestro país no pueden serlo de forma excesiva. Según informes publicados por la Organización Mundial de la Salud, las aguas con carbonato de calcio dentro de dicho límite no deberían tener efectos perjudiciales para la salud humana.
Cantidad más que calidad
Más allá del hecho anterior, que es relevante, existen otros datos que ponen de manifiesto que la dureza del agua potable apta para consumo humano parece influir muy poco o nada en el riesgo de sufrir piedras en los riñones en la población general. Por un lado, varios estudios epidemiológicos no encuentran relación, o esta es muy débil, entre el consumo de aguas duras y un aumento en el riesgo de cálculos renales.
Sí que se ha observado que ingerir aguas más duras se asocia con una mayor excreción en la orina de citrato, magnesio y calcio, pero esto no tiene por qué implicar per se un mayor riesgo de cálculos. Ahora bien, los médicos, como medida de precaución, pueden recomendar a los pacientes que han sufrido previamente cálculos renales beber aguas de composición específica según el tipo de piedras que hayan desarrollado, aunque la evidencia científica que respalde este acto sea débil. En torno al 50 % de estos pacientes suelen volver a sufrir nuevas piedras a los 5-10 años, así que se aplica el principio de cautela.
En resumen, sigue sin estar claro que el consumo de aguas duras suponga un riesgo añadido en la formación de cálculos renales en la población general sana. De existir algún riesgo, este parece, según el conjunto de los estudios, pequeño y poco relevante si se consideran todos los factores que influyen en la aparición de piedras en el riñón. No obstante, sí que existe un importante consenso sanitario y científico sobre una pauta que sí tiene una influencia observable a la hora de disminuir el riesgo de cálculos: beber agua de forma abundante cada día para aumentar el volumen de producción de orina y prevenir que esta se concentre demasiado. En ese sentido, la Asociación Española de Urología (AEU) recomienda ingerir un mínimo de 2 litros de líquidos diarios a los pacientes que han sufrido anteriormente cálculos renales. En otras palabras, no es tanto la calidad del agua lo que cuenta, sino la cantidad que se beba a la hora de prevenir piedras o evitar que estas vuelvan a aparecer.
Sobre la autora: Esther Samper (Shora) es médica, doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular y divulgadora científica