El pasado 4 de diciembre se celebró la festividad de Santa Bárbara, un día muy especial para las geólogas y los geólogos, ya que se trata de nuestra patrona. Sí, esa santa de la que, supuestamente, sólo nos acordamos cuando truena. Pero, ¿de dónde viene todo esto?
Pues empecemos por el principio. Cuenta la leyenda que Bárbara nació en el siglo III en Nicomedia, una antigua provincia de Persia situada cerca del mar de Mármara, siendo, casualidad, la hija de Dióscoro, el sátrapa de ese lugar, es decir, el jefazo de la zona. Siendo adolescente, Bárbara se enamoró de un joven cristiano, lo que hizo cabrear tanto a su padre que la mandó encerrar en una torre para que se le quitase la tontería. Pero la joven rebelde aún se rebeló más, ya que durante su encierro abrazó la religión cristiana, se hizo bautizar y ordenó construir una tercera ventana en su lugar de encierro para representar a la Santísima Trinidad. Mientras la muchacha hacía todo esto, su padre estuvo de viaje de negocios y, a su vuelta, la mandó llamar para avisarla de que había concertado su matrimonio con un buen mozo afín a la religión persa. A Bárbara no le pareció tan buena idea, respondió a su padre que ya estaba casada con Cristo y se escapó, ocultándose en una cueva. Esto cabreó aún más al hombre, que la persiguió con sus guardas hasta encontrarla y apresarla. Entonces, siguiendo las sanas costumbres de la época, torturaron a la muchacha de todas las maneras que se les ocurrió para que rechazase el cristianismo y volviese a hacer caso a su padre. Pero, como no claudicó, acabaron condenándola a muerte por decapitación. Fue su propio padre, con su propia espada, quien cumplió la condena. Y, en el preciso instante en el que terminó el corte, los cielos se abrieron y cayó un rayo que fulminó al hombre.
De esta manera, Bárbara pronto se transformó en una mártir de la primitiva iglesia católica y fue elevada a los altares. Además, ese final de la historia tan fulminante, la convirtió en una santa invocada como protectora frente a los rayos y las tormentas desde tiempos inmemoriales, motivo que da origen al refrán del título de este artículo. Y también en la santa patrona de todas las profesiones en las que se utiliza la pólvora, como las fuerzas militares de Artillería, la Minería o la Geología.
Un momento, ¿Geología y pólvora? ¿En nuestra profesión también volamos cosas por los aires? Pues, aunque no nos falten ganas, Santa Bárbara no es nuestra patrona porque utilicemos pólvora en nuestro día a día, sino por el origen práctico de la Geología como ciencia.
La Geología se instauró como ciencia independiente más o menos a la vez que el resto: finales del siglo XVIII o comienzos del siglo XIX. Era una época de cambios sociales propiciados por la Revolución Industrial, que motivó la necesidad de profesionales que se dedicasen, casi exclusivamente, a la búsqueda de recursos naturales, principalmente minerales estratégicos que potenciasen el desarrollo de las principales economías europeas. Así se dibujaron los primeros mapas geológicos de Gran Bretaña, Francia, España, Alemania…y se fundaron los primeros Servicios Geológicos Nacionales ya empezado el siglo XIX. Pero el trabajo de estos primeros geólogos (y no estoy usando el masculino genérico) no sólo tenía el objetivo de localizar los recursos minerales, sino también de explotarlos. Y, para eso, tenían que trabajar mano a mano con las personas encargadas de sacar los materiales de la tierra, los mineros y mineras (sí, las mujeres ya trabajaban en las minas hace más de cien años), que lo hacían de la manera más efectiva posible, a barrenazos.
Esta relación tan estrecha entre Minería y Geología hizo que esta última ciencia, a la hora de escoger patronazgo en el santoral, se decantase por la protectora del mundo de la pólvora, Santa Bárbara. Así que, cada 4 de diciembre, las geólogas y geólogos cantamos la canción de nuestra patrona al mediodía, tiramos unos cuantos petardos y brindamos por esa joven persa martirizada hace casi dos milenios. Por lo que no solo nos acordamos de ella cuando truena.
Un último apunte para cerrar este texto. Sí, alguna vez visitáis una localidad por primera vez y veis que tiene una iglesia dedicada a Santa Bárbara, no tengáis dudas de que se trata de zona minera. Pero espero que también os acordéis de la Geología en ese momento.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU