La novela que inspiró las máquinas pensantes de Alan Turing

Fronteras

Es imposible, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario, entender el desarrollo científico y tecnológico de nuestra especie sin entender el contexto histórico, social y hasta literario cada época. En ocasiones, los crossovers entre ciencia y humanidades que dan lugar a un nuevo descubrimiento son evidentes y otras veces, muy sutiles, pero, casi siempre, son desconocidos.

Una mención casual a una novela en la biografía de una persona, dato al que habitualmente no prestaríamos atención, puede esconder más significado del que se aprecia a simple vista. Y sirvan como ejemplo estas líneas que aparecen en la biografía que Ethel Sara Turing escribió de su hijo, Alan Turing:

En su infancia, Alan no había sido lector de ficción, ya que prefería enciclopedias u obras científicas. Al final de su adolescencia, sí que leyó cierta cantidad de obras de ficción, pero decía que la naturaleza de los títulos le planteaba cierta dificultad a la hora de elegir. Tenía una predilección especial por Los papeles póstumos del Club Pickwick [Charles Dickens], los libros de George Borrow y Erewhon, de Samuel Butler.

A continuación, añade: «Esta última novela, posiblemente, lo llevó a plantearse la posibilidad de construir una auténtica máquina inteligente». Y no tan posiblemente, porque el propio Turing la menciona en alguno de sus artículos. ¿Hasta dónde llegó esa influencia? Eso ya es más complicado de cuantificar, pero tal vez fue más profunda de lo que pensamos.

Erewhon
Uno de los libros favoritos de Alan Turing durante su adolescencia fue Erewhon (1872), de Samuel Butler. Esta novela, según relató su madre, pudo ejercer una gran influencia en su trabajo posterior. Créditos: Dominio público

Erewhon —anagrama de nowhere— es una novela que sigue la tradición utópica y de viajes extraordinarios que tan popular se hizo en el siglo XVIII con aventuras como Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift. Pero tiene una vuelta de tuerca adicional. La obra se gestó tras la publicación de El origen de las especies (1859), de Charles Darwin, que, en un momento dado, llegó a las manos de Samuel Butler —que se vivía en Nueva Zelanda en aquel momento. Este, a modo de reflexión acerca de la teoría de Darwin, envió en 1863 una carta al director del periódico local The Press titulada «Darwin among the machines» en la que planteó la posibilidad de que las máquinas —que cobraban protagonismo a marchas forzadas en la nueva sociedad industrial que se estaba desarrollando— pudieran representar algún tipo de vida mecánica sometida a los dictados de la evolución biológica. Esa idea se convirtió en la primera semilla de su obra.

La utopía de Butler, como muchas otras de la época, es una sátira de la sociedad victoriana a la que él pertenece, tanto en lo referente a sus valores morales como intelectuales y religiosos. Pero lo realmente interesante en lo que concierne a este artículo son los tres capítulos titulados «El libro de las máquinas», que aparecen hacia el final de la novela y que no son más que el desarrollo de las ideas que planteó en su carta al director de 1963. Así, podemos leer reflexiones como: «Pero las máquinas que producen otras máquinas no crean máquinas de su misma especie. Un dedal lo fabrica una máquina, pero no lo fabricó otro dedal y él jamás será capaz de fabricar otro». ¿Estaba sugiriendo, de manera muy sutil, la posibilidad de una máquina universal como la que formalizó luego Alan Turing, en 1936? Ciertamente, a la idea le falta mucho desarrollo, pero ¿es posible que le sirviera de inspiración al matemático?

Erewhon
Samuel Butler (1835-1904), primera edición de Erewhon y traducción al español de Akal. Créditos: Dominio público

Y Butler va mucho más allá en sus reflexiones sobre las máquinas, ya que, al tratarlas como seres vivos sujetos a la evolución, advierte de sus posibles peligros, hoy bastante trillados y de los que seguramente todos hemos oído hablar: que nuestra dependencia de ellas nos lleve a perder habilidades —manuales, intelectuales…— y que, a su vez, limiten nuestra creatividad y supriman nuestro sentido crítico; que evolucionen hasta volverse autónomas e inteligentes y acaben sustituyéndonos… No solo eso, plantea ideas tan ciberpunk como que tecnología y seres humanos somos inseparables: «El hombre piensa como piensa, siente como siente por los cambios que las máquinas han provocado, y la existencia de estas es una condición sine qua non para la de él y viceversa» —¿algo que objetar a esta afirmación en la era de internet?—. Y se anticipa, curiosamente, a la miniaturización y a las formas en las que estas máquinas podrían aprender. ¿Hasta qué punto pudo, por tanto, estimular Erewhon, con estos planteamientos, la imaginación, ya desbordante de por sí, del pequeño Alan que la leyó por primera vez?

Porque las menciones a esta obra no vamos a encontrarlas solo en fuentes secundarias, como el testimonio de su madre. «Intelligent machinery, a heretical theory», una conferencia que Alan Turing impartió alrededor de 1951 —apenas tres años antes de morir— y que se publicó como artículo a título póstumo, acaba con el siguiente párrafo:

Supongamos ahora, a modo de argumento, que este tipo de máquinas son una posibilidad real y veamos las consecuencias de construirlas. Hacerlo, por supuesto, se encontraría con una gran oposición, a menos que hayamos avanzado mucho en la tolerancia religiosa desde los días de Galileo. Habría una gran oposición por parte de los intelectuales que temen quedarse sin trabajo. Sin embargo, es probable que estos intelectuales se equivoquen al respecto. Habría mucho por hacer para intentar, por ejemplo, mantener nuestra propia inteligencia a la altura de las normas establecidas para las máquinas, ya que parece probable que una vez el método de pensamiento de estas hubiera comenzado, no tardaría mucho en superar nuestras débiles capacidades. No existiría la posibilidad de que las máquinas murieran, y podrían conversar entre sí para agudizar su ingenio. Por lo tanto, en algún momento deberíamos esperar que asuman el control, tal como se menciona en Erewhom, de Samuel Butler.

Erewhon
Primera página del manuscrito de «Intelligent machinery, a heretical theory», de Alan Turing. Créditos: The Turing Digital Archive/King’s College

Leer este artículo en paralelo al «Libro de las máquinas» es como visitar el mismo mundo reflejado en un espejo: en uno de los lados, se encuentra la visión del científico, en el otro, la del humanista; en un lado, la de la ciencia, en el otro, la de la ficción. Lo que cabría preguntarse ahora es: ¿cuál de los dos es la realidad y cuál el reflejo? Tal vez, y como sugirió Butler, pase como con los seres humanos y la tecnología y, en el fondo, no pueda existir lo uno sin lo otro.

Por cierto… ¿a alguien le suena el concepto de Yihad «butleriana» que aparece en Dune? Bueno, pues ese nombre tampoco es casual.

Bibliografía

Butler, S. (2012 [1872]). Erewhon, o al otro lado de las montañas. Akal.

Turing, A. M. (c. 1951). Intelligent machinery, a heretical theory. The Turing Digital Archive.

Turing, S. (2012 [1859]). Alan M. Turing. Cambridge University Press.

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Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.

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