
Dentro la octava edición del ciclo Cine y Ciencia, coorganizado por Filmoteka y el DIPC junto a otros agentes culturales, durante enero y febrero he presentado High Life, una fascinante película de Claire Denis (2018). La veo como una respuesta contemporánea a 2001: A Space Odyssey de Stanley Kubrick, usando una perspectiva de género que subvierte los cánones tradicionales del cine de exploración espacial. Mientras Kubrick idealizó la figura del bebé como símbolo de un futuro utópico y abstracto, Denis nos presenta un bebé real, corporal y vulnerable, que exige cuidado y genera nuevas formas de parentesco en un futuro distópico, sucio y extractivista.
La película cuestiona la reproducción biológica convencional y la explotación de la misma, situando la narrativa en una nave donde los vínculos familiares y la supervivencia se reinventan. Además, incorpora diversos elementos científicos procedentes de la astrofísica. Durante el debate posterior a la proyección, estos temas también se discutieron con el personal del DIPC, evidenciando cómo la obra se sitúa en la intersección entre el cine, la ciencia y las cuestiones éticas y sociales. En este contexto, hablamos también de reproducción asistida y eugenesia, así como dinámicas de poder y control, y mencioné el lema de Donna Haraway “Make Kin, Not Babies”. Esta antropóloga y filósofa aboga por la creación de lazos de parentesco alternativos, basados en el cuidado mutuo y la coexistencia, en lugar de depender únicamente de la reproducción biológica.
Así, High Life no solo se contrapone a la visión clásica de la proyección del futuro que ofrece 2001, sino que también plantea una ácida crítica hacia algunas prácticas científicas y reproductivas. Denis propone una mirada feminista, posthumana y decolonial en la que la construcción de comunidades y el cuidado mutuo se convierten en elementos esenciales para la supervivencia, desafiando los imperativos biológicos tradicionales y abriendo el debate sobre las tecnologías reproductivas en un contexto de ambigüedad moral. Comparto aquí algunas notas que utilicé en las presentaciones de Vitoria, Donostia y Pamplona.
El cine

Esta película no deja a nadie indiferente. Tiene poco diálogo, hay largas elipsis y flashbacks, y puede parecer lenta, pero piensen que sucede en una nave que se mueve a una velocidad cercana a la de la luz, y eso genera efectos curiosos en el tiempo. Resulta bastante dura a veces, porque contiene: prácticas de reproducción asistida pero no consentida; eugenesia y también eutanasia; dos suicidios; sexo en solitario, sexo asistido mecánicamente, y sexo involuntario; suplantación de personalidad, homicidio; restricciones físicas; violaciones consumadas y sin consumar, peleas y toda clase de fluidos corporales. Si son muy sensibles, prepárense.
Y con todo High Life fue una sólida candidata a la Concha de Oro cuando compitió en la sección oficial del Zinemaldia en 2018. Generó división de opiniones en la crítica y el público. La película es una novedad audaz en cualquier programación porque renuncia a toda clase de superioridad moral, también a la de la ciencia. Claire Denis está en contra del cine moralizante, hace películas sin mensaje, pero sí cargadas de preguntas que exploran la propia definición de lo humano. Su idea de cine se parece más a un poema que a un sermón. Pero es una directora que habla con científicos, contó con un asesor astrofísico (Aurélien Barrau) y de hecho tomó de Stephen Hawking la idea de la importancia de procrear en el espacio para superar las limitaciones temporales de una vida individual, y la necesidad de incubadoras especiales para ello.
High Life parece muy consciente de algunos grandes clásicos del género, como 2001 y Solaris. Sin embargo, desde la primera escena, queda claro que Denis se aleja del canon tradicional de las películas de exploración espacial. Hay un bebé, pero no ya el bebé idealizado del final de 2001, sino un bebé real que llora y hay que alimentar. Esa atención a los detalles más físicos y corporales de la vida en el espacio hace que la película sea algo único dentro del subgénero. High Life es diferente desde la primera escena. Parte de un tropo bastante manido, la del astronauta reparando su nave, pero le añade un elemento desconcertante: la familia, el vínculo humano, ya no es algo que se ha quedado en la Tierra, sino que acompaña al astronauta, dedicado a algo tan poco habitual en una nave espacial como el cuidado de un bebé… a la vez que repara la nave.
Claire Denis presentó la idea al protagonista, Robert Pattinson, como una historia de “ciencia-ficción e incesto con una menor de edad”, pero también afirmó que “no es una película de ciencia-ficción”, aunque tenga elementos científicos. Es la historia de un hombre que, tras perder a todos sus compañeros de viaje, sigue viviendo para cuidar a un bebé (esa sería la “vida elevada”, en referencia a la vita nuova de Dante) y llega con ella a un lugar más allá del espacio y el tiempo. Claire Denis dijo que vio a Pattinson como el protagonista ideal porque transmitía esa impresión de un joven que no ha tenido una vida, que no conoce la vida porque ha vivido siempre en la cárcel, pero allá en lo alto recibe una vida nueva, porque “no hay nada más vivo que un bebé” (Denis dixit).
La ciencia de High Life
En su presentación de la primera película del ciclo, el biopic dedicado a Stephen Hawking, Pedro Miguel Etxenike dijo que no hablaría sobre agujeros negros porque en la audiencia había gente que sabía más que él. Yo debería hacer lo mismo, pero en mis presentaciones menciono un par de elementos científicos reales en la película: el proceso Penrose y las imágenes generadas por el Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT). Y también, de manera más oblicua, el experimento Biosphere 2.
El proceso de Penrose un mecanismo teórico descrito en 1969 que haría posible extraer energía de un agujero negro en rotación. El proceso de Penrose también tiene paralelismos con otros fenómenos relativistas, como la radiación de Hawking, que describe la emisión de partículas desde el horizonte de eventos de un agujero negro.
Esa promesa prometeica de una fuente ilimitada de energía a veces me parece que es un McGuffin que nos distrae del verdadero tema de la película, que es… cómo reproducir la vida en lo alto, tal y como el título nos lo está diciendo. Ya desde la primera escena (el huerto) la película describe la vida en un huerto cerrado en naves espaciales que parecen sarcófagos, por pasillos como el que tanto recuerda a Solaris, una vida precaria, con necesidad de reparación constante (esa llave de carraca girando en el espacio como el hueso de 2001).
La estación científica más grande conteniendo un ecosistema cerrado fue Biosfera 2, en Oracle, Arizona. Biosphere 2 fue construida entre 1987 y 1991 para probar sistemas ecológicos cerrados como sustituto de la biosfera terrestre y poder sustentar la vida humana en el espacio. Solo se usó dos veces con este propósito (1991-1993 y 1994), con problemas como escasez de oxígeno y alimentos, muerte de especies, tensiones entre la tripulación y conflictos de gestión. Sin embargo, el segundo experimento logró autosuficiencia alimentaria sin necesidad de oxígeno adicional.

La muy recomendable historia de Biosfera 2 nos muestra el interés de la antropología para esta película. Las alusiones a leyes de la naturaleza que en realidad son tabús sociales (“si rompes las leyes de la naturaleza, pagarás por ello”), a la invención de rituales y al parentesco como vínculo constituyente son ubicuas en la peli.
Como una antropóloga, Claude Denis se fija en las relaciones de género y de poder en una pequeña comunidad humana, y en el sexo como elemento material presente en ambas. En las ciencias sociales, seguramente es la antropología la que más se ha dedicado a estudiar esas relaciones de género y de poder, pero la antropología tiene una relación ambivalente con la ciencia en general. Por un lado, es una disciplina que surge de otras ciencias (Boas, el padre de la antropología norteamericana, era doctor en física; Malinowski, el de la británica, en filosofía) y por el otro, al estudiar culturas en las que la ciencia no tiene o no ha tenido el peso que ha tenido en Occidente, la antropología puede dirigir su mirada hacia la ciencia desde presupuestos distintos.
Un ejemplo sería Bruno Latour, que estudió a los científicos en un laboratorio, el Salk Institute, donde trabajaba el premio Nobel Roger Guillemin, como si fueran un grupo humano más. Sin salir de la película, tenemos el científico indio que protagoniza un flashback. Encarna la mirada decolonial de Denis y cuestiona las estructuras de poder inherentes al conocimiento científico. El científico reconoce que la curiosidad es el motor de la ciencia, pero al mismo tiempo plantea una crítica: ¿dónde están los límites éticos de esa curiosidad? ¿Hasta dónde podemos llegar para obtener conocimiento o recursos energéticos?
Por ejemplo, la película sitúa su trama en un contexto donde personas en prisión participan en un experimento científico a cambio de salvar sus vidas. Salvar la vida a cambio de trabajo tiene un nombre clásico: esclavitud. ¿Es ético que una población esclavizada o subalterna sirva a la ciencia? ¿Tienen realmente opción? ¿Hay un consentimiento informado y voluntario, o es un simulacro de consentimiento?
La respuesta a todas esas preguntas es no. Los tripulantes han sido engañados y lo saben. Saben y no saben, como los donantes en Never Let Me Go, una película sobre transplantes que tiene algunos elementos en común con esta, y a la que he dedicado alguna reflexión. En High Life, por la aceleración creciente que necesitan para mantener la sensación de gravedad, los viajeros se acercan a la velocidad de la luz (¡99%!) con lo que el tiempo pasa más despacio en la nave relativamente a la Tierra, así que la tripulación está haciendo un viaje al futuro de la Tierra; no hay vuelta atrás, al menos no a la Tierra tal como la conocieron. Por eso la desesperación, la violencia latente, y el control social vía el sexo en solitario y las drogas: placeres individuales que aíslan a los tripulantes, les vuelven “tristes y solos”, como en la canción que canta Boise a Monte en el huerto.
Veamos High Life, pues, como un documento etnográfico singular. En los primeros 15 minutos asistiremos a una serie de rituales: comer, excretar, dejar un mensaje al futuro, vestir a los difuntos (tras interrumpir la criogenización) y disponer de sus restos mortales. Veremos personajes que son mitos: Tcherny (André Benjamin) es el mito de Anteo, el personaje “terrestre”, que todavía siente el vínculo con la Tierra y con la tierra, y que está cansado de “volar” (Latour: Dónde aterrizar). Como Prometeo, Monte (Robert Pattinson) arriesga su vida para traer una fuente de energía que salve a la humanidad. Como Antígona, Boyse (Mia Goth) cubre con tierra el cadáver de los caídos. La Dra. Dibs (Juliette Binoche, musa habitual en el cine de Denis, en una interpretación impresionante) aparece como una hechicera o sacerdotisa de una “nueva religión”, y como Medea (otra) ha matado a sus hijos; matar a los hijos es violar el sagrado principio de la reproducción, y por eso “es el único crimen que merece tal nombre” como dice ella misma. Una película que habla tanto de la ciencia como de los mitos con los que aún convivimos.
Sobre el autor: Antonio Casado da Rocha es investigador titular en el Departamento de Filosofía de los Valores y Antropología Social de la UPV/EHU