Era la primavera de 1950, estaba teniendo lugar un fenómeno de lo más extraño en Nueva York: las papeleras de las calles estaban desapareciendo sin explicación. Aunque, en comparación con la cantidad de supuestos avistamientos de ovnis que estaba habiendo por todo el país, tal vez, en realidad no fuera algo tan sorprendente.
El ilustrador del New Yorker, Alan Dunn, unió los puntos entre ambos fenómenos y llegó a la conclusión más evidente: ¡los alienígenas estaban robando las papeleras de la Gran Manzana y llevándoselas a su planeta! Y eso es lo que dibujó en una viñeta que se publicó en el número del 20 de mayo de 1950. Aquel dibujo, que aterrizó por casualidad en una conversación entre físicos del laboratorio de Los Álamos, dio lugar al nacimiento de una de las cuestiones más famosas, divertidas e incluso controvertidas que ha planteado un científico —habría que discutir si, también, la ciencia: si la galaxia rebosaba de vida alienígena, ¿dónde estaban todos?, ¿por qué no habíamos contactado hasta la fecha con ninguna de aquellas civilizaciones?

Es habitual pensar que la ciencia es una disciplina que se desarrolla, sobre todo, en el laboratorio. Sin embargo, a veces se subestiman las conversaciones que tienen lugar a la hora del café, de la comida… cuando los científicos no están tan constreñidos por los formalismos científicos o las leyes de la naturaleza y pueden dar rienda suelta a su imaginación. Esta en concreto tuvo lugar alrededor del verano, algún tiempo después de la publicación de la viñeta de Alan Dunn. En 1985, Eric M. Jones, un científico de Los Álamos, consiguió contactar con los protagonistas y reconstruir la historia de lo que había ocurrido ese día a partir de sus testimonios.
Sucedió durante la pausa de la comida. Hans Mark, entonces estudiante de física de la Universidad de Berkeley; el físico nuclear de origen polaco Emil Konopinski; Edward Teller, el controvertido «padre de la bomba H», Herbert York, también físico nuclear, de origen mohawk, y el causante de todo el revuelo posterior: Enrico Fermi se dirigían al comedor —estos cuatro últimos, además, habían participado en el Proyecto Manhattan— . El tema de conversación que los ocupaba era los recientes avistamientos de ovnis, entre otras cuestiones terrenales, momento en el que se mencionó, a modo de broma, la viñeta del New Yorker. Durante unos minutos, le dieron un par de vueltas a qué podría haber de cierto realmente en los avistamientos, si el viaje interestelar era posible y las implicaciones que algo así podía tener.
No fue hasta un rato más tarde, cuando ya se encontraban sentados a la mesa —aquí existen varias versiones acerca de cuántos comensales había en ese momento— y estaban hablando de cualquier otra cosa, cuando Fermi interrumpió la conversación con la pregunta inesperada y fuera de contexto: «¿Dónde están todos?». Y se puso a hacer lo que solía hacer en situaciones similares: una estimación en una servilleta —seguramente muy parecida a la famosa ecuación que Drake plantearía con posterioridad— de cuántas civilizaciones extraterrestres podría haber en nuestra galaxia y la probabilidad de contactar con ellas. ¡Y hasta hoy!

Créditos: NOIRLab/AURA/NSF/P. Marenfeld – CC BY 4,0
La cantidad de reflexiones, debates y posibles soluciones que han girado alrededor de la paradoja de Fermi son casi infinitas. Y es indudable que la ciencia ficción se lo ha pasado en grande tratando de plantear todas las posibles: ¿estamos introduciendo los parámetros correctos en la ecuación de Drake? ¿Es posible que la vida inteligente en el universo sea un fenómeno tan residual que es casi imposible encontrarla? ¿O tal vez las civilizaciones inteligentes se autodestruyen antes de alcanzar la madurez tecnológica necesaria para poder detectarse unas a otras? ¿Tiene sentido la teoría del bosque oscuro que plantea Liu Cixin, en la que todas las civilizaciones están agazapadas en la oscuridad del cosmos, temerosas de que las encuentren y las destruyan? ¿O los extraterrestres están por todas partes, pero se esconden de nosotros? Se han planteado teorías, y teorías, y teorías, ¡y más teorías! para buscar una posible explicación a nuestra aparente soledad cósmica.
Sería demasiado arriesgado decir que a Fermi se lo conoce más por la popular paradoja que por su participación en el Proyecto Manhattan o sus contribuciones al mundo de la física cuántica, atómica y nuclear, y a la mecánica estadística, pero lo que es indudable es que esta cuestión trivial nos ha dado muy buenos ratos a científicos, filósofos de bar, lectores de ciencia ficción… y, seguramente, a los que participaron en aquella comida del verano de 1950.

Bibliografía
Jones, Eric M. (1985). «Where’s everybody?» An account of Fermi’s Question. Los Alamos National Laboratory.
Webb, S. (2015). If the universe is teeming with aliens… Where is everybody?. Springer.
Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.