Se insertan dos electrodos en la corteza parietal posterior, que es un área del cerebro que se encuentra entre la corteza sensorial y la corteza motora. Los electrodos sirven para obtener un registro de la actividad de varios centenares de neuronas de esa zona. Después, con el debido entrenamiento, un ordenador “aprende” a establecer la correspondencia existente entre los patrones de actividad neuronal del área con los movimientos que el sujeto imagina que hace para alcanzar un objetivo. La correspondencia entre actividad neuronal y movimientos imaginados es de una gran especificidad. Una vez ha aprendido a establecer las correspondencias entre diferentes objetivos y actividad neuronal, el ordenador es capaz de convertir los propósitos del sujeto en órdenes que transmite a un brazo robótico, que es el que ejecutará los movimientos necesarios para materializar su intención.
La secuencia descrita en el párrafo anterior es la que ha seguido el equipo de Richard Andersen, del Instituto Tecnológico de California (Caltech) en Pasadena (EEUU), para que Erik Sorto recupere la capacidad para manipular objetos. Sorto perdió la movilidad de sus extremidades por un accidente que le lesionó la médula espinal años atrás. Y lo que pretenden los investigadores es que pueda gobernar con la debida eficacia y precisión un brazo robótico con el que poder desarrollar muchas tareas de la vida cotidiana.
Este no es el primer caso en el que pacientes tetrapléjicos se sirven de brazos robóticos controlados mediante implantes cerebrales para ejecutar movimientos. Pero es la primera ocasión en que ese control se ejerce a través de las intenciones del sujeto. La diferencia es crucial, porque el control directo de los movimientos mediante implantes de electrodos en la corteza motora exige que el paciente piense acerca de todos y cada uno de los movimientos que desea ejecutar. Sorto, sin embargo, se limita a proponerse mover un brazo para, por ejemplo, beber un vaso de agua. No necesita reproducir cada movimiento del brazo en su corteza motora. Basta con tener la intención de hacerlo para que el sistema ordenador-brazo robótico ejecute la secuencia completa de movimientos necesaria para llevar el vaso de agua a la boca y beber.
La implantación de electrodos en la corteza parietal posterior a efectos de controlar dispositivos externos o extremidades biónicas tienen unas aplicaciones evidentes en el terreno de la clínica. Pero esta tecnología no se limita a resolver problemas prácticos de personas con hándicaps motores. En otro experimento, una persona a la que se le habían colocado implantes similares participó en una versión del “dilema del prisionero”, un “juego” en el que los participantes han de optar o bien por colaborar con el otro jugador o no colaborar y jugársela. Pues bien, los investigadores fueron capaces de establecer una relación tan ajustada entre el comportamiento del sujeto y los patrones de actividad neuronal de los instantes anteriores a “tomar la decisión”, que pudieron anticipar cuál iba a ser el sentido de la misma –colaborar o jugársela- antes incluso de que el jugador fuese consciente de la decisión que había tomado.
Siguiendo esa misma línea de actuación, el equipo de Andersen ha empezado a repetir experimentos clásicos sobre libre albedrío, mediante los que, basándose en su actividad neuronal, intentan predecir las decisiones de una persona antes incluso de ser consciente de haber llegado a tomar alguna decisión. Los resultados de estos trabajos pueden llegar a tener implicaciones muy importantes, pues pueden poner en cuestión la existencia del libre albedrío, por lo que sería la misma noción de responsabilidad la que quedaría cuestionada, con todas las implicaciones filosóficas, legales y morales que ello entraña.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Este artículo fue publicado el 21/6/15 en la sección con_ciencia del diario Deia
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