Muchas personas piensan que la literatura infantil es un tipo de literatura que únicamente está dirigida a los más pequeños. Sin embargo, en mi opinión esto no es así, el adjetivo “infantil” significa que es literatura que pueden leer también los más pequeños, o incluso son el público preferente, pero que está dirigida a todas las personas, incluidas las adultas. Yo disfruto mucho leyendo libros de la denominada literatura infantil.
El último libro de literatura infantil que me he comprado y que estoy leyendo en estos momentos es El regreso a los sauces, de la autora de La evolución de Calpurnia Tate (Rocaeditorial, 2010) y El curioso mundo de Calpurnia Tate (Rocaediorial, 2015), la escritora neozelandesa Jacqueline Kelly.
Como explica la propia autora al inicio del libro, este es una “respetuosa secuela de El viento en los sauces, de Kenneth Grahame, con comentarios útiles y notas explicativas”. El viento en los sauces es un clásico de la literatura infantil inglesa, publicado por primera vez en 1908.
La historia del origen de este libro es curiosa. En mayo de 1907, el autor del libro, Kenneth Grahame, y su esposa, marcharon de viaje, dejando a su hijo de siete años Alastair (a quien su padre y su madre llamaban “Mouse”, ratón) con su niñera, con la condición de que su padre le enviaría por correo cartas con historias para leer cuando se fuera a la cama. Durante los siguientes meses, Kenneth Grahame le envió a su hijo quince cartas con las aventuras de Sapo y sus amigos Topo, Rata, Tejón y Nutria. Las primeras cartas incluían comentarios personales, pero al final se centraron únicamente en la historia. La esposa de Kenneth Grahame convenció a su marido de que había un hermoso libro detrás de esas cartas, por lo que este desarrolló la historia y publicó El viento en los sauces en 1908.
El libro de Jacqueline Kelly, El regreso a los sauces (cuya publicación original es del año 2012), nos trae nuevas aventuras de los entrañables Topo, Rata, Sapo, Tejón y Nutria. Este libro no es una revisión del clásico de la literatura infantil, sino una secuela con nuevas aventuras, escrita con un lenguaje moderno y una narrativa adaptada a nuestros días, y sobre todo, con la mirada inteligente de su autora. Jacqueline Kelly es la escritora que nos trajo las aventuras de la niña de 12 años, Calpurnia Tate, cuyo programado futuro (en el libro es el año 1899) es el de una señorita que tiene que saber tocar el piano, coser y cocinar, pero ella, sin embargo, está más interesada por la biblioteca y el laboratorio de su abuelo, y de mayor quiere ser científica.
Además, las ilustraciones del ilustrador estadounidense Clint Young, que acompañan la narración de Jacqueline Kelly, son magníficas.
Sapo es un animal rico, al que le gustan las aventuras, pero también es un poco impulsivo y en muchas ocasiones actúa sin pensar. Cierto día, provoca una explosión y como consecuencia de la misma se da un golpe en la cabeza. Esto es lo que ocurre esa noche cuando va a cenar con sus amigos y su sobrino Humphrey.
“Sapo no hizo ni caso. Parecía estar absorto en sus pensamientos. Durante la sopa, sin que viniera a cuento, dijo:
– En cualquier triángulo rectángulo que tenga por aristas las de tres cuadrados que las rodeen, la superficie del cuadrado cuyo lado sea la hipotenusa es igual a la suma de las superficies de los cuadrados situados sobre las otras dos aristas del triángulo. ¿Sabías eso Humphrey?
Su sobrino y los demás se lo quedaron mirando, atónitos, mientras él iba dando sorbitos a su sopa de sucedáneo de tortuga.
– Perdona, tío Sapo –balbució Humphrey–. ¿Qué has dicho?
– Oh, una pequeña cita de nuestro amigo Pitágoras, el Padre de los Números. (26)
Rata, Topo y Nutria se miraron unos a otros, atónitos.
Durante el plato de pescado, Sapo declaró:
– Los números primos más pequeños son, como seguro que ya sabéis: dos, tres, cinco, siete y once. No se puede determinar cuál es el número primo más grande, según Euclides. (27) Yo diría que este pescado está especialmente rico. Humphrey, toma otro trozo. ¡Es alimento para el cerebro! Y –añadió, condescendiente– aunque es algo que no me gusta decir de ninguno de mis familiares, me da la impresión de que eres algo lento para tu edad. Así que come… Muy bien, buen chico.
Durante el plato de carne, Sapo dijo:
– Arquímedes tenía razón, como estoy seguro de que sabréis ya. El peso total del agua desplazada en una bañera equivale al peso de cualquier objeto que flote en ella. (28) ¡Qué maravilloso rosbif! Desde luego, hoy la cocinera se ha superado.
Durante el pudin, Sapo soltó:
– Un objeto en caída libre acelera a un ritmo de diez metros por segundo cuadrado.
Para cuando pasó el momento del oporto, Humphrey ya había recuperado el habla:
– Tío Sapo, me temo que has sufrido algún tipo de lesión –dijo, estudiando a su tío con asombro.
– Tonterías, hijo –contestó Sapo–. No me he sentido mejor en mi vida. ¿A alguien le gustaría acompañarme a la biblioteca para departir sobre el último teorema de Fermat? Eso siempre es de lo más divertido. ¿O quizás una partida de ajedrez en tres dimensiones? ¿Quién se anima?
– Sapo –intervino Topo–, ¿estás completamente seguro de que te encuentras bien?
– Yo creo que se le ha ido la cabeza –comentó Ratita, preocupado.
– ¡Eureka! (29) ¡Es posible que haya perdido la cabeza, pero he encontrado una mucho mejor! –anunció él.
(26) Pitágoras fue un caballero que vivió en la antigua Grecia, mucho antes de que tú nacieras. Era matemático y se le ocurrieron muchas ideas originales sobre números.
(27) Euclides fue otro señor que vivió en la antigua Grecia, y también era matemático. Uno acaba por preguntarse si los griegos no tenían nada mejor que hacer con su tiempo que sentarse a idear conceptos matemáticos que siguen trayendo de cabeza a los jóvenes escolares hoy en día.
(28) Más de lo mismo. Un día que tocaba baño, Arquímedes metió la cabeza en la bañera y observó que el nivel del agua subía. Se dice que gritó “¡Eureka!”, que significaba “¡Ya lo tengo!” en griego antiguo. Salió de la bañera de un salto y fue corriendo por las calles para contárselo a la gente. La historia no dice si se tomó un momento para ponerse el albornoz antes de hacerlo.
(29) Parece que es la palabra de moda.”
La formulación del teorema de Pitágoras como áreas de cuadrados asociados al triángulo rectángulo la podemos ver en este sencillo diagrama.
En el anterior fragmento, nos encontramos a Sapo hablando del teorema de Pitágoras, de la existencia de infinitos números primos demostrada por Euclides, del principio de Arquímedes, de la gravedad o del teorema de Fermat. Parece que el golpe ha provocado que haya adquirido, de forma instantánea, una inteligencia desmedida. Así lo explica el joven sobrino de Sapo, Humphrey:
“– Creo, tío Sapo –prosiguió Humphrey–, que estás sufriendo el síndrome de Poffenbarger, una rara afección en la que se te activa la mente gracias a un golpe en la cabeza. ¡Sí, debe ser eso! Tienes una gran capacidad intelectual de aparición repentina inducida por un trauma. ¡Cielo santo! –Humphrey se giró, emocionado, hacia los demás–. He leído algo sobre el tema. Solo hay tres casos comprobados en la literatura médica. ¡Tío Sapo, esto es impresionante! ¿Te importa que escriba un artículo sobre tí? Podría enviarlo a la Revista de la Real Sociedad de Medicina ¡Oh, va a ser el mejor verano de mi vida!”
A partir de ese momento, su actividad intelectual se dispara. Entre las cosas que se narra que está haciendo, nos encontramos que… “Y poco antes de irse a la cama dedicó un rato a memorizar setecientos decimales del número pi”.
O escribe un artículo titulado “¿Cuantos robles roería un roedor si los roedores royesen robles?”, que publicará en la revista Procedimientos de la Real Sociedad de Intensa Cavilación Psicológica y Meditación Exhaustiva. Por este artículo la Universidad de Cambridge le ofrece la “cátedra Lumbálgica de Conocimientos Extremadamente Abstrusos, un puesto que tiene quinientos años de tradición”. Por supuesto, la autora está parodiando la cátedra Lucasiana de matemáticas de la Universidad de Cambridge, que data de 1663. Titulares de esta cátedra han sido Barrow, Newton, Babbage, Stokes, Dirac o Hawking, entre otros.
Mientras está en Cambridge, el profesor Sapo recibe un fuerte pelotazo, con una pelota de críquet, en la cabeza, que significa el final de su excepcional inteligencia.
“¡Pobre Sapo! Víctima de las mismas leyes físicas sobre las que él mismo estaba disertando. (48) Cayó al suelo y salió rodando, como suele pasar con los individuos de complexión ligera. Su birrete salió despedido en una dirección; sus gafas, en otra. El director consternado, se volvió contra los estudiantes:
– ¡Vosotros! ¡Fuera de aquí! ¡Ya me ocuparé de vosotros después! –Luego se giró hacia Sapo y dijo–: Oh, profesor Sapo, lo lamento tan…
El director se quedó patidifuso, observando al personaje rechoncho y conmocionado que tenía sentado ante él, en la hierba, con la toga levantada en una posición de lo más indigna y con las rodillas a la vista.
Sapo parpadeó.
– ¡Pero bueno! –gritó el director-. ¿Quién es usted, hombrecillo horroroso?¿Y qué le ha hecho al profesor Sapo?
– Director… –repuso Sapo al cabo de un momento-. Soy yo. Es decir, soy el profesor Sapo. ¿No me reconoce? Se lo demostraré, escuche: la superficie del cuadrúpedo cuyo lado sea la hipotótama es igual a la suma de las superficies de los cuadrúpedos situados sobre las otras dos aristas del pináculo. (49) Oh, vaya –dijo Sapo, perplejo-. Por algún extraño motivo eso no me suena bien del todo…
(48) Cuando un objeto (como un sapo) recibe un impacto de una fuerza externa (como una pelota de críquet), la velocidad del sapo cambiará en proporción a la fuerza aplicada por la pelota.
(49) Lo que quería enunciar era el Teorema de Pitágoras. Pero lo que dijo en realidad era un desvarío, a partir de una antigua broma inglesa que dice así: [Oh, vaya, lo siento. Mi editor me está haciendo señas para que me calle…]”
Con el teorema de Pitágoras estrena su excepcional inteligencia, y con este mismo resultado matemático la despide.
Esta entrada del Cuaderno de Cultura Científica termina aquí, pero os animo a que leáis esta divertida historia de Topo, Rata, Sapo, Tejón y Nutria.
Bibliografía
1.- Jacqueline Kelly, Clint Young (ilustración), El regreso a los sauces, Rocaeditorial, 2015.
2.- Kenneth Grahame, Elena Odriozola (ilustración), El viento en los sauces, Anaya, 2006.
3.- Bodleian Libraries, Oxford University, The Original Wind in the Willows
4.- Clint G. Young illustrator
Sobre el autor: Raúl Ibáñez es profesor del Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU y colaborador de la Cátedra de Cultura Científica
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