El pasado abril se publicaron los resultados de un estudio que ha documentado el primer caso conocido en que unas hormigas acuden al rescate de una compañera herida en combate. Los insectos en cuestión pertenecen a la especie Megaponera analis, una hormiga africana cuyos miembros realizan expediciones en grupos de entre 200 y 500 individuos para cazar termitas en sus termiteros. Las batallas entre termitas y hormigas no son precisamente incruentas; al contrario, las termitas también tienen poderosas mandíbulas y no son presa fácil para las hormigas. Como consecuencia, no son raras las ocasiones en que las hormigas resultan heridas de gravedad. Muchas veces llegan a perder alguna extremidad en la mandíbula de una termita.
Pues bien, es en esos casos cuando las compañeras de la hormiga a la que se ha cercenado una pata o llevan una termita firmemente anclada en su cuerpo acuden en su busca, la rescatan y se la llevan de vuelta al hormiguero. Una vez allí, en un alto porcentaje de las ocasiones se recupera y puede volver a tomar parte en nuevas partidas de caza. Si han perdido una extremidad, las hormigas rescatadas no la recuperan; sencillamente aprenden a desplazarse y a operar sin la que les falta. Un 95% de las recuperadas vuelven a cazar una o dos horas después de haber sido devueltas al hormiguero. De acuerdo con los cálculos hechos por los investigadores que han observado este comportamiento, las colonias de esta especie son un 29% mayores de lo que serían si abandonasen a su suerte a las hormigas heridas. La razón por la que ese proceder ha podido surgir en esta especie es que cazan en grupo, sus colonias son relativamente pequeñas y el número de hormigas heridas en cada ataque es relativamente alto, por lo que cada hormiga cuenta.
El mecanismo implicado es asombrosamente simple y se basa en la comunicación química a distancia mediante feromonas. Las feromonas son sustancias secretadas por ciertos seres vivos que provocan comportamientos específicos en otros individuos de la misma especie. Los ejemplares de Megaponera analis heridos en los termiteros liberan dos feromonas desde sus glándulas maxilares; esa es la señal que, al ser recibida por las compañeras, induce la respuesta consistente en acudir en su busca.
Cuando el comportamiento de rescate se dio a conocer, muchos medios se hicieron eco del mismo, y en la mayoría de los consultados por este cronista se incidía en el hecho de que el rescate no debía ser entendido como altruismo equivalente al de nuestra especie, dado que la razón por la que las hormigas lo practican es el interés por contar con abundantes efectivos para las partidas de caza. Sin embargo, esa forma de entender el altruismo me parece naif. Implica una concepción desenfocada de los comportamientos prosociales en general y altruistas o generosos en particular.
Las hormigas son organismos eusociales. Forman colonias que funcionan como si se tratase de un superorganismo. En ellos la colaboración, el trabajo en equipo y la ayuda mutua son esenciales. Pero el comportamiento prosocial también es valioso para los integrantes de los grupos humanos. También en nuestra especie rinde beneficios en términos de aptitud: tiene valor adaptativo y, con toda probabilidad, ha sido seleccionado en el curso de nuestra evolución. Por esa razón, aunque la biología, los mecanismos y las estructuras sociales son diferentes en hormigas y seres humanos, las consecuencias de la colaboración son semejantes. En rigor, por ello, no hay ninguna razón para pensar que los rescates de hormigas y los que puedan realizarse en las situaciones humanas equivalentes son sustancialmente diferentes: ambos son igualmente prosociales.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Una versión anterior de este artículo fue publicada en el diario Deia el 7 de mayo de 2017.
Daniel Capilla
La diferencia entre el altruismo de las hormigas y el humano no es para nada desdeñable. El comportamiento prosocial de las hormigas es sorprendente, evidente. Pero más sorprendente sería que una hormiga, predispuesta de forma natural al comportamiento prosocial (como los humanos), se negase a realizar un rescate porque le va la vida en ello. Ahí radica una diferencia importante entre el altruismo humano y el altruismo de las hormigas: el comportamiento humano es reflexivo y voluntario; el de las hormigas responde a otros condicionamientos, químicos (feromonas), genéticos o del tipo que sean. Quizás en el futuro salga un estudio que concluya que las hormigas rescatan a sus heridas después de pensárselo dos veces, lanzándose unas al rescate y otras mirando para otro lado. Eso sí sería un descubrimiento extraordinario, más que ningún otro, un comportamiento verdaderamente altruista. Desde el punto de vista humano, por supuesto.
Juan Ignacio Pérez Iglesias
Esa diferencia se refiere al mecanismo, no al valor adaptativo de ambos comportamientos. El mecanismo puede ser todo lo diferente que se quiera -instintivo (o programado) o reflexivo-, pero las consecuencias son las mismas (el bien del grupo) y las presiones selectivas que han actuado, similares.
Si acaso, habría una diferencia en el hecho de que en el caso de las hormigas, el parentesco genético entre los individuos del grupo (hormiga rescatada y hormigas que rescatan) es muy alto y en el de los seres humanos no tiene por qué serlo. Aunque el rescate es más probable que se produzca en caso de parentesco.
Daniel Capilla
Sí, se refiere al mecanismo, pero también a la finalidad. Por supuesto que en ambos casos el comportamiento prosocial puede explicarse como una consecuencia de la adaptación evolutiva, pero en el caso de los humanos no necesariamente su altruismo tiene como finalidad el bien del grupo. Ésa es una diferencia sustancial.
Juan Ignacio Pérez Iglesias
La finalidad no tiene por qué ser diferente. En ambos casos es la aptitud de los miembros del grupo la que se ve favorecida por los comportamientos prosociales. No hay ningún dato que avale la idea de que la finalidad es diferente. [Por cierto, en teoría evolutiva hablar de finalidad es más bien impropio.]
Que el resultado de un acto altruista humano no tenga como objetivo consciente (por parte de quien lo adopta) el bien del grupo no quiere decir que los efectos últimos de esos actos no sean mejorar la aptitud de los miembros del grupo. En términos evolutivos eso es lo que importa. Y esa es la razón por la que han sido seleccionados.
Indaguemos acerca de las razones por las que comemos. Lo hacemos porque tenemos hambre y comiendo la saciamos. Pero la razón por la que se ha seleccionado el comportamiento de búsqueda y consumo de alimentos no es la de saciar el hambre, sino que ese es el mecanismo que nos permite adquirir energía y nutrientes, mejorar nuestro balance energético, y aumentar el potencial reproductor. En resumen, se trata de mejorar nuestra aptitud, aunque nadie piense eso (y ni tan siquiera lo sepa) cuando come. De la misma forma, quien ayuda a otro, lo hace movido por un sentimiento, pero tanto el sentimiento como el acto tienen sentido en cuanto mejoran la cohesión del grupo, hacen que funcione mejor y así mejore la aptitud de los miembros de ese grupo.
Daniel Capilla
Discrepo de que los humanos ayudemos a otro desinteresadamente, o incluso con perjuicio propio (lo que en esta discusión podríamos asimilar a un acto altruista), por motivos exclusivamente sentimentales. Los actos humanos desinteresados tienen otras muchas justificaciones posibles, así como múltiples teorías que los explican. A eso intento referirme como diferencia no desdeñable frente al comportamiento de las hormigas. Y que conste que el comportamiento de estos insectos me resulta igualmente fascinante.
Juan Ignacio Pérez Iglesias
Como no puedo reproducir aquí el contenido de una serie de anotaciones dedicadas a tratar los orígenes evolutivos del altruismo, enlazo la décima (de 14), porque ese tema en concreto lo desarrollé en las cuatro últimas: https://culturacientifica.com/2015/09/09/la-unidad-de-seleccion-en-la-evolucion-y-el-origen-del-altruismo-10-la-seleccion-de-grupo/
Daniel Capilla
No estamos tan en desacuerdo como pueda parecer, Juan Ignacio. A mí también me parece equivocado explicar el comportamiento de las hormigas por el interés de contar con más efectivos para las partidas de caza. Estoy de acuerdo. Ésa sería una razón utilitaria impropia de las hormigas, más propia de los humanos. Tampoco discuto el condicionamiento evolutivo del comportamiento prosocial en ambas especies ni su valor adaptativo. Sin embargo, no me parecen comparables estos actos de altruismo de las hormigas con los actos de altruismo humanos. Los humanos pueden actuar de forma desinteresada en beneficio del grupo, pero también pueden hacerlo sin tener al grupo como referente último. Pueden incluso actuar desinteresadamente en contra del grupo. Nada de inadaptado ni egoísta hay en tales comportamientos. Al menos, no necesariamente. Nuestro comportamiento altruista puede explicarse por múltiples motivos y justificarse por múltiples razones. Si actuásemos por el impulso ciego de las feromonas como las hormigas, quizás nos evitaríamos tener que decidir cuándo actuar en beneficio del grupo y cuándo no, pero eso precisamente es lo que no sería propiamente humano.
Txema M.
Me comprometo a leer cuanto antes los artículos que enlazas. Es un tema fascinante. Me parece muy sugerente la propuesta de que la selección natural no obra sólo sobre los individuos, sino también sobre los grupos de los que forman parte; en el caso de las hormigas, del superorganismo que forma su colonia.
Creo que a la hora de pensar en los procesos que dieron lugar a nuestra propia evolución, la que nos dio origen como humanos, tendemos a dar demasiada importancia a los fenómenos de nuestra sociedad actual, a cómo somos y nos comportamos ahora mismo. Y no creo, porque no me entra en la cabeza, que yo pueda jugarme la vida por dos hermanos o cuatro primos, dependiendo tan sólo de la proximidad genética de aquella persona a la que pudiese salvar con riesgo de mi vida. No creo que esa sea la razón del altruísmo (o egoísmo genético, como quiera denominársele) por la simple razón de que la experiencia no lo corrobora. Tenemos cientos de ejemplos que indican que detrás del altruísmo debe hallarse alguna otra razón.
Me impresionó mucho de niño la historia, completamente real, de un trabajador que se encontró con un incendio. Dentro de la casa había nueve niños (tal vez exagere el número en mi recuerdo). Nadie se atrevía a entrar a sacarlos. Él entró, tantas veces como fue necesario para sacar a todos. Cuando sacó al último ya había llegado algún periodista o alguien con una cámara y la foto del hombre con el último que rescató salió en todos los periódicos. Estaba casi desnudo, con la ropa destrozada y humeante. Sufrió gravísimas quemaduras en la mayor parte de su cuerpo y murió a las pocas semanas. Ninguno de los niños que rescató era parte de su familia, ni tan siquiera conocidos.
Todos podemos recordar una historia más reciente, la de un loco que entró (creo que en Inglaterra) en una escuela infantil y mató a un montón de niños de muy corta edad. Entre los muertos estaba su maestra. No murió huyendo, con tiros en la espalda. Murió de varios disparos hechos de frente a muy corta distancia. Se abalanzó contra el asesino, sin medios para rechazarle. Eran sus niños, pero no su familia.
En la evolución de la humanidad durante muchos cientos de miles de años nuestros antepasados debieron enfrentarse a predadores mucho más fuertes que ellos. Leones, hienas, perros salvajes, animales que atacan en grupo, y también a leopardos, guepardos y otros que lo hacen en solitario. Careciendo de garras y colmillos para defenderse y siendo menos veloces que sus predadores, la única posibilidad de hacerles frente era defendiéndose agrupados, armados con palos (posiblemente los mismos palos cavadores con los que, en grupo, desenterraban las raíces comestibles) o con piedras, si disponían de ellas. Para estos grupos de antepasados debió de ser esencial que la acción de caza quedase frustrada. Las cebras pueden permitirse huir mientras puedan, ya que eso les salva a costa de los congéneres menos capaces de correr, pero ese comportamiento implica que las manadas de cebras van a ser siempre un objetivo para sus predadores; mientras sigan obteniendo presas continuarán sus ataques.
Pienso que los grupos prehumanos, cuando uno de sus miembros caía bajo los dientes de cualquiera de sus predadores (no incluyo cocodrilos) en vez de huir y abandonar al caído a su suerte, continuaban golpeando hasta obligar a la fiera a abandonar su presa. Si una leona ha perdido un ojo de un palo o una pedrada y además se ha quedado sin comer, será difícil que escoja de nuevo a un grupo homínido para la caza. Y para el grupo prehumano, sería gravísimo que el ataque tuviera éxito, pues les pondría de nuevo en la diana. Por esto creo que sería preferible comerse al compañero muerto antes que se lo comiera quien lo mató. O esconder su cadaver en una sima como la de los Huesos, en Atapuerca o Rising Star, donde encontraron los restos de Homo naledi.
¿Que el acto altruísta de rescatar a un compañero herido podría estar condicionado por las relaciones familiares del resto del grupo? Pues sí. O no. Es evidente que los grupos prehumanos tal como lo hacen el resto de primates, intercambian miembros de vez en cuando y se fusionan cuando son demasiado pequeños para sobrevivir. Para el grupo todos sus miembros debían ser importantes y por tanto, probablemente todos ellos serían colectivamente defendidos e intentados de rescatar de sus predadores.
Creo sinceramente que en el caso de los humanos, sin llegar sus sociedades a ser supraorganismos, ni mucho menos, sí que llegaron a ser unidades sometidas a la selección natural. Los grupos que se defendieran agrupados e impidieran que sus miembros se convirtieran en comida, serían atacados con menor frecuencia que aquellos que obedecieran al «sálvese quien pueda» y por tanto transmitirían esta conducta y las variedades neurológicas y genéticas que la posibilitaran a sus descendientes.